El Día De Los No Muertos (II)

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Doblado por la mitad, sujeto a sus propias rodillas, Harry esperó a que la desagradable sensación de nausea, que inevitablemente acompañaba el uso de un translador, desapareciera.

Al recuperar la verticalidad vio un destello platino derribar y lanzarse a devorar los labios de su acompañante.

No era momento de mostrar agrado o disgusto, sólo carraspeó levemente para hacerse notar.

El aristócrata recuperó la compostura tan rápido que pareció que no había estado a punto de violar a Remus en medio de los jardines.

-Sr Potter- dijo sucintamente -¿seria tan amable de explicarme qué lo ha traído hasta aquí?- El porte orgulloso perdía bastante efecto viendo los labios todavía ligeramente enrojecidos. Harry le mostró la llave. -¿cómo habéis conseguido esto?- ahora interrogaba a Lupin y, había que concederle, que lo hacía en un tono suave y amable.

-Luc.. ius- Remus se corrigió rápidamente -no podemos explicar demasiado y necesitamos que confies en nosotros. Te pediría que tomemos asiento y un té, si no es mucha molestia.

Con un simple chasquido de dedos Malfoy convocó a un elfo doméstico. Seguidamente los guió a un pequeño y coqueto pabellón, rodeado de una inmensa rosaleda, desde donde se vislumbraba el ajetreo de los pavos albinos que deambulaban en libertad.

Tras tomar asiento en cómodas butacas, el propio Lucius sirvió el té con movimientos fluidos y elegantes. Harry se quedó embobado, hasta que oyó a Remus jadear ante la visión del atractivo aristócrata concentrado en su tarea.

-¿Puedes contarme ahora?- La voz suave y modulada, aunque firme, de Malfoy sacó a Remus y Harry de sus pensamientos.

El menor buscó ayuda en los ojos del adulto, la única figura paterna que le restaba en ese momento y Remus comenzó a hablar.

-Lucius, ¿sabes que puedes ser totalmente sincero conmigo, verdad?- la mirada del lobo era extremadamente seria, pero a la vez transmitía comprensión y seguridad. -Ni Harry ni yo vamos a juzgarte por lo que nos cuentes.

Hubo un leve destello de temor en los iris grises, como una tormenta sosegándose en ellos. Cuando Lucius habló lo hizo en tono suave.

-¿Es acerca de mi hijo, verdad?- cerro los ojos unos segundos, concentrándose en lo que quería decir. -El no está muerto, o al menos, no irreversiblemente.

Los ojos de Harry, ya de por sí grandes y expresivos se abrieron hasta abarcar gran parte de su rostro -¿como lo...?- el asombro era tan patente en su rostro como en su habla entrecortada -¿como lo sabe?.

Mil ideas giraron en ràpida sucesión por su mente y en sus rasgos se evidenciaban distintos sentimientos, de la sorpresa inicial a incertidumbre, sospecha y finalmente ira.

Remus, lo sostuvo firmemente del brazo, como si temiera que acabase abalanzándose contra su anfitrión.
Harry lo miró con angustia y Remus, sin dejarlo, convirtió el agarre en una tierna y tranquilizadora caricia. Cuando habló, su voz sonó deliberadamente suave, pero firme.

-Lucius, cuéntanos sinceramente qué y cómo lo sabes.

Los irises dorados eran extremadamente dulces y calidos y el aristócrata, perdido en sus profundidades comenzó a hablar.

-Hace unos meses, viendo la cercanía del fin de la guerra y consciente de que la muerte planeaba implacable sobre nuestras cabezas, aun sin saber que bando la causaría— En éste punto Remus apartó la vista, sabiendo que no podía contradecirlo. -decidimos hacer unos retratos mágicos. Tardé mucho en tomar la fuerza necesaria para entrar en la galería donde los colocamos, cuando lo hice descubrí, asombrado que sólo Narcisa se movía y hablaba. -Miraba intensamente a ambos hombres que no le retiraban la atención ni por un segundo. -Esperé unos días más y finalmente me obligué a interpelar a mi esposa. No entendía porqué el cuadro de mi hijo estaba tan estático como el mío. Esa primera vez sólo me sonrió y me hizo un pequeño guiño. Volví cada día y tras una semana entera me respondió.

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