Un Lugar Seguro

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Al día siguiente todo estaba como si nada, me levantaron a las 5 de la mañana para ir a la escuela con un beso en la frente, un beso tan falso que hasta se sentía incómodo.

Comencé a pensar en si de verdad merecía esto, si era normal que los padres trataran a los hijos de tal forma, y empecé a creer que había algo en mi que hacía que lo mereciera, tanto así que ese fué el comienzo del odio hacia mi mismo.

En la escuela siempre fuí excluido, en los recreos me decían que me largara, me obligaban a hacer cosas para que "me aceptaran" (como darles dinero, comida, dejar que me pegaran), hasta una vez me llevaron a la parte más solitaria de la escuela y me dijeron:
_"Quedate aquí hasta que te volvamos a llamar y seremos amigos, te lo prometo."

Me quedé ahí sentado esperando, y como era de esperarse mi maestra llegó por mi, era una señora morena, con labios gruesos, ojos negros, cabello muy lacio y grasoso, y un acento nicaragüense muy marcado.

Quiso llevarme al aula, y obviamente yo me resistí, tanto así que me tuvieron que llevar entre varias personas mientras lloraba y pataleaba, diciendo:
_"¡Por favor, tengo que quedarme aquí, sino no tendré ningún amigo!"

Cuando me sucedía algo así, normalmente me llevaban a un aula aparte con una profesora especial, una señora morena, alta, muy robusta, con cabello rizado, lentes, y una voz increíblemente dulce y tranquilizadora

Casi siempre estaba solo con ella, me ponía a recortar figuras, a pintar, ponía música clásica en una radio muy vieja, cosas así. Siempre he sufrido de una ligera claustrofobia, y aunque esa aula era muy reducida, amaba estar ahí con ella.

Fué la única persona que nunca me alzó la voz, nunca me maltrató, siempre fué muy dulce conmigo y jamás me miró mal... odiaba las miradas de incomodidad, lástima o estrés que tenía la gente a mi alrededor... pero su mirada era de compasión, y sus palabras siempre sonaban rebosantes de amor.

Cuando ella no estaba me enviaban a la dirección, era lo peor de este mundo, me ponía súper ansioso y estresado, y terminaba escapandome o gritandole a la directora, la cual no era muy buena en su trabajo que digamos.

Aún recuerdo una vez que me mandaron allí por culpa de mi profesora de inglés, una señora ya en sus 40/50 años, alta, con una expresión de ansiedad constante, una voz aguda pero gangosa a la vez, cabello rizado color castaño, casi pelirrojo, y una mirada de desprecio permanente.

Una vez estaba hablando en clase y me mantenía de pie como de costumbre, y ella me gritó y me agarró del brazo con bastante fuerza, y mi reacción fué la de golpearla y mandarla a comer mierda evidentemente.

Pero como solo era un niño hiperactivo y discriminado, ¿quien me iba a apoyar a mi? Entonces la profesora salió como si nada mientras yo recibí otra boleta.

Y adivinen que, otra vez llegué a mi casa para recibir otra paliza, a las que aún no me acostumbraría sino 2 años después.

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