1. Cuento de la Infancia

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«El argumento de tu relato de hoy deberá consistir en crear una nueva versión para un relato de la infancia»

Blancanieves se miró al espejo. Observó su rostro perfilado, su piel blanca como la nieve, su pelo negro, sus labios rojos.
Blancanieves tocó el frío vidrio que reflejaba su ser. Delineó con la yema de los dedos la imagen de aquella muchacha que yacía de pie delante del objeto inmóvil.

Soy preciosa.— Pensó. Y ese fue el principio de su fin.

Blancanieves se miraba en el espejo cada día, cada tarde y cada noche, solamente para poder observar con minuciosidad su imagen. Mandó hacer miles de retratos, más no se quedó con ninguno, pues no era posible reproducir su esencia, su verdadera belleza.

Oh, querido espejito, tú eres el único que me aguarda—. Decía para sí misma acariciando el marco de oro con suma delicadeza.— Tú, espejito, eres el único que capta mi verdadero ser. Soy tan hermosa, soy tan feliz.

Blancanieves tuvo una hija con el príncipe. Su hija era hermosa, pero ella lo era más ¿Verdad? Ella, Blancanieves era la más hermosa, no podía haber nadie igual o mejor.
Al menos, eso pensaba ella misma. Pero su corazón se había podrido, se había vuelto negro y putrefacto, sin dejar rastro de la pureza que antaño la había dotado de encanto y carisma. Mientras tanto, su hija era la antítesis, dulce y amable, sin arrogancia en su corazón.

¡¿Qué?!.— Exclamó dejando que su estruendosa voz resonara por las cuatro paredes de la habitación.— ¡Es imposible que esa niñata sea más hermosa que yo!

Ideó un plan para matar a la niña, de manera que ella volvería a ser la mujer más hermosa sobre la faz de la tierra. Sin embargo su ambición y su pecado la llevaron al cruel lecho de su propia muerte.

Espejito, espejito, ¿Quién es la más bonita del Reino?.— Unos dedos pálidos tocaron con curiosidad el vidrio congelado.

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