Prólogo

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— ¡Megan Maxwell, si no mueves ese culo y bajas, juro que te arrepentirás más tarde!— ladeo una sonrisa al escucharlo, me encanta cuando se pone de intenso.

Me observo en el espejo esperando encontrar algún desperfecto en mi atuendo, pero simplemente no lo encuentro, el tafetán se amolda a mis curvas y el corte del vestido hace que mis pechos resalten por el escote profundo, el cual esta noche tiene por objetivo tentar y volver a quien sea, loco de deseo. Tomo entre mis manos el labial color rubí que reposa sobre el tocador, me inclino ligeramente hacía el espejo y lo aplico con cuidado obteniendo por resultado que mis labios se vuelvan más seductores ante la percepción de la vista humana. Una vez que término con mi trabajo me alejo del tocador para observar mi reflejo, me felicito a mi misma por verme malditamente bien y arrolladoramente sexy. Sé que soy hermosa, lo admitan o no, la mayoría de las mujeres que veré en la fiesta esta noche lo saben. Es por eso que me tienen envidia, porque soy joven, bella y rica. Sin contar que muy pronto mi fortuna se elevara al máximo.

Puede que muchos piensen que soy una perra materialista, narcisista y egocéntrica, a quien no le importa nadie más que ella misma, cosa que en realidad no está lejos de la verdad. Solo que se equivocan en algo, yo no soy una hipócrita como los del mismo círculo social al que pertenezco. Al menos yo sí reconozco lo malcriada, inhumana y horrible persona que puedo llegar a ser, por lo que no me molesto en fingir ser una santa.

Salgo de mis pensamientos al sentir como alguien pasa sus manos por mi cintura y me rodea con sus brazos por detrás de mí, ni siquiera escuche en que momento entro por la puerta. Me reclino sobre su cuerpo al sentir como sus manos viajan por el contorno de mis caderas y se detienen en el valle de mis senos. Ahogo un suspiro al sentir el contacto de sus finos labios sobre mi frío cuello.

—Con las ganas que tengo de follarte y tú poniéndome las cosas fáciles. — susurra en mi oído, con un tono seductor, lo que provoca que casi de inmediato sienta una punzada en la parte baja de mi abdomen. Con una sonrisa maliciosa en mis labios, me libero de su agarre, girando sobre mis talones para rodearlo esta vez yo con mis brazos sobre su cuello.

—No sabes cuánto me encantaría que lo hicieras. Pero el idiota no tarda en llegar por mí. —murmuro con frustración, deposito un beso en la comisura de sus labios dejando una marca de mi labial. La cual seductoramente quito con mi lengua. En respuesta me pega a su cuerpo para que sienta lo que provoco en él.

—Podremos hacerlo rápido— susurra sobre mis labios para después atraparlo en un apasionado beso. Sus labios se mueven sobre los míos con vehemencia, nuestras respiraciones entrecortadas se mezclan, en una sinfonía perfecta a la que parecemos acoplarnos como si perteneciéramos el uno al otro. Mi presión arterial se acelera, siento como entra en combustión todo mi cuerpo cuando sus manos se cuelgan por debajo de mi vestido y recorren con posesión la zona de mis glúteos. Comienzo a sentir la gran erección que va creciendo debajo de sus pantalones.

— ¡Megh!— no ahora...

—Maldita sea— gruñimos antes de alejarnos — ¿Cuándo piensas deshacerte de ese tipo? Ya me tiene harto. — todo rastro de lujuria comenzó a desaparecer, en su lugar es remplazado por enojo, cada musculo de su rostro comenzó a contraerse.

—Sólo falta poco, debes esperar— tomo su rostro entre mis manos y lo obligo a mirarme directo a los ojos, tratando de tranquilizarlo pero como respuesta consigo que me empuje, con poca fuerza pero suficiente para alejarme de él, sale de mi habitación azotando la puerta.

Él debía entender, que estábamos cerca de conseguir lo que papá quería. Solo debíamos esperar un poco. Muy pronto acabaría; y él y yo podríamos ser felices, junto con los millones que conseguiré si sigo con este "juego"

Me acomodo el vestido, el cuál considerablemente se había subido hasta la altura de mi abdomen, me concentre en volver a pintar mis labios mientras esperaba que entrara por la puerta. Puse la mejor cara de mojigata cuando escuche sus pisadas acercarse. ​La puerta se vuelve abrir y por ella entra mi segundo novio, al cual le voy agradecer los millones que voy a recibir gracias a él.

—Amorcito...— murmuro haciendo un puchero con los labios mirándolo coqueta por el espejo. Se acerca dando grandes zancadas, y sonrió al notar como su mirada se oscurece. Es obvio que quiere que me acueste con él, feo no es, así que complacerlo será todo un placer y de paso bajo mi calentura. Me pego a su cuerpo restregado mi trasero sobre el lugar donde se supone debe estar brotando ya una pequeña erección. — ¿Qué pasa?— pregunto desconcertada al no sentir nada moviéndose allí abajo. No podía habérsela encogido más de lo que ya estaba.

—Dímelo tú... amorcito— susurra sobre mi oído con un tono sarcástico, inusual en él. Al instante siento como una de sus manos me aprisiona fuertemente del brazo, mientras la otra la dirije a mi cuello pasado la yema de su dedo sobre mi cremosa piel. Trago saliva nerviosamente, su actitud me inquieta y asusta al punto de provocarme miedo.

— ¿Sucede algo amor?— pregunto con la voz estrangulada, intentado hacer que suene relajada. Sus dedos alrededor de mi cuello comienzan a cerrarse, clavándose como cuchillos sobre mi piel, dejándome sin aire —Iz...— intento pronunciar sintiendo como el aire no es capaz de entrar a mis pulmones. En medio de mis jadeos, me da la vuelta para acerca su rostro al mío dejándome ver la maldad viva en su mirada, resultándome inverosímil.

—Veremos si puedes volar, con eso que te sientes como un ángel— murmura con perversidad soltando mi cuello, dándome al menos unos segundos para intentar recuperar el aire. Pero, aun sujetándome por el brazo me jala en dirección al balcón, ejerciendo una fuerte presión sobre mi muñeca y aunque lucho con todas mis fuerzas para poder liberarme de él, no obtengo resultados. Es mucho más fuerte de lo que alguna vez en mi vida pensé que sería. Me arrastra sin piedad hasta el final del balcón, puedo sentir el viento helada de una fría noche de octubre chocar contra mi rostro, solo que no se si esto anteceda mi muerte.

— ¡No, no, no!—grito en medio del llanto, le imploro, le suplico que no lo haga. Pero eso solo provoca que aumente la rabia contenida en su mirada

—Espero que vueles muy alto. — desea, segundos antes de arrojarme a la oscuridad.

La Última CarreraWhere stories live. Discover now