Amelia.
Me encontraba sentada frente al piano de cola que tenía desde la edad de 6 años, frente a mi se encontraban varias notas que Juntas formaban una hermosa melodía, el hecho de poder escuchar cada nota, cada compás, cada acorde hacia que mi mente y mi corazón reaccionaran de una forma en que nunca nadie lo había hecho, me transportaba a un mundo de Hadas, un mundo ficticio con el que de niña siempre soñé.
Con el paso de algunos minutos aquella melodía que sonaba fue llegando a su fin al igual que aquel día que; iniciaba la hora del ocaso.
Me levanté de la banca en la que me encontraba, tomé mi abrigo y salí de prisa de mi habitación y casa rumbo a la playa. Hoy no fue un día normal, me había cogido la tarde para ver a aquel espectáculo al que tanto me gustaba admirar.
En el momento en el que llegaba al inicio de la playa hice lo de costumbre, me quite una por una cada balleta que tenía como zapatos, las tomé en mis manos y me dirigí a esta corriendo, al estar ya cerca del mar me senté en la brillante arena color oro que se encontraba antes bajo mis pies y justo en ese momento aquellas nubes que a mi llegada se encontraban de un color blanco y puro, ahora se encontraban de un color que no se podía definir pero que de este desprendía el más sincero sentimiento de amor.
Me imagino que pasaron cinco u ocho minutos después de que la imagen desapareciera de mi vista, pero aún seguía allí petrificada en aquella arena que palpandose cada uno de los dedos de mis pies como si fueran su propia piel.
Sabiendo que mi madre tenía trabajo hasta tarde decidí quedarme un tiempo más para poder disfrutar y sentir el agua que recorre estos lugares, lentamente me acerqué a este y sumergidos mis pies la sensación era satisfactoria, tanto así que decidí ir un poco más allá, gracias a que tenía un short de jean.