Recorrí de uno a otro extremo el sótano, crucé mis brazos sobre mi pecho y me pasee afectando tranquilidad de un lado para otro. La justicia estaba plenamente satisfecha, y se preparaba a marchar. Era
tanta la alegría de mi corazón, que no podía contenerla. Me abrasaba el deseo de decir algo, aunque no fuese más que una palabra en señal de triunfo, y hacer indubitable la convicción acerca de mi inocencia.
-Señores -dije, al fin, cuando la gente subía la escalera-, estoy satisfecho de haber desvanecido vuestras sospechas. Deseo a todos buena salud y un poco más de cortesía. Y de paso caballeros, vean aquí una casa singularmente bien construida (en mi ardiente deseo de decir alguna cosa, apenas sabía lo que hablaba). Yo puedo asegurar que ésta es una casa admirablemente hecha. Esos muros... ¿Van ustedes a marcharse, señores?
Estas paredes están fabricadas sólidamente. Y entonces, con una audacia frenética, golpeé fuertemente con el bastón
que tenía en la mano precisamente sobre la pared de tabique detrás del cual estaba el cadáver de la esposa de mi corazón. ¡Ah! que al menos Dios me proteja y me libre de las garras del demonio.
No se había extinguido aún el eco de mis golpes, cuando una voz surgió del fondo de la tumba: un quejido primero, débil y entrecortado como el sollozo de un niño, y que aumentó después de intensidad hasta convertirse
en un grito prolongado, sonoro y continuo, anormal y antihumano, un aullido, un alarido a la vez de espanto y de triunfo, como solamente puede
salir del infierno, como horrible armonía que brotase a la vez de las gargantas de los condenados en sus torturas y de los demonios regocijándose en sus padecimientos. Relatar mi estupor sería Insensato. Sentí agotarse mis fuerzas, y caí
tambaleándome contra la pared opuesta. Durante un instante, los agentes, que estaban ya en la escalera, quedaron paralizados por el terror. Un momento después, una docena de brazos vigorosos caían demoledores
sobre el muro, que vino a tierra en seguida. El cadáver, ya bastante descompuesto y cubierto de sangre cuajada,
apareció rígido ante la vista de los espectadores. Encima de su cabeza, con las rojas fauces dilatadas y el ojo único despidiendo fuego, estaba subida la abominable bestia, cuya malicia me había inducido al asesinato, y cuya voz
acusadora me había entregado al verdugo... Al tiempo mismo de esconder a mi desgraciada víctima, había emparedado al monstruo.
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El gato negro de Edgar Allan Poe
Short StoryEl protagonista va a morir al día siguiente y relata las causas de su condena, que es todo lo siguiente. Relata como en su infancia sentía gran afecto por los animales y su humanidad. Se casa y convive en su hogar con multitud de animales. Su mascot...