Parte 1: Calla.

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El Sol de aquel día era abrazador. La silueta de los edificios era lo único que daba una sombra, por discreta que fuera, sobre aquella ciudad.

Una avenida larga, que alguna vez estuvo llena de autos, motocicletas, bicicletas; pero sobretodo personas. Hacía mucho tiempo que nadie cruzaba por esos lugares. El letrero con el nombre de aquel lugar hace tiempo que se había oxidado hasta no poder discernir entre una letra y otra. Un lugar completamente anónimo.

El camino, completamente desolado llegaba hasta una bifurcación, de aquellas que recordaban a las mariposas. Bajando por el carril derecho podemos adentrarnos a la ciudad, aquella ciudad calcinada. El olor a descomposición llenaba el ambiente.

Automóviles, destrozados por el tiempo, se encontraban algunos en filas: protegiendo un centro comercial, que alguna vez sirvió de refugio. Otros estaban simplemente volteados en plena avenida o sencillamente abandonados en la orilla de alguna calle. El caos había sido el amo y señor del mundo durante los primeros días, pero ahora todo era tranquilidad. Una tranquilidad gélida, ni siquiera el viento hacía sonido alguno; era como si el tiempo se hubiera detenido. Pero había un sonido, un siseo. Entre las alas de las moscas y los gusanos retorciéndose, se podía escuchar un quejido. Era tenue, débil, una queja ahogada. Una voz dormida, moribunda, desahuciada. Agónica.

Por una de las calles perpendiculares a esa avenida, se escucharon pasos. Esos pasos se dirigían a esa voz. Con cada paso, se escuchaba el movimiento de un objeto metálico. En ocasiones había una pausa, después continuaba. La calle ocupaba un par de cuadras antes de perderse en una curva, tenía un camellón del cual salían árboles que hacía mucho tiempo habían perdido toda vitalidad; secos, sin hojas y con una especie de polvo color café sobre ellos. La sombra que daban no era justicia para lo que alguna vez fueron.

Los pasos se detuvieron, se escuchó el picaporte de una puerta. Lentamente se fue abriendo. Una de las casas, con una fachada que alguna vez fue blanca. La puerta era parte de ese lugar, además de un jardín externo pequeño y dos ventanales con los cristales rotos. Un hombre estaba al pie de la puerta, abriéndola lentamente mientras se asomaba por la pequeña abertura por la que apenas entraba la luz al interior del edificio. Lo primero que vio fue un sillón, carcomido por un hongo que crecía desde el piso hasta los cojines, incluso ocupaba gran parte de una pequeña mesa que estaba al lado de la entrada. Soltó la chapa y metió la mano en uno de los tantos bolsillos que tenía su pantalón, sacó una mascarilla industrial y se la puso sobre la cara. Comenzó a respirar con más rapidez, su corazón se aceleró. Tomó la chapa, pero esta vez abrió la puerta solo lo suficiente para poder entrar; pero antes de hacerlo metió un pequeño espejo que guardaba en otro de sus bolsillos por la apertura de la puerta: no sirvió de nada, apenas y había luz suficiente entrando por la ventana como para distinguir algo más allá de siluetas de otros muebles.

Guardó el espejo. Levantó el rifle de asalto que sujetaba con su mano libre y puso su otra mano sobre el cañón, con un movimiento de su dedo índice encendió una linterna que se encontraba amarrada a esa misma con cinta adhesiva. La apuntó al interior de la casa y caminó lentamente, adentrándose a la oscuridad.

El interior, parcialmente por las ventanas y la linterna podía describirse como abandonado. Era un lugar repleto de polvo, el calor era menor que afuera, pero la oscuridad era bastante incongruente con el Sol que iluminaba el cielo. Se percató que en la cocina, justo al frente por donde había entrado había otra ventana, pero ésta estaba bloqueada con tablas de madera. Parecía que se caerían en cualquier momento. El piso estaba sucio, lleno de parches de diferentes tonalidades de rojo; pero ninguna parecía ser fresca. Eso no era importante, la sangre fresca ya no abundaba en aquel mundo.

SilencioWhere stories live. Discover now