Me encuentro tan sola en esta torre. Ya no queda razón alguna para seguir en este mundo.
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Los días pasan sin dilación, la habitación parece que se empequeñece, o soy yo la que se hace más grande. No. Es mentira, ni la habitación encoje, ni yo me hago más grande, ha pasado ya demasiado tiempo desde que me encerraron aquí, todo parece estar en un cambio continuo, la mente me juega malas pasadas.
Hace ya varias noches me desperté dentro de un sueño, un ángel oscurecido por la noche, sobrevolaba la improvisada cama en la que yacía.
Hoy me pareció ver a un hombre volando delante del balcón, no eran más que sombras en la oscura noche.
Nadie viene a ayudarme, todos se han marchado.
Aguardo que mi mente vuelva a soñar con el maravilloso ángel. No hay descanso.
No lo he vuelto a ver, aguardo bajo la luz de luna a que mis sueños retornen ese camino donde él me aguarda, aunque ¿dónde sera esta vez?, seguiré viéndole en esta habitación, eso seguro. ¿Dónde si no?
Las noches pierden su luz, el sueño vuelve, agotada, me dejo llevar.
Sentado en la dura piedra del balcón, al lado de una de sus gárgolas resquebrajadas por el paso del tiempo, me observa en silencio. Por un instante, las dudas me dejaron inmóvil. Con un suave gesto de su mano me señala que le acompañe.
El tiempo era lento, mis piernas se movían ligeras, pero tan despacio que creí no poder llegar nunca.
Su negro cabello se alborozaba junto el rostro fino y suave, que lo componían, los ojos como el ónix brillaban bajo la tenebrosa noche. Eleve la mano tocado los finos labios.
Húmedos.
Volví la mano hasta el punto de poder distinguir la composición gelatinosa.
¡Sangre!
Di un largo paso hacia atrás, alzó su rostro, dejando ver la sangre que bajaba desde su boca, hasta su pecho descubierto. Rugió al aire, dejando ver sus colmillos y desplegando sus alas, se desvaneció.
El día resurgió, comenzando de nuevo mi condena.
¿Qué había pasado? No me había despertado.
¿Qué ser venia a verme? De alma malvada y rostro primoroso. Tenía que ser el diablo, tentando llevarme al infierno con él.
No le dejaría.
Los días pasaron, se acercaba el momento en que el ángel negro volvería. Temía las decisiones que debía de tomar, el fin de mi vida seria su regreso al infierno, abandonaría este lugar, dejando así volver a sus habitantes y vivir en paz.
Desde el balcón casi podía contemplar todo el pueblo, el ultimo recuerdo que tendría de mi vida.
Me sujete con firmeza a una de las gárgolas, cogiendo impulso para enderezarme luego en el borde del balcón. El viento soplaba, mi vestido danzaba con él. Cogí el ultimo aliento, dándome el coraje suficiente. Mis brazos se desplazaron levemente hacia atrás, dejándose llevar por el momento, como si lo hubiese estado anhelando toda mi vida. Mis talones se separaron de la fría piedra, dejándome caer al vacío.
Todo llegaba a su fin, el miedo, se desvanecía cuanto más cerca estaba del suelo, no tendría que volver a temer por mi vida, ni por la de quien me rodeaba, de esa pequeña habitación que me privaba de la libertad, ni porqué el ángel negro volviese.
Sentí el aire acariciar de nuevo mi cabello, alguien me sostenía entre sus brazos, abrí los ojos, pudiendo así ver de nuevo el bello rostro del que trataba de huir. Dejándome maravillada.
Volábamos hacia lo alto de la torre, protegiéndome entre sus brazos. ¿Cómo un ser de alma maligna puede hacer tan buena obra por alguien inferior a él?
Un pequeño llano en lo alto nos sirvió para tomar un descanso.
Era magnifico. El brillo de sus ojos hacían de su aspecto arraigado, algo dulce e imposible de admirar.
Una intensa llamarada alcanzo mi corazón, me encogí con furor, sus brazos me servían de apoyo, sujetándome con firmeza. Pronto pasó, me levanto con una suave caricia. Me sentía extraña, mareada. Todo a mi alrededor había cambiado, tenía más brillo y menos presión en el aire, ligera, así es como me sentía.
Coloco la fina tira de mi vestido. Absorta en ello casi no logré apreciar lo que me había sucedido, eche un vistazo a mi espalda, unas grandes alas negras sobresalían de ella.
Una alegría que no sabía de donde provenía recorrió mi cuerpo. El miedo había desaparecido por completo.
Cogí su mano y mirándonos a los ojos alzamos el vuelo, bajo los oscuros rayos de una noche sin luna, dejando todo atrás, comenzando una nueva vida.
Ahora yo sería su ángel negro.
FIN