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No estaba muy seguro, pero al parecer se había quedado dormido sentado en la silla armable, eso o que poseía el poder de pestañear y hacer que el día se vuelva un atardecer.

El hombre se restregó los ojos tratando de despertar bien, se supone que no debía quedarse dormido, ¡debía estar alerta! Así descubriría a su acosador, así su caballo no sería robado y así evitaría que el té se le diera vuelta encima. Miró la manta y estaba empapada en el líquido que alguna vez estuvo caliente y en un vaso.

Se levantó y sacudió lo que más podía la manta, entonces la tendió sobre la carpa, que se hundió un poco al recibir la presión del tejido.

Cayó luego en la cuenta de que debía revisar las cartas, si había una ya en el lugar de siempre significaba que el sujeto ya había pasado, burlando la "vigilancia" del granjero.

Corrió hasta la pequeña colina que se formaba metros más allá y comprobó que no hubiera ningún escrito.

Y en efecto; no había ninguno.

El hombre botó aire aliviado y se sentó en el mismo piso. Su juventud lo había dejado ya hace un par de años al cumplir 35, y desde ese entonces se cansaba más rápido, porque ya saben, siempre es culpa de la edad (o eso creía él).

Se levantó luego de unos segundos, se sacudió el pantalón y fue caminando de nuevo hacia su pequeña base provisional.

¿Y si su acosador no aparecía porque él estaba allí? El granjero no lo veía posible, pues de todas formas lo vería a la lejanía con sus preciados binoculares. Pensando en eso se acordó de algo; el traía un maletín en el cuál estaba su aún más preciado telescopio, el cuál alguna vez fue un regalo de cumpleaños para su amada hija. Suspiró con tristeza.

Al llegar abrió inmediatamente el maletín y se dedicó a armarlo. No era tan difícil, pero igual tenía sus mañas.

Movió cada una de las piezas de un lado a otro, tratando de encajarlas. Les sopló para comprobar que estaban bien puestas. Incluso jugó con algunas de ellas.

Y cuando al fin estuvo armado, lo miró, orgulloso. Lo había traído para no desperdiciar la noche en caso de que no apareciera el acosador. Siempre le había gustado ver las estrellas con su hija.

En eso, una fuerte corriente de aire pasó justo dónde él estaba, golpeando su espalda con el frío del viento. Era tan fuerte que se podían ver un par de hojas, plantas, rocas pequeñas y algunos pétalos de flores volar en sintonía con la corriente. El granjero se sintió una verdadera Pocahontas.

Siguió entonces aquel viento pasajero con la mirada, alejándose lentamente hacia el cielo. Y de repente, algo apareció en el manto estrellado que ya era medio gris. El misterioso objeto era blanco, era muy fácil seguirle la pista con ese color en un entorno oscuro. Caía lentamente desde las nubes, así que para poder divisar mejor que era se puso los binoculares.

No pudo creer lo que vió después. Era una de las cartas.

¡Un avión!¡Algo volador!¡Eso explica el porqué no lo veía y pasaba tan rápido!

Corriendo agarró el telescopio y se posicionó en el para buscar el maldito vehículo de su acosador, si no lo veía con los binoculares, lograría verlo con el telescopio.

Pero no encontró nada.

Siguió buscando un par de segundos mientras gruñía bajo, está muy cerca ¡No lo puede perder!

Entonces, en cosa de tan solo segundos millones de respuestas vinieron a su mente y miles de preguntas también.

Había logrado comprobar el porqué no veía a su acosador.

Era porque no existía.

Y la niña de las cartas sí.

Acababa de ver la habitación dónde vivía, que literalmente era un cubo negro flotando más allá de las nubes, con una diminuta ventana, por donde lanzaba los escritos.

Finalmente, la carta enviada tocó el piso, esperando a ser leída.

☀️

Mirai, la pequeña de las cartas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora