Parte 1: Árian.

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        El sol la cegaba y el escozor provocado por el sudor que se deslizaba desde su frente era cada vez más insoportable; entre el calor y el peso de la armadura notaba cómo poco a poco se le iban agotando las energías. Los trolls se abrían paso entre las filas de soldados frente a ella, como una inagotable marea de muerte, dejando tras de sí regueros de sangre y cadáveres troceados. Ella, como paladín especializada en la sanación mediante el uso de la luz, había pasado gran parte de su vida dedicada al estudio y jamás había participado en batalla alguna. Las piernas le temblaban desmesuradamente, como si fueran las de una virgen a punto de ser brutalmente violada por su captor. Jamás habría imaginado que semejante masacre pudiese ser posible. Se suponía que era una misión de reconocimiento, algo sencillo para la primera misión de Árian, la hija mimada de un noble de la capital, Lordaeron; él mismo se había encargado de enviarla donde menos riesgos corriese, ya que a pesar de su influencia no estaba en su mano, ni en la de ningún noble adinerado, el impedir que alguien terminase su instrucción de paladín sin llevar a cabo misiones en las diversas campañas militares (ni siquiera tratándose de su preciada hija). 

‒¡REACCIONA! ¡NUESTROS HOMBRES ESTÁN MURIENDO! ‒Le gritó un desesperado mago de combate situado en la retaguardia con los demás sanadores y arqueros‒. Si pretendemos salir de esta, necesitamos a la luz de nuest... ‒En ese momento una flecha le atravesó la garganta haciendo que su blanca barba se tornase roja de las ultimas letras convertidas en sangre de esa palabra que nunca acabaría. La joven paladín no pudo contener un grito de horror. De haber podido, habría corrido en dirección opuesta a la masacre, pero sus piernas no le respondían.

Los trolls empezaron a acortar la distancia; mirase donde mirase solo veía muerte. En ese preciso momento cruzó la mirada con un troll, quien, al verla, se encaminó hacia ella matando a todo aquel que se le cruzaba en su camino y sin apartar la mirada, como hechizado por los suplicantes ojos de la mujer. En sus delgados y negros labios, decorados por esos largos y finos colmillos de troll, empezó a dibujarse una macabra sonrisa, como si por alguna razón se hubiese encaprichado de la presa indefensa que tenía ante él. Como la mayoría de los trolls de la batalla, tenía la cara pintada, pero por el sudor, fruto de ese sofocante sol, la pintura se le había esparcido por el rostro. A Árian le recordaba a unas viudas que creía haber visto en la catedral de la ciudad de niña, despidiéndose entre lágrimas de los cuerpos que una vez fueron sus maridos, esparciendo por su semblante el negro maquillaje. Esto le daba un aspecto más aterrador y siniestro a ese troll que se aproximaba cada vez más a ella. Su indumentaria dejaba claro que no era un mero guerrero; muchos de los adornos que tenía sobre la armadura eran huesos (parecían humanos, pero ella no podía asegurarlo , no podría ni asegurar cuál era su propio nombre en ese estado de pánico). El collar de dedos, tanto de manos como de pies, y las caras despellejadas que colgaban de su cintura dejaban claro que había visto en ella un nuevo «trofeo». Con su enorme hacha seccionó la cabeza de un soldado que le daba la espalda mientras se dirigía hacia ella con esa imperturbable y endemoniada sonrisa.

El pecho de Árian luchaba fervientemente para mantener el corazón en su sitio, un pequeño inquilino en una jaula de la que intenta escapar con todas sus fuerzas. Sus piernas flaquearon y cayó de rodillas. Con las manos sobre el pecho, cerró los ojos. El cabecilla troll se situó frente a ella y alzó el hacha relamiéndose, saboreando ya la tierna carne de la preciosa humana. Era común entre los trolls probar, literalmente, a sus víctimas en medio del combate. El sudor y el entusiasmo daban un nuevo tono a su piel, haciendo que rebosara vitalidad por cada uno de sus poros. Un monstruo de cera que se derretía literalmente de placer.

‒-¡¡POR LA LUZ!!- ‒la joven juntó las manos a la vez que gritaba la súplica entre sollozos y ante ella se materializó una barrera de luz impenetrable que la envolvía por completo. El troll arremetió con fuerza, pero la barrera no se movió; volvió a golpear con su hacha sin resultado alguno y siguió embistiendo con una demencial rabia que iba creciendo más y más a cada golpe, ya no había ni rastro de la sonrisa que antes se dibujaba en su cara. Sus ojos ardían de rabia, enormes, candentes. Era como si no estuviese acostumbrado a que se le negase el derecho a matar y descuartizar. Pagó su furia con un soldado que al ver a la pobre paladín en problemas cargó contra el troll. De un hachazo le atravesó el escudo, inutilizándolo, y se lanzó sobre él con las manos desnudas, haciéndole caer al suelo. De un mordisco en el cuello hizo que el hombre comenzase a convulsionar deliciosamente; no pudo evitar poner los ojos en blanco mientras sentía la carne desgarrarse bajo sus dientes. Realmente disfrutaba matando, sentir el alma de la víctima abandonando el cuerpo era el mayor de los orgasmos. Después, se ensañó con lo que quedaba del hombre utilizando su hacha, dejando tras de sí un amasijo de carne y hierro. Al darse la vuelta para contemplar a su presa inicial, la barrera desapareció. Su sonrisa volvió a aparecer. Cogió a la joven y la zarandeó como quien sacude una trucha del agua y la agarró por el pelo con la mano, mientras sostenía una daga de hueso en la otra y la colocaba en su cuello una vez la hubo inmovilizado. Apestaba a orina; un charco amarillento empezó a formarse bajo ella. Por su mente cruzó la idea de que así era como debería sentirse una bruja tras haber sido capturada por la inquisición, en medio de la muchedumbre animando morbosamente al verdugo al grito de: «¡¡MUERTE, MUERTE, MUERTE!!».

Y entonces, perdida ya toda esperanza, el troll paró. Parecía como si de pronto hubiese tenido una revelación. Apartó la daga de su cuello, no sin antes haber dejado un pequeño hilo de sangre fluyendo de él y perdiéndose bajo la armadura.

‒-No sae lo que t'e'pera ‒le dijo, alzándola del brazo con extraña delicadeza.

Los pocos humanos que aún seguían en pie iban acompañando a sus compañeros fallecidos para convertirse en futuros trofeos que ya estaban empezando a cobrarse prácticamente todos los trolls que habían participado en la batalla. Al haber sido los trolls tan superiores en número algunos se quedarán sin trofeo, pero no sin antes luchar por ellos en un duelo a muerte, claro. Al día siguiente, los refuerzos humanos encontrarían los cadáveres en el campo de batalla, pero no sus ojos, ni sus orejas, dedos, caras...

Después de quitarle la armadura a la joven, le ataron las manos a la espalda; de esta forma, el jefe podía llevar a su presa de regreso a la aldea como si de una mascota se tratara. Una vez hubieron terminado se pusieron en marcha. La selva que había que cruzar era peligrosa, pero se encargarían de protegerla; ninguna bestia salvaje ayudaría a Árian otorgándole una muerte rápida, pues Gorosh, el cabecilla troll, tenía planes para ella.

   Tras varias horas atravesando la vasta jungla llegaron a la aldea. La gruesa piel de los trolls estaba perfectamente adaptada a la vida en la jungla y tanto las picaduras de los diversos insectos como las toxinas esparcidas por las plantas venenosas apenas suponían un problema para ellos. La suave y lisa piel de la joven, en cambio, se resentía a cada minuto que pasaba. Tenía infinidad de picaduras por todo el cuerpo que habrían sido más fáciles de soportar de haber tenido las manos libres para rascarse. Gran parte del camino se había olvidado, al menos parcialmente, del miedo que suponía estar rodeada de esos trolls empapados de la sangre ya reseca y oscurecida de sus congéneres, y eso era algo bueno . Poco intuía que la preocupación de que los insectos de la jungla no ovasen bajo su piel tras picarle con esos largos aguijones se convertiría en un dulce recuerdo horas después.

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⏰ Última actualización: Dec 15, 2018 ⏰

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