La tristeza y el dolor son unos sentimientos que una niña de siete años no debería conocer. Pero aquel día no fue perfecto y nada salió cómo esperaban.
Habían pasado tres duros días desde que Peter se había ido de la casa de los Holden.
Y durante tres días Bonnie no se sentía bien. Tenía un vacío en su interior y simplemente no se reconocía. Tenía sentimientos de anhelo y sus pensamientos la comparaban con el hielo.
Duele; duele saber que una pequeña está triste y no puedes hacer nada.
Simplemente ella estaba ausente en un mundo en el que no está Peter.
Cinthia Holden entró en la habitación rosa de su hija para descubrirla mirando por la ventana. Observando el triste paisaje formado por grises nubes.
-Cariño...- empezó la madre sentando a su hija en su regazo, esta se acurrucó en sus brazos.-A veces, Dios necesita ángeles para proteger al mundo; a veces, Dios elije a adultos, y sólo a veces, a niños buenos.
Bonnie miraba a su madre confundida, presintiendo que algo malo ocurría.
-Y, Peter...- susurró Cinthia- Peter ahora es un ángel, cariño, y él está en el cielo protegiéndose de los malos.
Los ojos de la pequeña morena se cristalizaron.
-¿Y podemos ir a verlo en el cielo?- preguntó, rompiéndose cada vez un poquito más.
-No cariño.- respondió antes de qué Bonnie empezara a llorar.
Lloraba y lloraba desconsoladamente mientras pataleaba intentando de zafarse del agarre de su madre.
Ella quería volver a ver a Peter; pero sabía que ya no podía.
(...)
Una semana pasó y absolutamente todos los días Bonnie miraba por la ventana con la esperanza de qué por casualidad, su rubio amigo volviera.
Se sentía sola. Estaba triste. Llena de dolor. Y sufría.
Solamente tenía siete años, ¿que mierda hacía una niña de siete años sufriendo?
Se negó a tener que aguantar la perdida de su mejor amigo, se resisitió a tener que aceptarlo.
Ella estaba acostada en el césped de su jardín. Miraba el cielo, habían nubes y parecía que iba a llover.
Después, sintió a alguien a su lado. No se giró a verle, simplemente se conformó con su presencia.
-¿Me has hechado de menos?- dijo él. Ya no tartamudeaba y su voz sonaba graciosa.
-Sí, mucho.- respondió ella. Él sonrió ligeramente.
Se quedaron en silencio, pero no era un silencio incómodo, al contrario; era un magnífico silencio.
-Peter, quiero que me prometas una cosa.- dijo Bonnie.
-Dime.- dijo el rubio.
-Quiero qué no te vuelvas a ir, quiero que te quedes, aquí, conmigo...- indicó ella.
-Te lo prometo Bo, -dijo Peter,- te prometo que nunca más me iré, te prometo que te cuidaré, te prometo que... ¡que seré tu ángel!- exclamó él emocionado.
Bonnie giró la cabeza para mirar a su amigo confundida. -¿Mi ángel?- preguntó ella.
-¡Sí!¡tu ángel!- respondió él- Te cuidaré y te protegeré para siempre.
-¿Para siempre?- exclamó la morena abriendo muchos sus ojos-¡eso es mucho tiempo Peter!.
-¡Da igual, Bo!- respondió el rubio entusiasmado con aquella idea.- Entonces, ¿siempre?
Ella volvió su vista al cielo, sonrió y pronunció:- Siempre.- para luego dejar que una gota de lluvia le tocara la nariz.
(...)
Aquella noche Maria había echo pollo con almendras para cenar y Bonnie se había entusiasmado pues era su plato preferido. La pequeña se sentó al lado de su madre, mientras le contaba sobre sus muñecas.
-Y, ¿no has hecho nada más hoy?- preguntó Cinthia.
-Sí, he echo un nuevo amigo.- dijo tranquila Bonnie.
-¿Si?¿cómo se llama?- volvió a preguntar mientras cojia un trozo de pollo con el tenedor.
-Peter- respondía Bonnie, ausente de la situación.
Cinthia Holden dejó caer su tenedor sobre la mesa mientras abría sus ojos y gritaba:-¿¡Qué!?.
(...)
Bonnie no sabía lo que había echo mal para qué su madre le gritara de esa forma y le mandara a dormir sin ni siquiera terminarse el plato.
Se estuvo repitiendo es pregunta toda la noche, mientras a su lado se encontraba Peter quien la escuchaba sin saber que decir.
-¿Mi mamá no me quiere, Peter?- preguntó entristecida a mitad de la noche, aferrándose a su amigo.
-Claro que te quiere, Bo, lo qué pasa es que es adulta.- respondió Pet intentando calmarla.
-¿Y qué si es adulta?- preguntó ella.
-Qué los adultos son tontos.- rió él.
Ella rasgó su tristeza y sonrió con fuerza.