La muerte.

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01. 

Minho

Entre las sombras nocturnas, La muerte trepa paredes y se desliza por las esquinas, ingresa en casas y vislumbra a cada uno de los integrantes en búsqueda de volver acompañado a lo más recóndito de la no-existencia. 

Muchos, en su ignorancia, tachaban a La muerte cómo un ser maquiavélico y sin alma, un ser que venía desde las profundidades del más allá, con la única finalidad de aniquilar a cualquier persona que pendiera de un hilo y  despojarle de la realidad de un zarpazo filoso con su guadaña medieval.  Según muchas leyendas, independientemente del contexto histórico o cultural, la muerte no era alguien a quién quisieras ver, era ese invitado no deseado que golpeaba tu puerta a altas horas de la noche, con una túnica negra y una imagen esquelética. 


Oh, pero no podían estar más equivocado. 


La parca no era nada más ni nada menos que un ser empático, con la gracia concedida desde los cielos para procurar un descanso eterno en personas y animales fallecidos. Su poder era una bendición y una maldición al mismo tiempo. 

Y te preguntarás cómo es que sé esto. Déjame presentarme.


Me llamo Choi Minho y soy la mismísima muerte. 


Y permíteme comentarte que la nula sensibilidad que muchos creen parte de mí sólo son patrañas de una leyenda mal narrada y luego mal escrita. No soy un monstruo ni mucho menos un asesino, sólo soy un ser que fue creado desde las entrañas de la existencia para guiar a los más desorientados al final de sus días; darles la paz eterna o sumirlos en un castigo que los atormentaría hasta volverse polvo y nada.  Pero sigo siendo más que eso. 


Y yo me lo creí, me sumé a la bola de ignorantes y alimente aquel miedo aterrador cuando aparecía en las esquinas más obscuras de los callejones o en casa antiguas. Yo me quedaba allí, observando desde las sombras más pesadas y frías; implantando el miedo en la sociedad y me divertía aumentando el terror nocturno de las personas. Caí redondo en el vago estereotipo marcado y mal desarrollado por cuentistas somnolientos -y posiblemente alcoholizados- me deje llevar por túnicas negras y lleve una guadaña en mi siniestra. Cuando era la hora de llevármelos extendía una mano pálida y huesuda, con garras ennegrecidas y señalaba con determinación sus rostros. El pavor de los inocentes me alimentó por muchos años. 


Sin embargo, todo aquello acabó cuando lo conocí a él. 


Había sido la primera vez que tomé forma humana, yo no determinaba mi apariencia, era el simple destino que jugaba con la genética de las personas que me había atrevido a tocar superficialmente con el paso de los años lo que generaba una imagen aleatoria. Una vez adoptada, jamás podría desprenderme de ella, pero me servía en momentos como estos. Aunque las personas en realidad no podían verme en mi imagen real,  a menos que estuvieran en sus últimos momentos o a menos yo me mostrara explícitamente.


Sentado en el borde de la acera, siendo vagamente iluminado por la luz de un farol y mirando recelosamente un autobús que giraba en una de las esquinas más cercanas, el dueño de mis suspiros había soltado un chasquido con su lengua mientras abrazaba sus piernas y hundía su rostro en la mochila que estaba sobre estas. Yo me quedé mirándole desde pocos metros, el cómo volvía a alzar su mirada, buscando otro transporte a esa hora, mientras un pequeño puchero -posiblemente involuntario- se plasmaba en esa pequeña boquita rosácea. Y de forma involuntaria, mis pies me llevaron cerca del muchacho, recargándome en el farol nocturno y mirando de forma distraída las puntas de mis zapatos.

¿Quién dice que la muerte no se enamora?  2MIN - Twomin.Where stories live. Discover now