One Shot

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Deméter era la diosa de la agricultura, la fertilidad y la tierra, protectora de los cultivos y las cosechas. Era una mujer bella de edad avanzada, cuyos cabellos (antaño del color del sol) ahora eran blancos y siempre adornados con flores que su amada hija, Perséfone, colocaba entre las hebras. La joven era la luz de su vida, llevaba el largo pelo oscuro y ondulado, sus vivaces ojos del color de la tierra fértil y en su piel la suavidad de las nubes. Vivian apartadas del resto de dioses, pero lo suficientemente cerca del monte Olimpo. El dios Apolo, maestro de las artes, y su melliza la diosa Artemisa, patrona de la caza, eran sus mas allegados visitantes. A la joven Perséfone le fascinaba ir con la rubia Artemisa y verla correr tras su presa del día, mientras el cabello castaño de Apolo ondulaba con el movimiento del baile que le dedicaba a su hermana. Eran un dúo muy unido y siempre le sacaban carcajadas, muy diferente a sus reuniones con Hebe, Ares y Atenea. La dulce mirada de la diosa de la juventud solía contrastar con las pocas palabras que salían de sus labios, siempre dejando que el dios de la guerra y la diosa de la estrategia emprendan una acalorada discusión sobre menesteres complejos e inteligentes, así como hozadas. Otros con los que también solía interactuar eran Hermes y Poseidón, aunque el dios mensajero siempre estaba de un lado para el otro había ocasiones donde podía tomarse un momento y estar con los demás. Era un joven alegre pero bastante revoltoso, su espíritu inquieto rara vez lo abandonaba y eso era algo que a Perséfone le causaba ternura. Caso contrario al responsable y serio dios de los mares, quien casi nunca dejaba su territorio, pero a quien Deméter pedía que acompañara a su hija cuando se aventuraba con las ninfas a las profundidades marinas. No es que la joven no supiera hasta donde podía llegar, era que su madre jamás permitía que estuviera sola. Y es que la mismísima Hera, diosa madre, le había advertido, prácticamente desde su nacimiento, que en el momento en que estuviera sola, la desgracia caería sobre ambas. Ni el poderoso rey de los dioses, Zeus, entendía a qué se refería su esposa, pero por seguridad de la joven, todos estuvieron en acuerdo de acompañarla a donde fuera. La hermosa diosa vivía sin el conocimiento de dicho presagio, incapaz de imaginar que hay detrás de su cercanía con los demás dioses.

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En las profundidades del Inframundo, el salón del trono era invadido por tres mujeres de avanzada edad. Las Moiras, diosas del pasado, presente y futuro, visitaban a Hades, rey de los muertos, como cada año para dar la nueva lista de nacidos y difuntos. La alta Láquesis, con su mano huesuda, toca el hombro del dios inquieta al verlo con la mirada perdida. Cloto y Átropos suspiran largando un vaho putrefacto ante el vacío que se percibe en el rostro ajeno.

—Hades, señor de los muertos.

Los azules ojos del hombre voltean abruptos a las mujeres ante él, se endereza en su asiento y su rostro adquiere su semblante pétreo de siempre.

—Estimadas moiras, disculpen las molestias.

—Descuida Hades, aquí tienes. —la diminuta Átropos le pasa un pergamino gastado con suma delicadeza—. ¿No has pensado en ir afuera a dar una vuelta al Estigia? Es un día particularmente gris.

—Idóneo para un paseo por el campo. —secunda la regordeta Cloto.

Hades toma el pergamino y lo pone a resguardo dentro de la caja labrada sobre la mesita al lado del trono. Su cabello rubio cae a un lado, cuando gira el rostro sin ganas de enfrentar las miradas compasivas de esas mujeres.

—No se preocupen por mí, queridas. Estoy perfectamente...

—Deprimido. —se deja oír una nueva voz. El oscuro dios voltea con sorpresa al recién llegado.

El cuento de Hades y Perséfone -Michael/OC-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora