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Stacia, mi diosa.

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Corre, corre todo lo que sus piernas le dan pero no es suficiente... Ay, parece que su destino es siempre llegar tarde a todo... Ve su silueta alejándose, convirtiéndose en uno con la bruma que de pronto cubre todo a su alrededor, deteniéndolo cuando ya no distingue nada...

¡Aliiiiiceeee...! —grita con todas sus fuerza, y el sonido parece robarse hasta su último aliento dejándolo sin oxigeno —Alice...

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Despierta.

El sudor le cubre la frente y baja en grandes gotas ardientes por su sien. El cabello lo tiene empapado y respira con ansiedad. Sus manos, todo su cuerpo tiembla y no puede evitarlo. Mira a su alrededor, reconociendo entre las sombras que lo rodean donde está, su habitación, mejor dicho la habitación que comparte con su mejor amigo. Aprieta los párpados y traga saliva sintiendo su garganta seca y apretada. Se limpia la frente con la manga de su camiseta de dormir cuando el repentino estallido de luz lo encandila un poco.

—¿Eugeo? —suena una voz adormilada y ronca.

Genial, parece que con su pesadilla ha vuelto a despertar a Kirito que duerme en la cama más allá de la suya.

Cuando sus ojos se acostumbran al nivel de luz que proyecta la lámpara, se vuelve hacia él encontrándolo como pensó; sentado en su colchón, el cabello hecho un desastre y con los ojos parpadeantes de sueño.

—Lo siento, ¿te desperté?

Kirito ignoras sus palabras, se talla el ojo derecho como un niño y lo mira parpadeando —¿Otra pesadilla?

—Es la misma una y otra vez... —murmura sonriendo, sintiéndose tonto —Lamento...

—¿Porqué no conseguimos algún... —lo interrumpe y bosteza —algún sedante mañana?

—Creo que eso va en contra de las normas.

—Bueno, quizás no necesariamente un sedante, pero algo que te ayude a conciliar el sueño. Algún té de hierbas... o algo similar...

—Es buena idea...

Eugeo se permite sonreír, Kirito parece que siempre tiene una solución a todo.

Cuando había empezado con las pesadillas, le sugirió que siempre entrenara con la blue rose antes de dormir, al punto de desmayarse de cansancio, creyendo que el agotamiento le ayudaría a conciliar el sueño y no pensar en nada.

Al principio pareció resultar, pero conforme pasaban los días, ni siquiera el arduo entrenamiento le servía para evadir esas pesadillas, y de pronto se encontraba tembloroso, con los ojos abiertos desmesuradamente y a punto de hiperventilar en su cama, con aquellas memorias que lo perseguían sin tregua.

Y el recuerdo de la chica que no pudo salvar, revivía una y otra vez en sus sueños para volver a perderla, dejando esa oleada de dolor que cada vez hacía más grande el hueco en su corazón.

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Stacia, mi diosaWhere stories live. Discover now