Capítulo 15: Momento.

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Salgo del baño con mis ojos entreabiertos, luchando contra el cansancio. Me desperté gracias a los ladridos de Pongo, suponiendo que Allan se había ido a trabajar y no se molestó en alimentarlo. Sujeto la manija y halo, pero no abre. Me detengo un momento y vuelvo a intentar, pero nada. Todavía encerrada. Recargo mi cabeza contra la puerta y lanzo un par de puñetazos contra la madera.

Desde la cena con sus padres –cinco días atrás–, Allan se propuso a no dejarme salir del departamento bajo ninguna circunstancia a menos que él estuviera conmigo y para asegurarse de ello me deja encerrada en nuestra habitación. Una vez al día pasa por aquí, me da comida y alimento a Pongo, el resto del día lo paso acostada, llorando cuando estoy de mal humor y leyendo cuando estoy de buen humor. Ahora más que nunca me arrepiento de no haberme ido con Nathan cuando tuve la oportunidad.

Tomo asiento en la cama y cruzo mis piernas con aburrimiento, los ladridos de Pongo continúan y comienza a arañar la puerta.

–Ya basta– balbuceo sin ánimos, pero el dálmata continúa– ¡Pongo, por favor!

Me ladra con una insistencia que no había mostrado antes, decido ponerme de pie y acercarme a la puerta. Ahora está gruñendo, se aleja.

–¿Allan?– inquiero con el ceño fruncido.

–Tranquilo muchacho, soy yo– escucho no muy lejos, el dálmata ahora llora y una carcajada lo acompaña.

–¿Allan?– insisto con una mano en la puerta.

Alguien intenta abrir la puerta y forcejea con la cerradura, retrocedo un par de pasos con miedo. ¿Están intentando robar el departamento?

–Jade, ¿estás ahí?– preguntan, ¿qué demonios?

La cerradura cede finalmente y entra a la habitación, confirmo que su rostro corresponde a la voz que había escuchado antes. Me importa poco cómo ha entrado cuando lo tengo frente a mi, mi mente está en blanco y mi cuerpo no reacciona para más que comenzar a llorar.

–Tranquila, tranquila– susurra, me sienta en la cama y se arrodilla frente a mi con mis manos entre las suyas.

Me arrodillo con él y lo abrazo sollozando.

–Llevo d-días encerrada... aquí– suelto con dificultad.

–Por eso estoy aquí, vine a sacarte– dice, me separo para ver su rostro.

–¿C-cómo sabías que estaba encerrada?– inquiero con el ceño fruncido, sus manos acunan mi rostro y limpia las lagrimas.

–Es una larga historia, pero primero tenemos que salir de aquí antes de que Allan vuelva– advierte-, tenemos pruebas suficientes para demostrar que es infiel y ya no tendrás que volver con él.

Al principio sus palabras me asustan, cuando pensaba en dejar a Allan –muy rara vez– me imaginaba algo más formal, una conversación normal a solas y no una huida con el hombre que contraté para averiguar si me era infiel o no. Nathan me ayuda a conseguir una maleta para empacar las cosas más importantes, ropa, identificación, mis tarjetas y dinero. Antes de irnos le dejo una nota para hacerle saber que no quiero que me busque hasta que yo esté lista para enfrentarlo.

Aun con treinta minutos de distancia y en compañía del rubio no logro controlar mis nervios de un todo, mis manos se sienten temblorosas; temo que mi esposo se aparezca en cualquier momento frente a su puerta para llevarme de regreso.

–Entonces mi suegra te pidió que me investigaras porque estaba preocupada por mi– concluyo su larga –no tan larga– explicación y asiente, le doy un sorbo a mi taza de té.

–Mientras el equipo seguía a Allan yo hacía guardia en tu departamento, hablé con tus vecinos y el portero en recepción. Nadie te había visto salir en varios días.

–¿Y... cómo están las cosas con... Lily?– necesito preguntar, ladea una sonrisa.

–Somos amigos– responde, se encoge de hombros–. Le dije que estoy interesado en otra persona.

Me alivia que no haya pasado nada comprometedor entre ellos y su interés este enfocado en otra persona diferente a mi cuñada. Coge mi mano libre y deja un beso en mis nudillos, mis mejillas se sonrojan. Y por su gesto debo asumir que esa otra persona en la que está interesado soy yo.

Dirijo mi mirada hacia Pongo quien pone su hocico en mi regazo, ambos comenzamos a acariciarlo hasta que una de las manos de Nathan se topa con la mía y alzo mi mirada hacia la suya. Acomoda un mechón de cabello detrás de mi oreja, se inclina y deposita un beso en mejilla, donde el moretón es casi invisible. Una de mis manos roza su mentón, mi pulgar se desliza por su mentón y se detiene unos segundos sobre sus labios, analizando la contextura de su piel. No son perfectos, de hecho, están un poco resecos, pero todavía suaves. Afinca su frente en la mía, cierro mis ojos y bajo mi mano hasta su pecho buscando el tamboreo de su corazón. Los latidos son lentos y fuertes.

Siento sus labios acariciando los míos, jadeo correspondiéndole el beso. Sus manos se trasladan a mi cintura, me levanta y termino en su regazo. Concluimos el beso con una sonrisa plasmada en nuestros rostros y caricias entre nuestras narices.

–Si hay algo real aquí, tendremos que llevarlo un paso a la vez– expreso cepillando la barba de su mentón con mis dedos.

–Soy una persona paciente– accede con una sonrisa.

–Te advierto que puedo ser muy melosa, necesitada de cariño, infantil y usualmente muy curiosa– menciono.

–No me molesta.

–Los espacios abiertos o cerrados muy concurridos me dan ansiedad y tiendo a depender emocionalmente de las personas– añado–. Las películas de terror me dan pesadillas por días.

–Nada que no pueda ayudarte a superar.

–Y no entiendo muy bien las bromas con doble sentido– finalizo y se ríe.

–Podemos trabajar en ello.

–Oh sí, casi lo olvido, Pongo es parte del combo– agrego.

–Pongo es el perro más dulce que he conocido– comenta con una sonrisa.

–¿Algo que yo deba saber antes de continuar?– inquiero, sus ojos se achinan y mira al techo unos segundos pensativo.

–Le tengo un terrible miedo a los aviones, a volar– confiesa con diversión– y aracnofobia.

–No está mal.

–Me considero una persona friolenta– agrega–. A veces puedo ser muy empático, tiendo a ser inseguro.

–Anotado– sonrío, pero las comisuras de sus labios decaen y mira hacia abajo sujetando mi mano.

–Por ultimo, pero no menos importante, sufro de estrés postraumático– hace una pausa y me encara–. Estoy medicado y tengo terapia regularmente.

No esperaba una confesión tan seria como esa, percibo un poco de tristeza en su mirada y su falta de información despierta mi entrometida curiosidad.

–¿Por qué?, ¿desde cuándo?

–Las razones te las daré luego, no quiero arruinar el momento.

–No sabía que estábamos teniendo un momento aquí– expongo conteniendo una sonrisa.

Se inclina hacia mi buscando la fusión de nuestros labios nuevamente, esta vez con más intensidad que antes.

Infiel.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora