6.-Flor del desierto

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Mahad sonrió con una mirada hipócrita en el rostro. Nunca le habían gustado mucho los eventos organizados por el padre de su protegido, solían estar llenos de gente que componía sonrisas "amables" con tal de seguir consiguiendo favores del empresario o su familia. Podía lidiar con ellos. No se había graduado con honores de la carrera de derecho en Egipto sin haber aprendido un par de trucos.

El problema no eran los empresarios hipócritas (más hipócritas aún que su sonrisa), el problema radicaba en el hecho de que esos hombres falsos, ávidos de dinero y negocios corruptos, todos y cada uno de ellos estaba interesado en atrapar para sí mismos a la flor de Egipto que pertenecía a su familia. Misma que se encargaba de desairar cordialmente a cuanto hombre se le plantara enfrente.

Ishizu mantuvo el gesto amable mientras rechazaba las insinuaciones de un colega ligeramente ebrio. Mahad había visto a la egipcia acercarse a la barra de bebidas a pedir una copa de vino blanco, luciendo un vestido beige de algodón egipcio que se ceñía a sus curvas de manera discreta pero arrasadora. Ese día llevaba una diana en la frente, joyería egipcia de la que ella estaba orgullosa. Sólo la heredera de la casa Ishtar sabía cómo llevar pocas joyas y un maquillaje discreto pero lucir despampanante al mismo tiempo.

El egipcio había sonreído cuando aquella mujer enigmática y controversial le había dedicado una mirada de "auxilio" que él no había sabido interpretar, o al menos no hasta que la mano de un abogado de la firma de Akhenaten había aterrizado en la cadera de su amiga y ella se había visto obligada a rechazar el abrazo.

Solía ser tan educada...

—Vamos preciosa... —Había murmurado el hombre tratando de acercarse más a ella. —Después de haber hecho un camino tan largo desde tu tierra debes querer algo de relajación, para deshacerte del estrés. Yo tengo un buen método. —Añadió al final con tono lascivo, mismo que consiguió enfurecer a Mahad.

El mago se acercó hasta ellos y miró a Ishizu para asegurarse de que ella aún buscaba su auxilio.

—Perdón. —Murmuró fingiendo diversión, con un nivel de hipocresía antes desconocido para sí mismo, mientras jalaba a Ishizu de la cintura y la apresaba con su costado de forma posesiva y celosa. Ella recargó una mano en el pecho de Mahad y rodeó su cintura con la otra, dedicándole una sonrisa cómplice. — ¿Interrumpo? La señorita Ishtar y yo tenemos planes. —Se agachó sobre su oído de manera misteriosa y murmuró, asegurándose de que el otro hombre no escuchara. — ¿Quieres que te saque de aquí?

Ishizu rio por lo bajo y asintió murmurando. —Eres un seductor.

Mahad tragó saliva en seco. —Se hace lo que se puede. —Respondió tratando de sonar coqueto para mantener la fachada.

—Con permiso. —Murmuró ella empujando a Mahad hacia uno de los pasillos que conducía a la habitación del abogado.

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No está ubicado en algún momento especial de la historia. Sólo el principio es en la fiesta de cumpleaños de Atem, Capítulo 10.


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Mahad suspiró, tenía alrededor de diez minutos con ambas manos puestas en el teclado de su computadora, preguntándose por qué la había encendido en primer lugar. Observó su escritorio y carraspeó recargándose en el respaldo de su sillón. Suspiró por enésima vez.

Y trató de sonreír ante la ironía del asunto.

La vista de su despacho era impresionante. Tenía que reconocérselo a Akhenaten, cuando quería algo de la gente, sabía cómo hacerlos sentir especiales. Sonrió mirando su escritorio y paseando la mirada por sus cosas. Nada fuera de lo ordinario en general: engrapadora, pisapapeles, plumas varias (demasiadas), y un portarretratos electrónico que Atem le había obsequiado. Tenía alrededor de mil fotografías de todo tipo. Suyas, de sus amigos, de Egipto. Alguna vez se preguntó si terminaría de verlas, cambiaban cada doce minutos, no tenía ni idea de cómo mover la velocidad de aparición de las imágenes.

Tras salir del hospital...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora