- parte única.

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Son las seis de la tarde cuando el sol comienza a alistarse para el atardecer, tintando sus rayos de un hermoso color dorado, descendiendo por las espaldas de los que una vez fueron majestuosos gigantes y ahora no son más que montañas que albergan...

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Son las seis de la tarde cuando el sol comienza a alistarse para el atardecer, tintando sus rayos de un hermoso color dorado, descendiendo por las espaldas de los que una vez fueron majestuosos gigantes y ahora no son más que montañas que albergan toda la vida de los bosques. La brisa con olor a frutos secos y roble le acaricia las mejillas y revuelve su cabello con una paz desbordante, él se siente como en el paraíso.

Pero ese sentimiento de inquietud no abandona su pecho. Porque aún de pie en el altar, esperando por la persona que más ama, no puede evitar sentirse inseguro consigo mismo, preguntándose si es lo suficientemente bueno para su prometido, si no lo abandonará por ser tan él.

Su mente divaga por todas las cosas por las que tuvieron que pasar para que este momento llegase a pasar, las discusiones, los llantos, la desesperación, pero sobre todo el amor incondicional que siempre se entregaron el uno al otro y que los ayudó a superar cada una de los obstáculos puestos en su camino.
Aún puede recordar aquella tarde tan similar a esta, con colores anaranjados decorando las esponjosas nubes de los cielos, un hermoso atardecer que nunca olvidará, una sonrisa tan brillante y única que es capaz de hacerlo suspirar con tan solo pensar en ella.

Había encontrado al amor de su vida mientras esté salía recién de la universidad, lleno de manchas de pintura de todos colores suaves y con un suéter amarillo que resaltaba el ligero bronceado en su piel, junto al tono castaño claro de su cabello. Fue amor a primera vista, así de estúpido como suena, lo fue totalmente.
Desde entonces siempre se presentó en todas y cada una de las exposiciones de arte pertenecientes a la facultad del más joven, solo para escucharlo hablar maravillado de sus pinturas y lo que estás transmitían. Siempre ignorando todas las miradas de desagrado sobre su cuerpo al estar repleto de tatuajes, y tener un par de perforaciones por aquí y allá.

Él era tan diferente al pequeño pintor del que se había enamorado, sus mundos eran completamente distintos a los que usualmente suelen conectar, y aquello no hacía más que inquietarle, plantarle un sin fin de preguntas en lo más profundo de su mente, no sintiéndose merecedor de ni siquiera un par de miradas suyas.

Sin embargo, pese a todas sus inseguridades, pudo hablarle después de un tiempo de frecuentarlo de esa forma, y en ese momento juraría que nunca pudo haber estado más feliz. Aunque claro, esa pequeña felicidad de por fin conseguir una cita con el joven pintor no se comparaba con la dicha que sentía en su pecho por estar a punto de contraer matrimonio con el amor de su vida, su pequeño solecito.

Una sonrisa que no llega hasta sus ojos se dibuja en sus labios cuando la figura de su amante aparece en su campo de visión. Vistiendo una hermosa camisa de seda blanca y un par de pantalones de vestir del mismo color, es imposible no sonreír ante lo hermoso que luce en ese momento, el blanco definitivamente resalta mucho más el tono semi-bronceado de su piel. La corona de perfumadas flores blancas adornando su suave cabellera ahora rojiza solo le da un aire puro a su amado, él quiere embriagarse en el olor a jazmines que su cuerpo desprende.

la vie en rose · γοοηκοοκDonde viven las historias. Descúbrelo ahora