NARRA MEGHAN MAXWELL
— ¡MUEVANSE!— grito con voz furiosa, provocando que suene gruesa, imponente y clara. Cada una de las chicas comienza a correr hacia la camioneta, unas caen en el camino pero mis hombres se encargan de levantarlas antes de que yo misma lo haga.
—Necesitas calmarte, Megh— pide Escorpión caminando a mi detrás. Inhalo profundamente, él sabe lo mucho que me molesta que me digan eso. Anticipando mi reacción se apresura en llegar a mi lado para intentar tranquilizarme.
Me apartó de él agresivamente.
—Soy tu jefe no tu amigo. No se te olvide...— amenazó con voz rabiosa.
—No se me olvida, tengo muy claro cuál es mi trabajo estando a tu lado — responde con calma pero con una severa advertencia en su mirada que no me molesto en considerar.
—Entonces, por qué mejor no mueves el trasero y te pones a trabajar que para eso te pago. —aprieta la mandíbula reprimiendo las ganas de decirme algo, da media vuelta y avanza hacia una de las camioneta donde están subiendo a las chicas.
Sacó la cajetilla de cigarros que guardo en mi chaqueta, tomó un cigarro colocándolo entre mis labios, regresó la cajetilla a su lugar y sacó el encendedor; enciendo el cigarro y le doy unas caladas esperando que el humo me relaje al pasar por mis pulmones.
— ¡Suéltenme, no me quiero ir!— los gritos agudos de una de las chicas llaman de inmediato mi atención. Observo como comienza a patalear cuando uno de los hombres la arrastra hacia la camioneta pero esta se niega a subir dentro. Al instante Escorpión llega hasta donde se encuentran para hablar con ella, pero no parece obtener que la chica entre en razón ya que parece estar más preocupada por el taco que se le acaba de salir a su tacón.
— ¡Suéltenla!— ordeno y todos voltean a verme. Escorpión parece alarmarse ya que intenta sujetarla para protegerla de los dos hombres pero falla en el intento ya que antes de que suceda uno de ellos lo golpea dejándolo incapacitado en el suelo. Les hago una seña a ambos para que se acerquen con ella, quien comienza en medio de sollozos a suplicar que no le haga nada.
— ¡Déjenme ir, por favor!— pide lloriqueando ruidosamente llegando delante de mí; no sé qué más es irritante si su voz o el olor de su perfume.
— ¿Quieres irte?— sonrío amigablemente mientras me inclinó hacia delante, quedando cerca de su pecoso rostro.
—Sí— balbucea con esperanza
—Bien, puedes irte— me enderezo y le doy otra calada al cigarro, sintiendo como el humo atraviesa mis pulmones produciéndome una sensación placentera. — Chicos, por favor, suelten a la damisela— ordeno expulsando el humo, mientras hago un ademán con la mano que sostenía el cigarro. Al principio nadie se mueve, todos permanecen en sus lugares observando con recelo la escena.
—Pero ya, que no tenemos todo el tiempo. — los dos que la sujetan cruzan una mirada cargada de confusión, sin embargo hacen lo que les ordene. La chica parece no creérselo, cuando la sueltan queda inmóvil como tratando de procesar las palabras que acaba de escuchar. Sonríe como una tonta ilusa, incluso puedo notar el brillo de felicidad que reflejaban sus ojos.
—Puedes irte—repito y su sonrisa se amplía aún más. Al salir de su pasmo, se limpia las lágrimas de cocodrilo, se acomoda el minivestido que trae puesto mirando de soslayo a Escorpión coquetamente. Luego emprende camino hacia la salida del lugar. Creyendo estúpidamente que finalmente será libre. —Uno...—saco mi arma. —Dos...— le quitó el seguro. — Y tres... ¡Que tengas buen viaje!.—le apuntó y disparó a la cabeza sin fallar. Yo nunca fallo.
Todas las demás prostitutas que han estado observando todo, entran en pánico y comienzan a gritar. Disparó dos tiros al aire para que se callen, en señal de advertencia ya que si me da la reverenda gana cualquiera de ellas puede ser la siguiente.
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La Última Carrera
RomanceBienvenidos a Berlin, en donde los cuentos de niños solo son mentira, a no ser que el protagonista sea quien te narre el cuento.