I

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En el salón de la mansión Holden, dos mujeres de treinta y algo, hablaban animadamente.

—¡Bonnie!— gritó la mujer que llevaba un traje rojo, cual nombre era Cinthia, Cinthia Holden. Madre de una pequeña de cuatro años morena e inteligente; y esposa del millonario, Steve Holden. — ¡Ven para que conozcas a alguien!

Una niña, hija de los Holden, bajó corriendo las escaleras. Tenía el pelo oscuro y llevaba un vestido de flores. Sus ojos eran verdes esmeralda y llevaba una gran sonrisa en su cara.

—Hola...— sonrió tímidamente Bonnie al encontrarse de frente de la amiga de la mujer que le había dado la vida.

—Cariño, ella es Sophia Benning.—presentó la madre, — y él, Peter Benning.

Detrás de la mujer que llevaba falda y camisa verde, salió un niño rubio y de ojos azules. Tenía unas cuantas pecas en la cara cosa que le hacía ver adorable.

—Hola, yo soy Bonnie Holden.— sonreía la chica. —¿Quieres jugar a la pelota, Peter?—preguntó Bonnie.

Aquel chico se sonrojó y prácticamente parecía un tomate, cosa que a Bonnie le causó gracia. Agarró la mano del chico y salieron corriendo al jardín.

La mansión Holden era muy grande. Tenía un espacioso jardín con piscina, y demasiadas habitaciones. Muchas veces Bonnie se perdía por la casa y tenía que llamar a Maria, la ama de llaves y la qué prácticamente criaba a la pequeña.

Bonnie cojió una pelota y se la lanzó a Peter, más sin embargo él no la cojio. Confusa, la pequeña se acercó a cojer la pelota, se volvió a alejar y nuevamente se la lanzó. Por segunda vez, Peter no cojió la pelota.

—Peter, ¿no sabes jugar a la pelota?— preguntó Bonnie. Ella tenía la cabeza ligeramente doblada, con una gran cara de confusión. —Ven, yo te enseño.— Bonnie se acercó a Peter con la pelota en las manos,—Mira, yo te tiro la pelota así,— dijo ella volviendo a tirar la pelota por tercera vez— y tú la recojes así,—ahora ella se ponía por el otro lado de la pelota para recojerla. Esta vez era Peter quien la miraba confundido.

—Sé jugar a la pelota.— respondió el chico.

—Entonces, ¿por qué no juegas? —preguntó ella entrecerrando los ojos.

—Por que no quiero.—dijo él.

—Eres raro.—rió ella.

–¡Tú eres la rara!–chilló el mientras hacia un puchero.

La chica omitió ese comentario y se puso a jugar con uno de los coches rojos que allí había mientras que Peter seguía allí de pie, con los brazos cruzados y con un puchero.

Pasaron unos minutos cuándo Bonnie sintió a Peter sentarse a su lado.

—¿Puedo jugar contigo a los coches?—preguntó él.

—Me has llamado rara, no te voy a dejar jugar.— gruñó ella haciendo un pequeño puchero.

–¡Tú empezastes!— chilló él.

  —¡Me da igual!— chillo esta vez ella.

Después de segundos en silencio, Bonnie cedió.

-Vale, coje el coche azul, ¡pero sólo por que me caes bien!—dijo ella subiendo la barbilla, sintiéndose así superior. Peter asintió y empezaron a jugar a los coches.

(...)

Bonnie y Peter, se hicieron muy amigos. Todos los días -menos sábados y domingos- Peter y su madre Sophia iban a su casa a jugar y merendar.

—Quiero galletas, esas redondas marrones con puntitos negros.—decía Peter mientras dejaba caer la baba.

—¿Las Cookies?—preguntó Bonnie.

–No sé cómo se llaman.— respondió el chico.

—Te lo estoy diciendo, ¡se llaman Cookies!— exageró la pequeña.

—Hay Bonnie, no regañes a Peter o dejará de ser tu amigo.— le dijo su madre. Bonnie entrecerro los ojos y ladeó la cabeza en dirección a su amigo.

—Tú, nunca dejarás de ser mi amigo, ¿verdad?—preguntó en en un tono amenazante. Peter negó repetidamente asustado, la Bonnie psicópata le daba mucho miedo.

—Tranquila Bon, seguiré siendo tú amigo hasta cuando nos hagamos mayores.—sonrió él.

—Más te vale, Pet.— susurró ella abrazando a su nuevo amigo. A su nuevo gran amigo que había entrado en su corazón, para no irse.

(...)

Dos años pasaron desde su primer encuentro, ya tenían siete años. Bueno, seis. Pero Bonnie estaba a punto de cumplir los siete y ya decía que los tenía.

  Y aquí estamos, en la mansión Holden -otra vez- para celebrar el cumpleaños de la pequeña Bonnie que ya cumplía sus anciados siete años.

—¡Bonnie!— gritó el pequeño rubio.

—¡Peter!— exclamó ella cuando Peter se abalanzó a abrazarla.

  —¡Felicidades!— dijo él.— Toma, es para ti.— dijo Peter entregándole una caja. Bonnie rápidamente la abrió y se sorprendió al encontrarse a Barbie Malibú -una muñeca que ella siempre había querido, pero sus padres le decían que ya tenía muchas Barbies-.

—¡Gracias, Peter!— rió ella.

Pasaron las horas, todos los amigos de Bonnie estaba allí jugando con ella. Al rato, la fiesta terminó, todos se fueron y por último quedaron Peter y Bonnie, solos ya que la mamá de Peter tenía que hablar con el papá de Bonnie. El papá de Peter no había ido a la fiesta, y la mamá de Bonnie no se sabía donde estaba.

—¿Cómo te lo has pasado?— preguntó Bonnie sonriendole.

—Ha estado divertido Bonnie.— sonrió de oreja a oreja él.

—Peter, ¿quieres que te cuente un secreto?— le susurró bajito Bonnie. Peter asintió rápidamente.—Eres mi mejor amigo...

—¡Tú también eres mi mejor amiga!— la abrazó ella.

Jugaron a los coches hasta que se empezaron a escuchar gritos y sollozos de la casa. Bonnie miró confundida a Peter, y él la miró igual.

De la casa salió Sophia con una mejilla roja, detrás salió Cinthia que lloraba y por último, Steve sin camiseta.

Bonnie se echó a correr a su madre —¡Mami!¿por qué lloras?

La madre ignoró el comentario y se lanzó a chillar a la madre de Pet— ¡Eres una zorra!¡una maldita bastarda!¡llevate a tu hijo de aquí y no vuelvan!¡nunca más!

A Bonnie se le aguaron los ojos, ella si quería que Peter volviese. Sophia cojió a su hijo en brazos y salió del hogar Holden. Ahora, Cinthia cargó a Bonnie en brazos y señaló a su marido:— Y tú, maldito, no vuelvas por esta casa. Quiero el divorcio.

Bonnie sin entender nada, se acurrucó en los brazos de su madre, hasta caer en lo más profundo de los sueños.

(...)

En la carretera en dirección a la casa de los Benning, Sophia con los ojos aguados, casi no veía por dónde iba. A ciento ochenta por hora, y con los gritos de Peter, no se dio cuenta de cuando había empezado a llover. Eso no acabaría bien, y se dio cuenta de qué debía frenar, cuándo resbaló en la carretera y se quedó de lado. Agitada, Peter y Sophia se callaron de golpe.

Las luces de un camión fue lo último que vieron antes de qué impactara contra aquel coche rojo.

PeterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora