Parte 3

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Alrededor de las siete de la noche, Marín estaba en casa de una amiga suya tomando café, mientras que Bianca y Richard estaban practicando para el torneo de tenis de mesa. Pero, por alguna extraña razón Arthur no se estaba preparando para salir con el Mustang y Lucrecia estaba extrañada por aquella situación y más cuando lo vio sentado en el sofá viendo la televisión.

— ¿Qué sucede Vaquero? Pensé que ibas al rodeo hoy.

—Me dieron el día libre, citadina. Además que el Mustang también se merece su día libre ¿No crees?

Lucrecia se sentó cerca del sofá y le preguntó— ¿Qué estás viendo? Dudo mucho que consigas un western a estas horas. Y creo que tu ídolo Ron Paul ya dijo lo que tenía que decir no hace mucho.

—Está muy habladora hoy, lo bueno es que ya no tanto a la defensiva ¿Puedo saber las razones?

Lucrecia había sido descubierta, así que no tenía otra opción más que hablar de forma honesta con Arthur. — Conversé con tu abuela y creo que te mereces una disculpa y una muy honesta. Me excedí cuando te dije que estabas en el circuito de carreras clandestinas de autos, lo dije sin tener pruebas de lo que realmente hacías.

—Acepto tus disculpas, citadina. Pero, para la próxima ocasión asegúrate de tener el toro agarrado por los cuernos. Aunque ¿Me permites hacerte una pregunta?

Aquellas palabras tomaron con la guardia baja a Lucrecia, sabía por dónde iba a ser la pregunta y más como Arthur se había tomado todo el asunto de la disculpa. Con una calma que le recordaba a esa misma calma que mostraba su abuela cuando le tocaba hablar de temas serios.

—Al menos dime algo, algo que aplaque un poco mi curiosidad ¿A qué se debe esa obsesión tuya con el asunto de las carreras clandestinas de autos?

—Creo que antes de darte la respuesta, debo pedirte una cosa. Que quede entre nosotros, ya que tiene que ver con algo personal.

—Puedes contar con eso. Así que, no sé si quieras tomarte algo; pero yo tengo ganas de beberme un té frío ¿Qué quieres beber tú?

Lucrecia decidió no comentar, usando su habitual sarcasmo, algo sobre beber cerveza, pero solo pidió otro té frío enlatado que había sacado Arthur de la pequeña nevera. Así que le pareció oportuno el momento para al menos soltar una pequeña parte de esa carga que tenía sobre aquel tema.

—En el último año de secundaria, unos amigos comenzaron a buscar empleo pero en vano. Un día, alguien les comentó de esas benditas carreras así como el buen dinero que estas les daban a los ganadores.

Así comenzaba el relato de la estudiante de periodismo, las típicas muchachadas que se juntaron con las hormonas haciéndoles creer que son dueños del mundo y que el mundo les pertenecían o que debían apartarse del camino los que no querían que ellos triunfasen.

—Honestamente, no hay mucho que hacer los fines de semana en mi pueblo natal. Quizás, tú también puedas comprenderlo ya que yo vengo de un estado agrícola; pero aquello de las carreras era un asunto que si bien no se comprendía bien, lo asociábamos mucho con los sucesos de la gran ciudad.

Pero era una pésima mezcla, peor que la de mezclar chicos jóvenes con alcohol y esos retos de voltear ganado o golpear buzones con bates de beisbol ya que estaba en juego el regalo de la vida.

—Mis mejores amigos se sentían como unos valientes, habían ganado varias veces contra retadores de los pueblos vecinos. Hasta que llegó esa nefasta noche, el asfalto estaba mojado y el reto era conducir sin las luces de los autos; así fue como perdieron la vida dos de mis mejores amigos. Me tocó no solo escribir el respectivo obituario en el periódico escolar así como revelar que en secreto de donde ellos sacaban el dinero.

Era dinero manchado, no valía la pena todos los riesgos que estaban corriendo y tarde tanto ellos como Lucrecia aprendieron esa lección. Pero tenía ahora una tarea que asumir, investigar de donde había salido aquel bólido que había cortado la vida de sus amigos, por mucho que dijeron que había sido el asfalto mojado el responsable de aquella tragedia.

—Si todos en tu pueblo saben que esa zona donde los corredores usaban para sus cosas, siempre fue un lugar no muy seguro ¿Para qué te obsesionas con uno de los competidores? Fue una falla humana de tus amigos, la cual se mezcló con un asfalto mojado.

—Estuve indagando, quizás a modo de superar el luto. Un Toyota azul se había convertido en un tema recurrente en los competidores de los estados vecinos quienes tenían el mismo problema; había un patrón, pero todo indicaba que estaba por venir para acá, California.

Las palabras de Arthur hicieron reflexionar a Lucrecia, nuevamente estaba confundida con la llegada de aquel muchacho. Extrañamente, ahora se sentía un poco aliviada.

—Y ¿Ahora qué vas a hacer? Citadina

—Posiblemente, tomar tu consejo Vaquero.

Para seguir con el presente relato, hay que hacer una pausa, irnos a unos cuatro meses atrás justamente cuando la famosa filtración se hizo notoria, el Mustang no estaba relinchando con fuerza y el famoso torneo de tenis de mesa aún estaba en organización; ciertamente el horizonte no se miraba muy bien para aquella casa.

Lucrecia se reunió con sus dos amigos en su habitación, trataba el asunto de la misma forma como ella abordaba los problemas del campus en los que se metía y con la misma mente aguda que usaba para escribir sus artículos en el periódico del campus. Se sentía que debía hacer algo en esa casa así como por la dueña.

—Estamos, ciertamente, en un dilema— comentó Richard—, lo peor del asunto es que aún nos falta bastante para recibir el pago de la beca. Y estoy al tanto de que juntando esos pagos no nos da para pagar esa reparación e invitar a otro residente es una pésima idea.

—Lo peor del asunto es que escuché hablar por teléfono a Marín, estaba hablando con sus familiares en Texas. Quizás, a riesgo de equivocarme, eso puede implicar dos cosas. Que debemos buscar otro sitio o que nuestra querida casera anda buscando algo de dinero.

La aclaratoria de Bianca solo complicaba más el asunto, aquellas llamadas pocas veces terminaban bien y el que se llevaba la peor parte del asunto era el pobre teléfono.

—Quizás quiere vender el Mustang, a alguien de confianza—agregó Richard—, con ese dinero podría reparar todo por aquí. Pero eso no me convence, ya que se nota que nuestra casera le tiene mucho cariño al auto; solo basta con ver como lo cuida y se preocupa por ese caballo que ha visto días mejores. Además, que se queda sin un medio de transporte.

—Quedarnos a esperar que va a pasar no me parece buena idea. Aunque tampoco me parece muy inteligente abandonar el barco que puede salvarse— afirmó Lucrecia—, quizás buscando un contratista que no sea tan costoso sea una solución.

— ¿Quieren que les sirva nuevamente agua? Yo estoy de acuerdo contigo, por esta ocasión Lucrecia— agregó Bianca—, lo malo es que no hay mucho margen de lo que podemos hacer. Quizás, pueda sacar algo de las guardias que me tocan hacer dentro de poco.

De nuevo volvió el silencio en aquella habitación, la meditación se había tornado en una especie de operación militar o todo el tratamiento de una noticia tan fuerte que llegó de sorpresa a un periódico que tomó a todos por sorpresa. Quedarse de brazos cruzados no era una de las opciones que asumirían, eso estaba dado por hecho. Pero la pregunta ¿Qué hacer? Y su respuesta simplemente no la tenían. 

Casa Número 86Where stories live. Discover now