Capitulo único

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Siempre que se quedaba en casa de Ramón no podía dormir. Tenerlo tan cerca y respirar el perfume natural de su piel en una habitación oscura y cerrada le daban insomnio, sobre todo porque no podía parar de imaginar todas las cosas que podrían hacer en lugar de dormir... ya se las había insinuado, pero el muy reprimido cambiaba de tema y se hacia el cansado, ¿cansado de qué?, ni siquiera habían estudiado para el examen de geometría de mañana, se la habían pasado fumando, planeando robos y escuchando a Pappo.

Odiaba ese puto colchón viejo que le ponían al lado de la cama de Ramón, siempre se levantaba con dolor de espalda, se sentiría mejor dormir en la cama de su amigo, pegado al calor de su cuerpo.

-Ramón – lo llamó.

El chico no respondía, seguía dormido profundamente. Era aun más hermoso cuando dormía. Carlitos se acercó para oler la piel expuesta de su cuello, era un aroma mucho más delicioso que ese perfume importado que había robado. Ya se le estaba poniendo dura, así que se puso sus pantalones y decidió salir de la habitación.

Por suerte la mamá de Ramón no estaba en la cocina, no hubiera querido pasar por la misma situación de la última vez. Ahí fue cuando pensó en lo que le había dicho, que le gustaba el marido, osea José, osea el papá de Ramón, y llego a la conclusión de que no le había mentido para zafar, el hombre le gustaba, seguramente había sido igual a Ramón de joven. Todavía recordaba cuando le había enseñado a disparar, poniendo una de sus manos en la pansa y apoyando todo su cuerpo a su espalda, el contacto se había sentido muy rico.

Le gustaban los hombres, lo sabía, pero últimamente le gustaban todos, sobre todo los que eran mayores que él. En la nueva escuela había un pibe más lindo que el otro, aunque para él Ramón era el más lindo. El profesor de gimnasia también era hermoso, y ya lo había agarrado varias veces mirándolo, el de taller era un hombre grande, pero con facciones que dejaban ver una gran belleza en sus años de juventud, como José. En su barrio había dos chicos morochos divinos, vivían cerca de su casa y siempre estaban fumando y tomando cerveza en el kiosco de la esquina, a veces buscaba ir a comprar tonterías para verlos y hablarles.

Estuvo un rato en el baño, pero el hombre no apareció, al parecer su noche iba a seguir con insomnio y aburrimiento. Estaba por regresar a la habitación de Ramón cuando escuchó un ruido, veía de la entrada. Con cuidado subió la escalera para ver a José entrar por la puerta, tenía puesto un jean y una camisa oscura, su pelo blanco perlado brillaba con la luz que entraba de la calle, y se imaginó que Ramón seguramente se vería así cuando llegara a esa edad.

Carlitos se fue para la cocina y lo espero allí, simulando un encuentro casual.

-¡Ay pibe!, que cagaso me hiciste pegar – le dijo el hombre, entrando al lugar.

-Perdón, vine a tomar un vaso de agua.

-Está bien, correte – le dijo, abriéndose paso hasta la heladera.

-¿De donde venís? – le preguntó.

-Esas preguntas ni siquiera me las hace mi mujer.

-Soy curioso.

-La curiosidad mato al gato.

El hombre destapo una pequeña botella de cerveza y se apoyo en la mesada de la cocina.

-¿Y? ¿Me vas a contar? – insistió Carlitos.

-Fui a meter parte de las joyas.

-Ah.

-Otro día vas a tener que ir con Ramón a buscar la guita.

-Bueno.

El hombre se quedo ahí, tomando su cerveza y mirando a Carlitos de forma algo extraña, como si quisiera leerlo.

-¿No te podes dormir? – le preguntó.

-No, estoy desvelado.

-Toma – le ofreció, estirando la pequeña botella de cerveza.

-Gracias.

Carlitos tomo unos tragos largos y se la devolvió, para ver al hombre seguir tomándola.

-Es como si nos diéramos un beso – le dijo Carlitos.

-¿Cómo?

-Yo tome de la botella y vos también, es como un beso.

José lo miró de nuevo, como si empezara a descifrarlo.

-Vos sos medio rarito, pibe. Ya te vi varias veces mirando a Ramón.

-¿Te jode?

-Nah, mientras sigas afanando como lo haces.

Carlitos no perdió el tiempo, el hombre le gustaba y el estaba caliente, ¿Qué le podía hacer? ¿Darle una piña?. Se acercó y sin avisar le dio un beso rápido en los labios.

-¡Para!, ¿Qué haces, pibe? – le dijo el hombre, apartándolo.

-Me gustas – le confesó.

-Uh nene, que confundido que estás.

Contrario a lo que Carlitos pensó, José no le hablaba de mala manera, sino que estaba tranquilo, seguía en su posición relajada con su botellita de cerveza.

-Yo no estoy confundido. Me gustas.

-Podes ser mi hijo, Carlos.

-Pero no lo soy.

Carlitos intentó acercarse nuevamente, pero el hombre lo apartó con delicadeza.

-Andate a dormir, pibe. – le dijo.

-¿Y mi beso de las buenas noches?

José le sonrío, como si no pudiera creer lo que le estaba diciendo, o lo que estaba pasando. Le dio un último trago a la cerveza y dejo la botellita en la mesada.

-Mirá Carlos, si yo tuviera tu edad, vos ya estarías doblado arriba de la mesa con la colita para afuera, por pendejo atrevido y lanzado te daría una buena lección.

Carlitos lo miró con ojos brillosos y se mordió el labio inferior ante la confesión.

-Pero yo no tengo 18 años.

-No, pero tampoco estás muerto.

El hombre pareció paralizarse ante la respuesta de Carlitos, quien aprovecho la duda de José y se acercó nuevamente para ponerse en puntas de pie y posar con firmeza sus labios en los suyos. Era una sensación nueva y extraña, la piel era suave, el gusto a cerveza atractivo, los bigotes incómodos, y el morbo de besarse con el papá de Ramón le aceleraba las palpitaciones.

José correspondió el beso con timidez, y Carlitos se animó a más llevando su mano hasta la entrepierna del hombre, pero fue apartado de inmediato, rompiendo el beso.

-Paremos acá – le dijo.

-¿No te gusto?

-Fue... raro.

Carlitos intentó tocarlo de nuevo, pero fue apartado con delicadeza una vez más.

-Ni te gastes, pibe. No funciona más.

Carlitos le sonrió con algo de tristeza, tampoco pensaba tener sexo con el viejo, pero escucharlo decir eso le hizo pensar en cómo sería él llegada a esa edad, si es que llegaba, preferiría no llegar si eso significaba no poder disfrutar de las cosas simples de la vida, como el sexo.

-Ya te di tu beso de las buenas noches, anda a dormir.

Carlitos le sonrió nuevamente, se dio media vuelta y regresó a la habitación, dejando al hombre en la cocina con una sonrisa divertida, como si le hubiesen devuelto algunos años de su juventud.

Cuando entro a la habitación Ramón seguía durmiendo, ignorando completamente lo que acababa de pasar en la cocina. Se quitó los pantalones y volvió a acostarse en el colchón incomodo, pero esta vez se sentía más relajado y, a los pocos minutos, ya estaba durmiendo como un ángel.

...FIN...

A mi me gustan mayores /El ángel/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora