Prólogo

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Una joven mujer rubia de unos veinte años  se encontraba andando por las frías calles de la ciudad con una cesta mientras la nieve caía encima suyo.

Había discutido con su pareja hasta el punto que se había tenido que maquillar para ocultar los moretones de su rostro para poder salir a la calle. No entendía como su relación se había vuelto tan tóxica, pero ella sabía que no tenía lugar donde ir.

Su madre había muerto cuando ella había nacido y con su padre su relación era inexistente, ni siquiera sabía donde vivía o donde encontrarlo para pedirle ayuda.

- Si tan sólo yo fuera...- empezó a pensar pero negó mentalmente, no era momento de pensar en eso, tenía que darse prisa para llegar a su destino y regresar a lo único que podía llamar hogar antes de que su pareja regresara como siempre borracho.

Llegó a la puerta de un orfanato y se lo quedó observando unos segundos mientras se mordía el labio, dejó la cesta al suelo y se arrodilló notando la fría nieve en sus rodillas abriéndola lentamente dejando ver a un niño de cabello violeta que estaba tapado con una mantita de color pastel. La mujer sacó el niño con delicadeza de la cesta junto a la manta para que no tuviese frío, pero el niño empezó a llorar levemente.

- Lo siento hijo, lo siento lo siento lo siento- se disculpó varias veces la joven madre mientras le caían lágrimas por sus ojos verdosos sin dejar de abrazar a su hijo que poco a poco fue calmando sus lloros. - Aquí estarás a salvo y encontrarás una familia que te va a querer y proteger- empezó a decir con la voz entrecortada sin poder dejar de llorar. - Crece fuerte, haz muchos amigos, come de todo...- tuvo que parar de hablar unos segundos ya que las lágrimas impedían seguir hablando. - Pero sobre todo...se tu mismo, cumple tus sueños y...y no dejes que nadie te corte las alas. Te quiero mi pequeño- dijo besando su frente y ponerlo dentro de la canasta.

Se limpió las lágrimas y con la mano temblorosa llamo a la puerta para luego salir corriendo y esconderse a una esquina.

La puerta se abrió dejando ver a una monja de unos cuarenta años, miró a ambos lados  sin ver a nadie y cuando iba a cerrar se percató de la canasta. La agarró escuchando unos pequeños lloros y al abrirla encontró al pequeño niño junto a una nota donde ponía su nombre.

- Santo Dios, pequeñin- dijo sacando el niño de la canasta y volver a mirar a ambos lados sin poder ver a nadie en esas frías calles de invierno hasta que el niño volvió a lloriquear. - Shhh...tranquilo, ya estás a salvo Alejandro- dijo la monja agarrando la cesta y cerrar la puerta con ella y con el niño en brazos.

La mujer cayó sentándose en el frío suelo sin poder dejar de llorar, era lo mejor para su hijo y no tener el tipo de vida que tenía ella. Cuando ya no le quedaron más lágrimas para derramar y con el corazón roto se levantó del suelo, empezó a alejarse mientras tiraba su peluca mostrando su cabello corto violeta y perdiéndose en la oscuridad de la noche.

AlejandroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora