III

815 70 1
                                    

A partir de ese día, hacía ya cinco semanas, se veían casi que periódicamente.

Había descubierto que, pese a su reciente corte de pelo, sus rulos aún nacían en el escaso pelo que crecía. Había observado también el verde característico de sus ojos; y sus dientes parejos y blancos que parecían brillar, literalmente hablando, cada vez que se reía.

También había descubierto que el sexo con Gabriel era maravilloso.

Era duro, seco, sin sentimientos; pero, sin embargo, sentía como que el mayor lo cuidaba todo el tiempo. Era un hombre exitoso, trabajador y muy comprometido; tenía el respeto de todos y era muy seguro en todo aspecto de su vida.

Tan seguro, que más de una vez en esas semanas se lo había cogido sobre su propio escritorio, donde minutos antes pudo haber firmado un contrato con algún negociante excéntrico.

Lo había llevado a su casa; lo había llevado a pasear en sus diferentes autos. El favorito de Renato era el rojo, entonces le había pedido que ese día fuera a buscarlo en él.
"Es el más cómodo para acostarte en el asiento de atrás, ¿no, chiquito? Te hace doler menos la espalda" le había dicho el día anterior, provocando un sonrojo muy notorio que hizo que Renato tenga que besarlo para no morir de la vergüenza.

Renato se sentía plenamente cuidado y excitado a la vez; todo producto de la mera presencia de ese hombre. Era hermoso; alto, pero no más que él. Su cuerpo estaba bien marcado y se mantenía muy bien pese a (casi) rozar los cuarenta años.

A veces, el castaño se ponía a pensar en que la diferencia 18 - 35 era bastante grande.

Pero se le olvidaba cuando Gabriel paraba en la puerta de su casa o de su colegio con unos nuevos pares de zapatillas o algún reloj enchapado el cual, si bien jamás iba a usarlo, le gustaba tener. Le gustaba que lo consienta, y le gustaba darle el sexo que él quisiera a cambio.

Era una relación totalmente recíproca y, por supuesto, ampliamente disfrutable por ambas partes. Y particularmente hoy, Renato tenía muchas ganas de verlo.

-¿Qué te pasa que hoy estás mas inquieto de lo habitual, Tatito? -preguntó su amiga, Agustina, la única de su grupo de cercanos que sabía quién era realmente Gabriel. Los demás, habían sido convencidos por el mismísimo Renato de que era un familiar que lo venía a buscar inocentemente. -Ay, Renato, vos sólo pones esa cara cuando te viene a buscar el chabón este. ¡Bah, chabón! El hombre, ese... -repitió, sin saber bien cómo llamarlo. Renato sonrió.

-Tengo muchas ganas de garchar hoy, boluda, estoy re frustrado. Encima faltan como... -frunció el ceño y observó su, extremadamente caro, reloj -, cinco minutos. Una vida -se quejó.

-Exagerado de mierda... -refunfuñó. -Vos al menos la pones, te odio -dijo la pelirroja, provocando la risa en ambos chicos.

Ni bien Renato sintió el timbre, agarró sus cosas y salió disparado hacia la puerta sin siquiera despedirse de sus amigos. Caminó a paso embelesado los pasillos que lo separaban de esa puerta; giro a la derecha y luego a la izquierda y finalmente sintió como los rayos de sol del mediodía pegaban en su cara. Pestañeó un par de veces y miró a sus lados, buscando dar su mirada contra aquel rojo brillante, tan característico del auto.

Finalmente lo vio entre la gran cantidad de vehículos que rodeaban la zona.

El cuerpo de Gabriel estaba vestido en su totalidad de negro, más hermoso que nunca. Lentes negros yacían sobre su tabique tapando esos espectaculares ojos y sus brazos permanecían cruzados. Estaba muy serio.

Se dirigió hacia allí a paso firme mientras sentía alguna que otra mirada sobre su cuerpo.

-Hola... -dijo, raramente tímido. Esta actitud lo extrañó a él mismo.

-Hola, chiquito. Subí -pidió.

Renato, sin embargo, se acercó a su cuerpo y estiró su cara para que al menos, le de un pequeño beso. Realmente había extrañado estar con él.

-No, Renato. Ya te dije que acá no -dijo, esquivando con total disimulo su cara de las intenciones del menor. -Entra al auto -pidió, ya con otro tono de voz al no ser obedecido al instante. El chico cruzó sus brazos. -Renato... -desafió.

-¿No me vas a dar un beso? -protestó, en voz baja. El rizado negó. -Bueno, vos te lo perdes. Ahora te voy a dar un beso cuando yo quiera -concluyó, dejando a un Gabriel parado con una ceja alzada en señal de sorpresa. Entró al auto, mientras sentía como el mayor repetía sus movimientos con velocidad.

Renato nunca lo desafiaba.

Gabriel se enojó.

Y el chico sonrió para sus adentros.

sugarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora