Luna llena

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-¡Otra vez la ventana abierta, Celeste! ¿Cuántas veces te lo he dicho?

Así desperté a la mañana, con un grito de mi mamá y frío en las piernas. Había dejado, por enésima vez, el pestillo abierto de noche; aunque ella me insistía una y otra vez que lo cerrara todo antes de irnos a dormir. Era una horrible manía que tenía, no podía ver la luz de la luna.

Ella decía que no era por eso, el frío de la madrugada resfriaba. Pero yo no le creía, me sentía encerrada cuando todo era oscuro y no entraba claridad. Luego lo entendí todo.

Lo descubrí a la noche siguiente cuando volví a dejar el vidrio abierto. No había podido evitarlo. Cometí un error.

Desperté sobresaltada. Aún estaba oscuro en la calle, debían ser las cuatro de la mañana. Me ardían las manos y estaba temblando.

Toqué mi palma con la yema de los dedos y noté que estaba rasguñada y sangraba. Aún perpleja, me paré temblando un poco y llamé a mi mamá gritando. No recibí respuesta alguna. Corrí hasta el interruptor de la luz, pero alguien lo había arrancado y ya no estaba ahí; los cables despedazados colgaban en su lugar.

Respirando aceleradamente, miré hacia la ventana, donde se asomaba una plateada luna llena. Noté una silueta oscura en mi cuarto, peluda y con garras , que me era vagamente familiar.

En ese instante entendí porqué mí madre no respondía.

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