Capítulo 1: Introducción

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Hola a todos.

Me llamo Daniel y tengo dieciocho años. Soy alto, moreno y tengo los ojos con una tonalidad mezclada de verdes con marrones, por la cual ha llevado a que la gente me llame o me cite como "El señor de los bosques", esto debido al recuerdo que infunden mis ojos hacia este lugar.

Mi vida nunca fue de una gran importancia... Era huérfano de madre y padre desde una edad muy temprana, debiendo vivir con una mujer que siempre fue alguien que había cuidado de mí desde el momento en que me rescató de un orfanato donde era común no ver a los mismos niños y niñas que habían llegado el día anterior, y sí se les veía sería o con multitud de moratones y sangre, o bien con su último suspiro de vida ya desprendido de sus labios.

Los monitores responsables de aquellas instalaciones no eran más que verdugos de infantes para sus pruebas diabólicas, experimentos para un gobierno despiadado que solamente deseaba ponerse a la cabeza del mundo mediante la transmutación de niños a una mentalidad sanguinaria propia de los soldados más violentos imaginables.

A mi edad de siete años, pude escapar de aquel lugar justamente el día previo al que iba a ser mi primer día en la habitación ominosa, la cual era el lugar donde más torturas y daños hacían a todos los que estaban en aquel orfanato. La mujer que me rescato, una persona de una edad avanzada pero con un corazón más grande que los puños de un boxeador, llegó preguntando por un niño que pudiera ayudarla en los quehaceres diarios.

- Muy buenos días, caballeros.

Dijo la mujer mayor a los encargados de aquel lugar con una voz de ancianita adorable.

Los dos jóvenes que la estaban atendiendo la sonrieron para responderla al unísono.

- Buenos días, señora. ¿En qué podríamos ayudarla? ¿Ha venido a adoptar a algún niño?

La anciana asintió mientras se movía lentamente con su bastón hacia los recepcionistas.

Era de un aspecto muy semejante al que debía de tener una persona de su edad. Tenía una cabellera blanquecina larga que le llegaba hasta detrás de los hombros. Vestía un traje cómodo pero bello, unos pantalones deportivos de color negro con apariencia de vaqueros y una chaqueta de color rosa de cuero.

- Vengo buscando a un niño bueno y muy obediente... Alguien que pueda ayudarme a limpiar...

Ambos chicos la dejaron entrar a las instalaciones, las cuales estaban tras una puerta corrediza propias de las cárceles de máxima seguridad de países como Estados Unidos y Rusia.

A la mujer le asombró ese tipo de puerta en un lugar infantil y de acogida que debían de tener un orfanato, fue por ello que le comentó este hecho a uno de los dos muchachos.

- Discúlpame, hijo...

- No se preocupe, señora. ¿Qué necesita?

Le cuestionó el chico que fue preguntado mientras ayudaba a la mujer a caminar por dentro del gran pasillo que llegaba hasta un enorme patio interior de cemento.

- Las puertas de entrada a este lugar desde la recepción... ¿Son de una cárcel...?

El joven asintió sonriente mientras que la guiaba por un patio de cemento duro con canastas, porterías y dibujos de rayuelas tan bien conservadas que parecía muy extraño tal nivel de aguante, casi como si no hubiesen sido usados nunca.

- Sí... Cuando el Gobierno nos brindó este lugar nos dijeron que no podíamos tocarlo mucho debido a que era un lugar muy histórico... No pudimos remodelarlo y los niños viven aquí como si fuera una prisión real en funcionamiento.

Cuando llegaron tras una de las porterías, la llevaron ante una sala donde solo había tres niños.

El primero era de una apariencia mucho mayor a la de los otros dos chicos. Era pelirrojo y tenía una mirada de odio imposible de ser borrada de su rostro, casi como si fuese una estatua. Era corpulento y tenía el tatuaje de una lágrima en su ojo derecho.

Corazón de BatallaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora