Una flor

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Los humanos. Seres imperfectos, avaros, egoístas, que solo piensan en si mismos y en sus propios beneficios. Que se pelean entre ellos por territorios, que esconden cosas que podrían ayudarlos, todo por lo que ellos de verdad consideran un dios, el dinero. Un trozo de papel que, en una cantidad indicada, puede llevar a masacres entre los de su especie. ¿Cómo una especie así puede llegar a gobernar a las demás?. Es gracioso, muy gracioso, si es que no gobiernan a nadie, solo los esclavizan, los devoran, los maltratan, se apoderan de ellos. Llegados a este punto, no les podemos considerar especie, sino parásitos. De esos que se deben eliminar. De esos que no puedes dejar ni uno vivo. Una plaga. Y es que este es un pensamiento común entre ellos mismos. Son lo suficientemente inteligentes para darse cuenta de lo que son. Y aunque lo vean, lo sientan, lo noten, no harán nada. Por que así son ellos. Seres que no se pueden sacar de su zona de confort. Seres inmaduros, seres imperfectos. 

<Las palabras del nuevo libro del gran autor de Mundo oculto, Redd-Boy...>

Las enromes pantallas en el centro de la ciudad brillaban con un fuerte resplandor que cegaba a todos aquellos que la miraban. La cantidad de luz que liberaban las luces LED era suficiente para iluminar la calle entera, la cual no era ni de cerca un lugar brillante. Aunque en antaño la gran ciudad de Miria había sido un lugar hermoso, brillante y con una gran población, ahora ya no quedaba nada de eso. Escombros, chatarra y algún que otro cadáver era todo lo que se podía encontrar en el lugar. La ciudad entera parecía un vertedero sin vida. No había pájaros cantando. No había perros o gatos alimentándose de cadáveres o basura. No había humanos en ninguna parte. Verdaderamente, la ciudad estaba muerta. 

De repente, en algún lugar del distrito Oeste, se empezó a armar un alboroto. Una chica de unos quince años, corría descalza, desnutrida, con un pelo seco y harapiento. Vestida con lo que parecía una cortina, un vestido largo de color amarillento desgastado y una bolsa de plástico en sus manos, se movía cómo podía entre los callejones de la ciudad, llenos de cubos de basura y restos de seres vivos por todos lados. El olor pútrido y amargo ya no afectaba a sus fosas nasales, ya estaba demasiado acostumbrada a ello. 

- ¡Espera maldita mocosa!

Los gritos de hombres a la distancia retumbaban por todos lados, creando eco en la silenciosa ciudad. No eran pocos, sino muchos. La perseguían, eso estaba claro. Entre callejones, la chica siguió corriendo sin mirar atrás. Había hacho miles de veces ese recorrido para huir de la gente. Se sabía el bajo mundo de la ciudad cómo la palma de su mano. Pero esta vez había algo extraño. Los hombres que la perseguían aparecían en cada una de las rutas de escape que ella utilizaba, era cómo si la estuvieran guiando a otro lugar. Después de veinte minutos corriendo, la chica estaba exhausta. No había comido nada en algunos días y tampoco había bebido demasiado. Al fin, después de varios minutos buscando, encontró la última de sus salidas, el último callejón, sin embargo, ya había alguien en el lugar. 

- Hola chiquilla. Sabes quien soy, ¿verdad? - Soltó el hombre, quien llevaba puesto un traje del ejército. 

- Sí, eso creo. - Respondió ella con una voz ronca poniéndose en guardia. 

- Devuélveme lo que has robado y puede que te perdone la vida. - Soltó él con ojos fríos. 

La chica no respondió, solo miró hacía atrás, esperando no encontrar nada que le barrase el paso para huir. Desgraciadamente, dos grades hombres ya le estaban barrando el paso. No tenía salida, estaba atrapada. Mirando la bolsa en sus manos, la chica sacó algo de dentro. Era una botella de agua cristalina, algo muy raro para los tiempo que corrían. Mirándola cómo si fuera la más hermosa de las joyas, la chica volvió a mirar al hombre. Él era alto, con el pelo blanco y la cara un poco seca. Sus ojos fríos le decían claramente que ella no iba a salir de allí con vida, que ella moriría en el lugar. Pero si iba a ser así, no lo haría sin pelear. Agarrando el tapón de la botella y usando todas las pequeñas fuerzas que le quedaban. Destapó cómo pudo la botella y se la metió en la boca. La pura agua cristalina bajó por su garganta cómo si fuera un torrente de hielo, dejando a su paso un rastro fresco en su garganta. Empezó a tragar poco a poco, hasta que vacío la mitad de la botella. Apartando la botella de sus morros, una pequeña lágrima cayó de su ojo derecho. El hombre de pelo blanco frente a ella, chascó la lengua con rabia mientras miraba a los hombres al otro lado del callejón. 

- Matadla. - Les ordenó con una mirada fría. 

Ambos obedecieron y caminaron rápidamente hasta la chica, quien ya no tenía fuerzas para resistirse. Iba a morir, eso ya lo había asumido, pero por lo menos había podido conseguir una de las cosas que ella quería hacer, poder beber agua en condiciones ni que fuera una sola vez. Uno de los hombres la agarró por detrás, por el pelo, y la empujó con mucha fuerza contra el suelo, golpeando la cara de la muchacha en este. Sin fuerzas ya, la chica se dejó golpear mientras ambos la pisoteaban y le rompían todas ambas piernas y las costillas a pisotones. No tenía ni fuerzas para quejarse, había sufrido mucho tiempo, ya era el momento para ella de dejar todo ese sufrimiento atrás. Entrar en el profundo abismo del olvido y desaparecer de un vez, dejando solo un trozo de carne en mal estado en su lugar. El tiempo le era relativo, su cuerpo ya no se movía en lo más mínimo, las fuerzas le abandonaban sus ojos pesaban, su cuerpo dolía. Ya era muy tarde para ella. Por última vez, y con las fuerzas restantes, la joven abrió los ojos, mirando de lado el sucio callejón donde ella iba a morir. El suelo apestaba a más no poder pero a ella ya no le importaba, al fin y al cabo, en solo dos o tres días, su cuerpo complementaría ese olor. Cuando ya por fin, estaba relajada y preparada para partir, vio en la distancia, saliendo de una grieta una pequeña cosa. Con un tubo verde y cuervo, una circulo amarillo y cinco pequeñas partes blancas se alzaba hermosamente del suelo, resistiéndose a caer. Que antes de morir, fuera capaz de ver algo tan hermoso, llenó de felicidad a la joven mientras que con su mano izquierda acercaba poco a poco sus dedos a esta, no para tocarla, sino para que al menos, su feo cuerpo fuera encontrado al lado de algo bonito. Mientras su consciencia poco a poco se desvanecía, se quedó mirando a la pequeña flor delante suyo mientras cerraba poco a poco los ojos para ya desvanecerse. 

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⏰ Última actualización: Oct 14, 2018 ⏰

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