-¡Sam!-grité y me abalancé encima de él.
-¡Hey!, ¡tranquila!-rió el chico aceptando mi abrazo.
-¡Pero es que tú…!...tú….-comencé a pasar mis manos por su cara, apretando sus mejillas y dándole peñiscones en la nariz para ver si ese tío en realidad era Sam.
-¡Estate quieta!-chasqueó divertido cogiendo mis manos-¿quieres que mi perfecto rostro quede con cicatrices?
-Pero tú, ¡desapareciste!. ¡¡¡Y ahora estás aquí!!!-chillé. Pero, luego, fruncí el ceño y le di una bofetada.
Sam enarcó ambas cejas mientras se tocaba la zona afectada.
-¿Y eso?-exclamó indignado.
-Eso, querido amigo, te pasa por no contestar las llamadas ni mostrar señales de vida.-me crucé de brazos.
-Estaba ocupado, ¿vale?
-Ajá.-hice una mueca y luego sonreí-…¡Ven aquí y a abrázame de nuevo!
Sam rodó los ojos y ladeó una sonrisa mientras negaba con la cabeza.
Se acercó a mí y volvió a abrazarme.
-Nunca cambias, London…-rió.
Ensanché mi sonrisa.
Había echado de menos a ese tonto.
-¡Bueno!-dijo separándose-¿tienes tiempo para tomar un helado con un viejo amigo?
Ladeé mi cabeza y asentí.
-No tengo nada mejor que hacer-me encogí de hombros, divertida.
Sam volvió a reír y al poco tiempo ya nos encontrábamos caminando a la heladería que quedaba junto al parque.
Compramos los helados con los mismos sabores de siempre: chocolate y fresa, para que cuando nos los comamos rápido nos de dolor de cabeza.
-Y…-le dio una lamida al chocolate que empezaba a derretirse, mientras nos sentábamos en las bancas del parque-…¿qué has estado haciendo con tu vida?
-Pues…No mucho. Solo he estado vagando de aquí para allá.
Nos quedamos en silencio.
-Ahhh…-dijo con aires de ironía-Bueno, yo he comprado un nuevo hámster, he aprendido a tocar la guitarra y, ¡sí!, estoy muy bien, gracias por preguntar.
Rodé los ojos y negué con la cabeza.
De pronto, mi móvil comenzó a vibrar en el bolsillo de mi chaqueta, anunciándome que había recibido un nuevo mensaje.