Capítulo 12: Última bala

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Crío se encontraba en una habitación con una luz muy brillante. Ella ya no se acordaba de cómo había llegado allí ni de que se encontraba bajo la influencia de aquel terrible rival.

- ¿Dónde estoy...? ¿Esto es mi reino...?

Dijo mientras rascaba su nuca en un estado de trance y miraba a su alrededor a la vez que caminaba por aquel lugar completamente blanco.

- No veo nada... Y no noto el frío del hielo... Pero aún así me noto como si estuviese en mi reino... Noto ese olor... Mi tan amado y preciado reino de hielo.

En ese momento la habitación se tornó en un campo helado de unas dimensiones superiores a cuatrocientos kilómetros de diámetro.

 Alrededor de Crío solo había nieve en una gran cantidad que superaba los diez metros de espesor o más, haciendo parecer que el mismo suelo era únicamente de este material y que hasta el fondo de la Tierra solo habría esto. Sobre este mismo piso frío también habían cristales de hielo muy puntiagudos y de un grosor magnífico.

Crío sonrió y se sentó en la nieve, tocando  esta con sus manos sin cambiar un ápice su rostro con la pequeña carcajada.

- Esto sí es mi reino... ¿Dónde estará mi castillo? Es imposible que no se pueda ver desde toda la ubicación, es la construcción más maravillosa y hermosa posible... Por algo la cree yo con mis propias manos.

Mencionó observando hacia el punto más lejano que podía ver con claridad. En ese punto pudo divisar cómo una tormenta de nieve se desplazaba y dejaba ver una gigantesca estructura que relucía como un cristal a la luz tenue del Sol, iluminación que llegaba hasta aquel lugar tras atravesar un gran cúmulo de nubes grises que parecían un tejado húmedo y poco tangible.

Crio sonrió y comenzó a correr hacia la gran estructura, deslizándose por el hielo como si estuviese en una competición de patinaje artístico.

Pronto se transformó en un lobo con el pelaje blanco para tratar de llegar a su hogar.

- (Por fin podré verles de nuevo... Ya hacía mucho que no lo hago...)

Pensó antes de acelerar su paso y alcanzando una velocidad muy superior a la de un guepardo en plena carrera.

En el momento en que llegó a las puertas, volvió a su forma humana y se quedó observando a dos personas que estaban con lanzas bloqueando la entrada.

Eran muy extraños. Iban vestidos con armaduras muy pesadas propias de guardias de reyes de la Edad Media. No tenían rostro o, si lo tenían, estaba siendo tapada por unas máscaras de acero iguales a la de los gladiadores. Estas máscaras tenían varios orificios para permitirles respirar.

- Buenos días, Is. Buenos días, Ice.

Al ver de quien se trataba aquella doncella la abrieron el paso colocando sus lanzas de hielo en una posición vertical para que la espíritu pudiese acceder.

- ¡Disculpe majestad! ¡Es un honor tenerla de vuelta!

La mencionaron antes de que Crío entrara y observara cómo su trono de hielo seguía intacto y que todos sus sirvientes estaban presentes, sorprendidos y felices por su regreso.

- ¡Majestad! ¡Habéis vuelto!

Mencionó casi llorando una joven muchacha con el pelo negro y que portaba una jarra de vino.

Crío al verla fue rápidamente a su encuentro y la abrazó muy emocionada, casi desprendiendo algunas lágrimas de sus ojos azulados.

- Querida Kuromi... ¡Cuánto habéis crecido! Y eso que no ha pasado tanto desde que me marché.

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