Palabras del corazón

351 7 0
                                    

La mayoría de la gente necesita escuchar aquellas "tres
palabritas" de la canción. En ocasiones, las escuchan justo a
tiempo.
Conocí a Connie cuando la internaron en el hospital
donde yo trabajaba como voluntaria. Su esposo, Bill, andaba
nervioso de un lado a otro mientras ella era trasladada de la
camilla a la cama. Aun cuando Connie se encontraba en las
últimas etapas de su lucha contra el cáncer, se la veía vivaz y
alegre. Procedimos a instalarla. Escribí su nombre en todo el
material suministrado por el hospital, y luego le pregunté si
necesitaba algo.
—Oh, sí —dijo—. ¿Podría mostrarme cómo se usa el
televisor? Me agradan mucho las telenovelas y no deseo
perderme nada de lo que pasa.
Connie era una romántica. Le fascinaban las novelas
románticas y las películas de amor. Cuando nos conocimosmejor, me confió cuan frustrante era haber estado casada
durante treinta y dos años con un hombre que a menudo se
refería a ella como "una tonta".
—Sé que Bill me ama —me manifestó una vez—, pero
nunca me lo dice ni me envía tarjetas—. Suspiró y miró por la
ventana los árboles del patio. —Daría cualquier cosa porque
me dijera "Te amo", pero eso sencillamente no está en su
manera de ser.
Bill visitaba a Connie todos los días. Al comienzo se
sentaba al lado de la cama mientras ella veía las telenovelas.
Luego, cuando empezó a dormir más, se paseaba de arriba
abajo por el pasillo, afuera de la habitación. Poco después,
cuando Connie ya no miraba televisión y permanecía poco
tiempo despierta, comencé a pasar más tiempo con Bill.
Me contó que había trabajado como carpintero y que le
agradaba ir de pesca. Él y Connie no tenían hijos, pero
habían disfrutado de su retiro viajando, hasta que Connie se
enfermó. Bill no podía expresar lo que sentía acerca de la
muerte inminente de su esposa.
Un día, mientras tomábamos un café, lo llevé al tema de
las mujeres y de cómo necesitamos tener romance en nuestra
vida; cómo nos agrada recibir tarjetas sentimentales y cartas
de amor.
—¿Usted le dice a Connie que la ama? —le pregunté,
conociendo la respuesta. Me miró como si estuviera loca.
—No es necesario —respondió—. ¡Ella sabe que la amo!
—Estoy segura de que lo sabe —le confirmé inclinándome
y tocando sus manos toscas de carpintero, que se aferraban a
la- taza como si fuese lo único a lo que podía asirse—, pero
ella necesita escucharlo, Bill. Necesita escuchar qué ha
significado para usted durante todos estos años. Por favor,
piénselo.
Regresamos a la habitación. Bill entró y yo me marché avisitar a otro paciente. Más tarde, vi a Bill sentado al lado de
la cama, sosteniendo la mano de Connie mientras ella
dormía. Era el 12 de febrero.
Dos días después, al recorrer el pasillo del hospital al
mediodía, vi a Bill reclinado contra la pared, mirando fija-
mente el suelo. Ya me había enterado por la enfermera de
que Connie había muerto a las once de la mañana. Cuando
Bill me vio, permitió que le diera un largo abrazo. Su rostro
estaba húmedo por las lágrimas y temblaba. Por último, se
apoyó contra la pared y suspiró profundamente.
—Tengo algo que comentarle —musitó—. Tengo que
comentarle lo bien que me sentí de habérselo dicho. —Se
interrumpió para sonarse. —Pensé mucho acerca de lo que
hablamos y esta mañana le dije cuánto la amaba... y cuan
feliz me sentía de ser su esposo. ¡Si hubiera visto su sonrisa!
Entré a la habitación para despedirme de Connie. Sobre la
mesita de luz había una enorme tarjeta de amor enviada por
Bill. De aquellas tarjetas sentimentales donde se lee: "A mi
maravillosa esposa... Te amo".

Bobbie Lippman

Sopa de pollo para el almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora