☠ * ✟ 𝑨 𝒗𝒆𝒄𝒆𝒔 𝒆𝒍 𝒎𝒖𝒏𝒅𝒐 𝒅𝒆 𝒍𝒐𝒔 𝒗𝒊𝒗𝒐𝒔 𝒔𝒆 𝒎𝒆𝒛𝒄𝒍𝒂 𝒄𝒐𝒏 𝒆𝒍 𝒅𝒆 𝒍𝒐𝒔 𝒎𝒖𝒆𝒓𝒕𝒐𝒔. ✟ * - ᴸᵒˢ ᵒᵗʳᵒˢ
Namjoon y Jin dos amantes eternos.
A pesar de su desafortunado destino, pudieron sellar un fúnebre lazo de unión...
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Namjoon está despierto, contemplando la llama de la vela, con el brazo apoyado sobre la mesa y en la mano el lápiz con el que pica incesantemente la hoja. Quisiera verlo sonreír, pero su memoria solo le entrega las imágenes que no quiere, en las que su amado parece dormir detrás del tul de la cortina, pálido como un santo, los brazos cruzados sobre el pecho, sus bellos labios sin ese lindo color carmín y los párpados sellados.
Su cabeza y sus pensamientos cae sobre el papel. Los cabellos acarician la única palabra que ha escrito en sus horas de insomnio, el nombre del difunto.
Apaga la vela de un soplo y en la oscuridad ve el pabilo encendido, humedece sus dedos con saliva y aprieta el punto bermejo. El catre cruje al recibirlo, sus pies saludan a las sábanas frías y sus plegarias se esconden bajo la almohada.
No aparece el sueño para apaciguarlo y escucha el reloj del otro cuarto. Los minutos se resisten y solo piensa en su amado, en sus bellos ojos, en sus mejillas claras e imagina su narcótico aroma. Intenta acariciarlo en aquel espejismo, lo intenta con desesperación y el pensamiento se esfuma fantasmal.
Recuerda que Jin llevaba un paño en la frente enrojecida, los labios se partían en heridas y al cogerle la delicada mano sintió la inclemente fiebre, entonces le rogó a Dios para que no deje morir a su amado, que lo salve e hizo promesas y juramentos.
Recuerda esos dolores y se limpia las lágrimas. No lo soporta más. Escapa de la cama, acomoda sus escritos, se abriga y de un portazo avisa a los gatos que ha dejado la casa.
Va desorientado, con la mano en los bolsillos del pantalón, y no reconoce las calles que pisa. Al doblar una esquina lo recibe el viento que luego de abrazarlo se mete en la corteza hueca de un árbol y silva su tristeza; escucha ese sonido y responde con un suspiro que hasta ese momento tenía enredado en la garganta. Ha llegado al cementerio, la verja no es muy alta y de un salto la traspasa. Un camino de piedras serpea hasta la pétrea iglesia con techo a dos aguas y campanario lúgubre. Conoce aquel laberinto, avanza arañándose la cara con las ramas de la maleza y trastabillando entre las hierbas olorosas y los espinos.
Lo saluda un ángel que repliega sus alas y une sus manos en actitud piadosa, la luna efervescente tiembla en los charcos mientras se encarama el fortísimo olor a flores podridas. Al pasear entre los sepulcros su corazón se apresura y limpia con el pañuelo el sudor de sus sienes. Cuando la encuentra, cae sobre sus rodillas y aplasta su sufrimiento en la placa que tiene grabada la cruz y los nombres sagrados. Sus manos acarician el suelo y descifra el futuro; aquellos rizos se convertirán en polvo, aquellos labios en nada y todo él se diluirá en la tierra húmeda que lo cubre.
