Capítulo 6: Sola.

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Me sobresalto al oír algo quebrándose, restriego mi rostro y miro a mi alrededor sin reconocer la habitación. Mi compañero fiel está durmiendo cómodamente a mi lado con sus patas estiradas, salgo de la cama confundida y me coloco mis zapatos. Abro la puerta de la habitación con la menor cantidad de ruido posible para no despertar a Pongo, al ver la sala las memorias de anoche me golpean y suspiro aliviada recordando donde estoy.

Reconozco a Nathan arrodillado en el suelo recogiendo los trozos de un plato roto, me acerco y se percata de mi presencia, me mira por encima de su hombro unos segundos.

–No quise despertarte– dice y me agacho a su lado–. Cuidado que pisas un vidrio.

–Si no me despertaba el plato, el olor a comida lo haría– comento con diversión–. Déjame ayudarte.

–No te preocupes.

–Ya te has cortado, yo puedo hacerlo– señaló su pulgar sangrando, lo piensa y asiente levantándose.

Agarro los pedazos más grandes con cuidado y los amontono, con el cepillo barro las partículas que no puedo coger con las manos y no son tan visibles al ojo, para juntarlo en la pala y desecharlo en la cesta de basura. Dejo las cosas de limpieza donde las encontré, en el mesón junto a las hornillas veo un par de huevos servidos y una bolsa de pan, escojo otro plato y sirvo los huevos que están en el sartén para llevarlo todo al mesón de granito, Nathan vuelve con un apósito adhesivo alrededor de su pulgar y me mira con una sonrisa ladeada.

–Se supone que yo debería servirte– dice pagando a la cocina.

–Lo siento, no estoy acostumbrada a que me atiendan– murmuro apenada, saca una jarra de jugo del refrigerador con dos vasos y nos sentamos a comer. 

–¿Cómo dormiste anoche?– me pregunta.

–Muy bien, gracias. Tu cama es más cómoda que la mía– expreso con una sonrisa–, ¿y tú?

–El sofá también es bastante cómodo.

–Lo siento, por eso también– digo y ríe.

–¿Cuál es el plan para hoy?– pregunta.

–Tengo que volver– respondí encogiéndome de hombros, su ceño se frunce.

–¿Estás segura?

–Pongo tiene que comer y yo necesito ducharme, cambiarme esta ropa– explico–. Además, estamos en horas de trabajo de Allan así que probablemente estará vacío el departamento.

–Lo que tú digas será.

Una hora más tarde Nathan nos conduce hasta mi departamento, se ofrece a acompañarme hasta el interior para asegurarse de que Allan no estuviera adentro. Mentiría si dijera que mis nervios no se alteraron un poco cuando entré a la habitación, solo imaginándome la reacción de mi esposo si me viera llegar con un hombre completamente desconocido.

–Tengo mucho trabajo que hacer– murmuro suspirando.

El lugar si está libre de alguna presencia diferente a la de nosotros y un poco revuelto, los cojines están tirados en el piso, hay un vaso de vidrio roto en el suelo de la cocina y las sábanas de nuestra cama están en el suelo.

–¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?– sugiere y niego con la cabeza.

–No he visto a Allan tomado muchas veces, pero de algo estoy segura y es que es impredecible, si amaneció con resaca es posible que vuelva en cualquier momento para dormir– explico abrazando mi brazo izquierdo.

–Entonces, ¿por qué quieres quedarte aquí?

Me encojo de hombros–. Al final del día Allan es lo único que tengo, desde que nos casamos solo he tenido contacto con sus amigos y familia, mis padres murieron hace un año. Estoy sola en esto– explico y tengo que hacer un esfuerzo sobre humano para contener las lágrimas.

Nathan no dice nada y me acoge con un abrazo firme dejando que mi cabeza repose en su pecho, puedo escuchar los latidos de su corazón fuertes, pausados, y su ritmo regular me tranquiliza. Siento como deposita un beso en mi coronilla y luego descansa su quijada en mi cabeza. No puedo recordar la última vez que Allan me dio un abrazo de este tipo, un abrazo con el único propósito de tranquilizarme y brindarme protección. El muchacho de cabello rubio no tiene que decir nada para saber que intenta apoyarme.
Me separo y una de sus manos acuna mi mejilla, acariciando mi pómulo con su pulgar. Mi mirada se desvía a sus labios por menos de un segundo, después él hace lo mismo y tengo que ponerme en puntillas para alcanzar sus labios con los míos. No puedo expresar lo que siento cuando él me corresponde con igual necesidad e intensidad, mi corazón quiere salirse de mi pecho y las mariposas en mi estómago que creía muertas, reviven. Sin embargo, la ilusión no me dura para siempre. Coloco mi mano en su pecho, buscando hacer espacio entre nosotros y romper el beso.

–Lo siento– pronunciamos al unísono, Nathan se rasca la nuca incómodo y mis mejillas se tornan calientes.

–Se me hace tarde para ir a trabajar– manifiesta después de unos segundos y asiento, pasa saliva–. Si necesitas algo, solo llámame.

–Gracias, Nathan– murmuro y se marcha.

Suelto todo el aire retenido en mis pulmones y deseo golpearme contra la pared. ¿En que estaba pensando?, estoy investigando a mi esposo porque sospecho de infidelidad ¡y voy justo a hacer lo mismo!

Me dirijo a la habitación y conecto mi celular al cargador para encenderlo. Aparte de catorce llamadas perdidas de Allan esta mañana, las otras notificaciones son irrelevantes. Reúno todo el valor que poseo y le marco.

¡Mi amor, por fin!– exclama apenas contesta, mi ceño se frunce. Esperaba muchos gritos honestamente¿Dónde estás?

–En el departamento, ¿por qué?– farfullo.

Estaba preocupado por ti, cuando desperté todo estaba hecho un desastre y tú no estabas– explica, podía percibir sincera angustia en su voz.

–¿No recuerdas nada de lo que pasó anoche?

No mucho, siendo sincero.

–Allan...

No, espera, voy en camino para allá– me interrumpe y cuelga.

Dejo el celular sobre la mesita de noche y veo a Pongo con preocupación. ¿Que debería hacer?
Para calmar mis nervios decido darme una ducha y ponerme algo cómodo, tampoco quería que llegara y yo oliera a otro hombre.

Mi esposo entra al departamento con una euforia que no es habitual en él, me abraza y me levanta en el aire diciendo que me ama.

–Pensé que no volvería a verte– anuncia abrazándome y río–. Te amo, te amo, te amo, te amo.

–Eres un exagerado– comento enrollando mis piernas alrededor de su cadera.

–No sé qué haría sin ti– confiesa y me besa.

¿Estoy confundida? Sí, demasiado. No había tenido a Allan tan desesperado por tener sexo desde nuestra primera vez en la luna de miel y por su actitud en este momento no sé qué pensar. Me recuesta en el sofá, besa mi cuello, levanta mi blusa y besa mi abdomen, se deshace de mis shorts y ropa interior sin mayor problema y se coloca entre mis piernas. Sin previo aviso ya está dentro de mi, sus besos me sofocan por la brusquedad y rapidez del momento; no me doy cuenta de cuando ha terminado y dice que debe irse a trabajar otra vez, no sin antes agregar ocho "te amo" más.

Infiel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora