Dany (1) ( Casa Encantada)

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14 de Julio de 2011
Giré la llave en la cerradura de un metal viejo y oxidado a pesar de su poca edad que seguramente identificaría si atendiera en clase.  La puerta principal de mi casa se construía en un hierro cubierto por una capa de pintura negra, con una cristalera con barrotes en su mitad superior.
Por un instante me recorrió la mente una desagradable sensación de olvidar algo. Cuando palpe en mi bolsillo todo lo necesario, con eso me refiero a sencillamente las llaves , el teléfono y con auriculares.
Me los coloqué en el interior de mis blancas orejas y me reproduje la primera canción que no encontraba, pero da igual, la cambiaría más de tres veces. Mi hermano me solía descargar la música, no muy legalmente pero en mi teléfono había que pagar. Para evadir gastar dinero le decía el nombre y el me lo descargaba en mi móvil. Era un poco antiguo, pero me seguía dejando escuchar musica.
Me subí la capucha de la sudadera de manera que me diera la apariencia de un monje, eso me daba muy mal rollo pero me gustaba. Para ser el sur de España y pleno verano llovía demasiado hasta para ser primavera. Las calles las recorría pequeño y anormales riachuelos, y ni un alma se vislumbraba por ninguna acera y tampoco coches por las carreteras.
Nadie salvó yo, lo que no es mejor que nadie.
La música encubría la caudalosa llovizna, como cuando un río amortiguada y ahogaba los demás sonidos a su alrededor. Me agradaba el tiempo, para mí un buen día siempre era con nubes en el cielo.
Y luego me preguntaba porque los chicos y chicas de mi instituto me consideraban el raro y nunca me avisaban para quedar fuera de clase. He de decir que yo tampoco les había cogido mucho cariño.
Con ellos, y puede que también con este pueblo aburrido en general me sentía apartado y solo. No me gustaba pero me acostumbre hace ya tiempo.
A parte del mal clima los comercios se hallaban abierto, con su respectivos encargado en los mostradores, aburridos por la falta de clientela. Me percibía tan lejano de aquel mundo, como si no perteneciera en absoluto a él.
Algún día me haría mayor y en mí mano de niño egoísta se posarían dos posibilidades; irse de aquí o quedarse para siempre. La segunda no era una opción para mí.
Mi residencia se localizaba en el casco nuevo, y me dirigía al antiguo por eso debía cruzar de un lado a otro de la aldea, esa palabra lo definía tan bien. En todo él se respiraba un aire antiguo y rústico, que si le quitabas unos detalles pasaría por el típico pueblo de película de época. En mí calle menos pero todavía existía.
Crucé el lugar en un rato menor al cuarto de hora, si no fuera por el aguacero,  hoy tarde media. Por no comentar que mis deportivas se resbalando con el lecho pétreo de las calles.
Las calles se distinguían tan solitarias,  entre la lluvia y soledad se veía como en la películas de terror. Eso me dejaba un buen sabor de boca agradable.
Llegué a una zona más apartada de resto y con escasas edificaciones, una pradera crecía entre dos casa viejas de un piso y tejas arcillosas sin pintar.
En el terreno se erigía  domicilio, uno ya muy viejo, muchísimo más que yo, y incluso mis padres. Su añejo jardín creía salvaje y indómito, ya hacia un largo  tiempo que nadie se ocupaba de él. Su paredes se agrietaban y descoloría su pintura blanca. Unas enredaderas serpenteantes de color escabeche subían sus laterales como un millar se serpientes enredándose entre ellas para intentar subir.
Disponía de dos plantas pero la superior estaba más que formada por varios palos, que fueren cimientos y unas pocas paredes, no más de siete.
El incendio se llevó el resto. Dejando tras de sí un rastro de caos, destrucción y melancólica. Pero sobre todo muerte.
Los muros olían a ella, el suelo olía a ella y los somieres chamuscados olían a ella. Todo se impregnado de pútrido, desagradable e imaginario olor de la parca.
Como la puerta delantera hallaba siempre cerrada a cal y canto me obligaba a usar la trasera que daba al pasillo central. En teoría no la debería nombrar ni puerta, solo quedaban los cerrojos de ella.
Las cosas en su interior se distribuía como cuando se dejaron, solo perceptible el paso de los años por la película de polvo que los recubría.
Al contrario de lo común en lugares abandonados solo entraba yo. Ni un alma más; ni gamberros para pintar grafitis, ni parejas calenturientas y ni tampoco borrachos. Yo, nadie más.
Bueno solo una persona.
El chaparrón se escuchaba desde el interior, las pared solo lo amplificaban, produciendo un sonido muy similar a cuando las palomitas explotan en el microondas.
Vestigios de lejanos habitantes me rodeaban por doquier, ya no sólo los muebles sino objetivo más personales y íntimos como una muñeca de posible una niña pequeña de mejilla rosadas, o un pequeño colgante que su interior contenía una fotografía de una familia de pelo negro con sus dos hijas.
Por algo todo quedó en el olvido, algo llamado tiempo. Y eso nos comerá a todos a su debida ocasión, ya sea más tarde o temprano. ¿Qué recordarán de mi en un futuro?
Puede que nada. Nada para un don nadie. O quizás si cale en la subconsciente colectiva por un acto. No lo veo probable.
No tengo ni un solo ejemplo de ocasiones en la que destaque ni lo mínimo, siempre he sido un fantasma.
Subí por los escalones moteados por el yeso o solo sucios al piso superior. No toda la planta se destruyó en el incendio, aún quedaban varias habitaciones cercanas a las escaleras, lo demás eran muchos dormitorios. Que de ellos solo se quedó, como mucho los somieres de metal.
Los cadáveres se los llevaron hace mucho, y ya quedarían en nichos desconocidos y invisibles por la multitud similar.
Éste sitio, por extraño que parezca, y lo es me reconfortado y agradaba como pocos emplazamientos en la localidad. Puede que a exención de la biblioteca.
La gente de mi edad solían ir a un descampado con un muro a emborracharse, drogarse…y todas esas cosas que hacen para creerse guay. Puede que yo fuera patético, nunca hay tenido ni una relación, ni amistosa y ni hablar de romántica con otro ser vivo pero ellos con esas penosas muestras de valentía me parecía más lastimoso.
Supongo que para ello sería un lugar agradable.
Me senté en el suelo con la espalda en la pared gris y sucia, saqué el libro envuelto en una bolsa de plástico para prevenir la lluvia y lo coloqué sobre mis rodillas cubiertas por el pantalón vaquero.
Lizie no tardaría en llegar, sin duda alguna era raro. No debo mentirme, yo por lo general no soy Don Normal pero quedar con una chica, por muy solo amigos que fuésemos pasaba los límites de extravagancia hasta para mí.  A principio me extrañaba tanto como que Elizabeth, una muchacha, bastante guapa y que nunca vi por allí se interesará por mí y dónde quería quedar a simplemente hablar.
La primera semana pensé que era una broma, pero con él tiempo me percaté que dictaba mucho de serla. Ella y yo hablamos como si fuéramos viejos conocidos de una manera natural y que se presentó de forma espontánea. Y la edificación se mostraba tan tranquila como nada que yo hubiera conocido, y como decía mí padre; “Campeón, los vivos te harán más daño que los muertos”.
Esa frase me marcó de tal manera cuando era más pequeño, seguramente por que aplaque que me advertía de un posible apocalipsis zombi. También colaboró que mí hermano Alberto, cuatro años mayor viera The Walking Dead.
Luego con doce años (dos años después), le encontré su auténtico significado. Los muertos están muy muerto, lo único que no tiene solución.
Aunque díselo a Victor Frankestein.
Hundí mi cabeza en el libro, uno de poemas medievales. No es que los lírica de la Época Medieval me agradará, solo se centraba en amores muy tóxicos y Dios. Y no creía ni en lo uno ni en lo otro.
No, me encantaba por que incluía completo mi romance favorito. No es que ocupará más de dos páginas pero durar horas leyéndolo, recitándolo no. No me gusta mi voz.
Es rasposa como la lengua de un gato y por mi edad topaba entre la de un niño y la de un adulto de manera tan torpe como su dueño.
Oí unos pasos la planta inferior, éstos fueron poco a poco avanzada hasta las escaleras, y de ahí subió por las escaleras polvorientas, como en general lo que una vez fue hogar. Se advertían toscos y rimbombantes a la par que estruendosos, con tan poca delicadeza que correspondía a una delicada dama.
Menos mal que Lizie no lo es.
No tardó en entrar por la puerta, con su vestido más pasado de que mi estilo, y eso es difícil y sus botas de cuero marrón tan montañesas como poco combinadas y con su look.
Su huellas dejaron un rastro limpio en el sucio suelo como si de blanca y fría nieve se tratase, a pesar de él estruendo al andar lo hacía con una elegancia nata.
-Hola Dany- se sentó en el filo de la ventana, cuya parte inferior la arañaba una enredadera verdosa y frondosa en la derecha-. Hoy parece hacer más frío que ayer.
Me escandalice falsamente colocando mi mano en la frente teatralmente.
-¿Ahora hablamos del tiempo?
Me dedico una pícara sonrisa burlona, y luego abrazó sus rodillas de una manera distraída. Miró por la ventana a la calle de fuera.
Llovía un poco menos que desde cuando entre pero seguía las nubes regando a persona, animal o cosas. Le daba a la hierba un brillo especial y hermoso.
Se veía detrás de Elizabeth.
-Es lo que hacen las personas normales- me replicó si volver la cara.
Pensé un momento que comentario mordazmente ingenioso soltarle, pero sin pasarme de maldad amistosa.
-Las personas normales van al bar Florida a merendar- le tomé el pelo, sin que se me notará que ese plan me agradaba-, no en lugares que pueden tener un derrumbe y matarlos.
>>Lástima que no lo seamos- continúe.
Me miró extrañada, nunca admito lo raro que soy a una persona, yo mismo no cuento.
-Todos somos raros disfrazados de personas normales, la normalidad es relativa, lo que para mi es más que diario para ti puede ser lo más exótico que en el mundo exista y casi imposible de conseguir por estadística- interpeló con una voz clara y si me lo explicará.
-¿Quieres que lea?
El cambio de tema fue efectivo pero le molesto, no sin antes preguntarle:
-¿A que viene ese repentino interés por la normalidad?
Un pájaro negro y de silueta afilada paso graznando cerca de la ventana.  Normalmente hablamos de cosas más poco interesantes y más apacibles, como estupidez mientras jugaba a un juego de mesa.
O como en ese instante le recitaba poemas,  Lizie poseía una extraña interés en escuchar las obras líricas, y a mi no me ponía nervioso leerle.
Elizabeth siempre fue la única persona que no me atemorizaba mostrarle ni mi interior ni como era en realidad.
Creo que era mutuo, ella tampoco, por muy extrovertida que fuera me daba la sensación de tener muchas amistades. Una pena, no es por que es la única persona que puedo considerar amiga pero es una joven muy agradable, simpática y chistosa.
-¿El enamorado y la muerte?
Puso cara de fastidio y los ojos en blanco.
-¿Otra vez?
-Si, es mi poema favorito, amó su final y que incluya a la parca como un personaje más – me justifique,  para mi no eran más que unas cuantas de veces. Pero puede que esas pocas veces fueran cientas.
-Y anda que no se nota. Me lo sé de memoria, y eso que sólo lo escuchó cuando tú me lo lees.
Abrí el volumen, contenía para cada texto una bella ilustración a acuarela en colores vivos. La de la página en concreto representaba a un hombre joven cayendo con una cuerda roja enredándose en él y en el suelo la muerte lo esperaba, humanizada por una mujer de piel blanca como una nube de un verano, un verano normal y una túnica negra, larga y amplia con una capucha calada tapándole los ojo, y dándole todavía más si cabía una aura misteriosa.
-Es un muy bonito, vale.
Se río.
-Con eso te refieres que es tétrico y trágico.
-Eso no quita que sea hermoso, como un rosa blanca que crece en un gélida y umbría arboleda de un recóndito lugar de Galés. Que algo sea melancólico, o incluso funesto no quita que sea bello.
-Solo dijo que hace que lo sea menos. ¿Y como sabés lo oscuro que es Galés?
En realidad no sé nada, nunca he salido de este dichoso pueblo. No sabía como era Galés, Roma o cualquier otras regiones o países del extranjero en realidad. Solo he examinado fotos turísticas y de las primeras filas de Google.
-Solo es una metáfora, no he visitado Galés.
-Yo lo recuerdo pero fue hace mucho tiempo, ya no me acuerdo. Además no tendría ni siete años cuando nos fuimos.
La miré, desde que la conocí me olía que no era española. Su piel clara, sus ojos como el mar ártico en invierno y su cabello platinado. No es que un natural de España no pueda poseer estás características, mi piel de hechos es anormalmente porcelanosa pero lo ocultaba muy bien. Su acento era tan neutro que no se podía ni identificar el país del que procedía.
-¿Dónde te gustaría vivir o ir?- me preguntó tras un silencio de unos segundos eternos, o por lo menos se me lo hicieron.
Pensé en muchos lugares en pequeñas fracciones de tiempo tan corto como un pestañeo. Londres quizás; el clima y la cultura me apasionaban pero hablar inglés se me daba tan bien como a un tiburón un carrera de obstáculos en un desierto. Francia, no; aprendería pronto pero a mi juicio era una ciudad demasiado frívola e idealizada a tal manera que te decepcionaba con sólo poner el pie en el aeropuerto.
Quizás Roma, desde que mí altura se comparaba a mesa de té, y puede que perdiera contra ella. El lenguaje era música para mis juveniles oídos, la historia tan fascinante como un libro nuevo y su olor…todo era semidivino en la ciudad eterna.
Mi única problemática era con el clima, para alguien que su ropero se asemeja bastante a un funeral la elevadas temperaturas romanas eran muy importantes.
-Un lugar lejano, supongo- respondí sin pensármelo mucho.
-¿Por qué?
-Ni idea, creo que es este pueblo. No es que quiera irme a un lugar lejano, es que irme a un lugar que no me recuerde a esto.
Me miró con su mejor cara de madre.
-Eres muy severo con está localidad.
-Puede ser, no creo pero puede ser- me contradije-. Ya me entiendes. Es un lugar de lo más común, no tiene mucho de especial.
-No es por contradecirte o ir ponerme demasiado positiva, pero todo lugar tiene algo especial. Por muy invisible que sea.
Me recosté en la pared.
-No lo sé,  pero es normal, nadie sabe nada. 
-Relate Sócrates. ¿Te pasa algo?  Estás muy distante.
¿Lo estaba?
Ambos nos comportamos de forma distantes.
-He estado pensando, solo quedan menos de dos meses de verano. Luego volveremos a las clases, y me he dado cuenta también de que fuera de nuestro ruinoso castillo no sé nada de ti y no a dónde irás, ni quienes son tus padres o tus seres queridos. Solo sé que veraneas aquí por que tu abuela vive aquí. Tú abuela que una vez hábito en este mismo edificio. Nada más de tu entorno, solo a ti.
>> Tu color favorito es púrpura, te recuerda a unas flores que tu padre colocaba en un jarro sobre la mesa, tu grupo favorito son los Beatles, te amas sus letras y también te fascina ataviar vestidos antiguos, pero confesantes que no te disgusta la ropa actual. Pero ya está.
Y no solté todo la información que tenía de ella, como el ejemplo de que de vez en cuando sonríe de una manera particular, sus labios se curvan a partir de la mitad izquierda, dejando el lado derecho incluso un poco más abajo. Dejando casi una mueca burlona, que le quedaba bastante bien.
-Qué sorpresa, me conoces -bromeó con ironía-.  Eres mi amigo.
-Amigo –recite muy bajo esa palabra me atrae y repele a la vez. Nunca he tenido uno muy duradero pero dicen que son geniales-. ¿Te gustó el libro que te remedé?
Durante un mes hable sobre algunos que con seguridad le gustara, nuestros gustos se asemejaban bastante para elegir historia. Huimos del amor y abrazábamos con  afán las aventuras.
Si algo nos diferenciaba era que a mi me interesaban más los personajes, sus sucesos y como acabaron allí y Lizie se moría por la acción y los combates.
-No lo he leído.
La abertura ya ni conservaba el marco, dándome una pequeña impresión medieval.
-No me sorprende, tardas mucho en leer.
-De eso nada, para ti todos somos lectores lentos. Tardas días, hasta horas en devorar una lectura que te interese.
Me reí, si era un lector rápido pero tampoco faltaba que exagera.
-Vamos Lizie Bobizie, tardas lustros. ¿Leo un rato o seguimos discutiendo?
Lizie y yo siempre discutimos pero de una manera más amistosa y calmada que competitiva. Lo nuestro objetivo desde luego ni de lejos pasaba a imponer la opinión del otro, sino de pasar rato.
-¿Bobizie?
- Ya sabes, esto es el juego de los nombres.
-¿Juego de los nombres? De que trata.
Intenté recordar lo mejor posible antes de contestar a su simple pregunta.
-Mirá, dime un nombre.
-Dany.
-No podía ser otro. Las primeras letras se van, y dejan any- canturree como pude, lo mío no es cantar-. Bob,¿no? y Dany da la any, como ya dije. Bobany.  Luego viene Bana, Dany da la any. Banany. Es así de sencillo.
>>Dany, Dany, Dany. Bobany  Babany fanny.
-Ya lo pilló, Lizie, Lizie,  Lizie. Bobizie Babizie fannizie. Es una cancioncilla fácil.
-Tranquilo pequeño saltamontes, solo es una estrofa. Hay muchas más. Tantas que llegarían libros enteros, en enteras baldas de enteras bibliotecas. Es un juego que nunca acaba, hasta el fin de los tiempos.
Se río, esa es la Elizabeth que conozco, respetó y quiero.
-Creo que he caído en el primer nivel. Es divertido pero no para mí.
-Menos mal, me daba una pereza tremenda continuar. No es personal,  aprendes rápido y con ganas pero son como seis partes más de Bobizie y Babizie.
Me miró y me lanzó un puñado de hojas de la enredadera junto a la ventana.- Eres un perezoso Daniel Riva González-  se mofo de mí.
-¿Te gusta la lluvia?
-No, aunque sólo es agua. Al agua no se la pude odiar, moriríamos sin ella.
El ave de antes grazno
-Díselo a los supervivientes del Titanic, no creo que estén muy conformes con que no se puede albergar resentimiento al agua- resonó un rayo como el golpeo de una cacerola con un bastón-. Aunque es una noche perfecta para crear un monstruo Igor.
Los gotas de agua se precipitaron más constantes y decididos a la tierra con afán de estropear un picnic, una quedada amistosa de amigos, valga la redundancia o puede que una boda.
-¿Por qué tengo que ser Igor yo?
La respuesta era sencilla.
-Por descarte, yo encajó infinitas veces más en el papel del doctor loco que intenta revivir un muerto.
-¿Has resucitado uno?
- Yo guardó un aire más símil a un tipo tétrico y que merodea por los panteones, al acecho de cosas para su vil experimento. A parte de que soy bueno en biología.
Se bajo de poyete de piedra irregular, sus falda y cabello bailó con el movimiento dándole una apariencia muy elfica.
-Que pena que no seamos un  médico y su ayudante- opinó, llena recochineo y arrogancia.
Me mordí el labio. Siempre que me ganan lo hago, por lo que en mis labios se dibujaban varias y poco perceptible cicatrices.
-¿Qué hora es?
-Ni idea. Tu eres quién lleva reloj.
Si, yo llevó reloj. Pero siempre me olvidó que se cierne sobre mi muñeca cono una argolla.
-Ocho y media, debo partir Lizie Bobizie.
-¿Puedes dejar de expresarte como si salieras del maldito señor de los anillos?
-Mi señora no obtendría menor placer de hablar como el pueblo llano. O lo que viene siendo lo mismo, solo lo hago para chinchar.
Sonrió.
Ella me detuvo cuando bajaba las escaleras con un roce de mano en el hombro tan sutil como etéreo entre lo barrotes de protección de la escalera . Me volví hacia la chica.
-¿Mañana volverás?
-Siempre mientras estés tu aquí.
Normalmente le sacó media cabeza más o menos pero por el efecto de no posarse en el mismo escalón, la altura se inverso.
Llegándole yo por debajo de la frente.
-¿Un abrazo?
Puse los ojos en blanco, pero con una diminuta curvación en la comisura de los labios.
Ya casi daban la nueve cuando llegue a mí casa pensando que quizás mis progenitores se preocuparan por mi. A causa de la nube daba una artificial ilusión de noche, no las noches amables con luna llena aguardado el camino y brillante estrella lejanas de otras galaxias y sistemas, no, una noche sin luna,  una noche sin estrellas, una noche con sólo tres cosas; oscuridad que lo cabría todo como una infecta enfermedad, nubarrones plomizos como agentes del caos y feroces precipitaciones.
Al llegar a mi casa se encontraba en silencio, uno pesado y poco común en la residencia. Y descartaba que la mitad de mis familiares se encontrarán dentro. Solo lo interrumpía un teclear constante.
-Ya he llegado- grité.
Alberto no tardó mucho el responder.
-Hola canijo, estoy en el salón.
Fui allí andando a saltitos, mi hermano se localizaba frente al ordenador escribiendo electrónicamente algo sin parar, con su cabello marrón oscuro, más claro que el mío recogido en un moño alto como el de la bibliotecaria y sus gafas de lectura reposando sobre su nariz.
-Hola All. ¿Por qué no descansas ni en verano?  Para eso está, para rascarse el obligó, despertarte a las dos de la tarde y a mediados de septiembre pararte a pensar que has desperdiciado la mejor etapa de la vida.
Él era el más trabajador de los hermanos Riva González, por una galaxia de diferencia. Y por eso había llegado a la universidad.
-No es un trabajo, ya hace que acabado el curso. Estoy hablando con Morgana, su padre creo que esta en el hospital.
Asentí.
-¿Morgana la de tu curso o la que salistes con ella pero se enamoró de la otra Morgana?- dije, conocía a bastante amigos universitarios de mi hermano mayor. No se guardaba mucho secretos para él tampoco. Los cuatro años no importaban demasiado si supuestamente eres maduro para tú edad.
-Ni la una ni la otra, Morgana la que estabas colado de ella hace dos años y según tu sus pelo serpenteaba con el color del mar negro.
Me ruborice un poco, lo suficiente para no notarse mucho pero de un vistazo.
-Simplemente me caía bien- mentí-. ¿Dónde están los demás?
Me miró por encima de las gafas.
-Si con eso te refieres que si están aquí el resto de la familia, no, han ido a cenar con unos amigos a su campo. No sé cuando volverán.
Me senté en el sillón rojo de la misma habitación, cada día me parecía más incómodo que el anterior. Mis padres lo compraron hace ya más de diez años, cuando yo no tendría ni tres.
Encendí la televisión negra, desde luego más actual comparándola con mi asiento.
Cada día me percató de que éste lugar me parece más pequeño, como si menguara. Puede que sólo sea una sensación, pero me encanta imaginarme que no.
El piso se encuentra organizado de modo que hay un pasillo central que conecta el resto de estancias, hasta el recibidor.
Los cuartos se localizaban más lejos del salón y la sala de estar, que se separaban por una pared en la parte derecha.
Vislumbre la mesa de café frente a mi, Víctor, el pequeño de la familia, aunque ya tenía once años había dejado cono de costumbre sus trastos por todo el tablero.
No sé qué construía esta vez, para su gente cercana era bien sabido que acabaría o trabajando de arquitecto o químico científico. Guardé los palitos de polo en una bolsa y la infraestructura de madera la deje apartada en un lado.
Pensé por que seguíamos recogiendo las cosas que mí hermanito dejaba por medio.
Alberto paso por mí lado, me arrebató el mando a distancia de aparato y lo apagó.
-Está noche no lo vas a necesitar.
Lo miré con enojo.
-¡Eh! Que lo está viendo.
Reprimió una risita. Se soltó el pelo, que le llegaba a los hombros. Ya no parecía un bibliotecaria.
-Era tu casa a juicio.
-¿Y? Ese programa me encanta, ver las casa imaginarte que puedes y decorarla a como tu quieras.
- Eso existe y es un videojuego, y lo tenemos desde que yo cumplí los doce. Y me refería que papá y mamá se han ido y ya sabes lo que toca.
Para nosotros ya era una tradición inamovible, cada vez que nuestros se largaban una noche nos veíamos un maratón de películas de terror de culto, así desde hace cuatro años más o menos.
Gracias a esta costumbre conocía algunas de mis películas favoritas, como Freak y Nosferatu. Que no se note mi predilección por las películas muy antiguas de monstruos.
-¿Qué plan hay para esta noche?
-Pizza y La Noche de los Muertos Vivientes.
-Jo, me apetecía mejor Frankestein y Dracula.
Llegamos al momento en el que ya solo podíamos repetir o un filme menos famoso.
-Lo siento, para eso son mis DVD y no los tuyos. No haber pedido El Señor de los Anillos para Navidad.
Le dedique una mueca y lo imite burlonamente.
-Mamá también me ha dicho antes de salir que ordenes tu cuarto, si mañana quieres salir. Últimamente sales mucho, ¿por fin tienes amigos de tu edad?
-Si- respondí en un tono digno de Sáhara-. Ésta noche lo recojo, o mañana por la mañana. ¿Vas calentando la comida y yo pongo la mesa?
Me replicó que cuando teníamos noches del terror no pononíamos la mesa y que mejor fuera poniendo la película para que cuando fuéramos a comer solo le diéramos al play.
No voy a mentir, la película me pareció un coñazo. Supuestamente era gore, pero lo más sanguinario que se veía en la pantalla eran zombis comiendo gente.
Escuche un ronquido detrás de mí.
Mi hermano se sentó en el sofá y yo delante de la mesita para ver cinta. Me giré para fisgar la procedencia del sonido.
All dormía como un tronco con la boca abierta, babeando.
Le arrope con una manta de una lana sedosa roja lo mejor que pude y le di un beso en la frente. Su susurre que durmiera bien.
-Buenas noches, felices sueños y que no te devore nadie.
Ya entre antes en mi dormitorio pero ahora que me lo decía me percataba de lo sucio, o más bien desordenado que se observaba.
La cama junto a la ventana sin hacer, novelas y dibujos se esparcían por todo mi escritorio de contrachapado, todavía más se apilaban en las baldas de la única estantería de las dos casa, dónde reposaban; mis ejemplares de fantasía épica y los clásicos literarios que yo y Alberto compartíamos, los libros de cocina de papá y unos muy infantiles que pasaban de mano en mano, aunque yo me los salté y ropa sucia esparcida por los pies de la cama y el perchero.
Lo irónico del hecho es que soy el más tonto de mis hermanos, mira a mayor en la universidad casi acabada la carrera de medicina, por lo que mola mucho ojear con el series de hospitales y mi hermano ya tenía maneras de prodigio de la arquitectura.
Y yo aquí en mi madriguera con feos monigotes plasmados en un papel. No me aclaró, en mi mente si este es mi refugio. Creo que no.
Me quite el pantalón y la sudadera, quedándome sólo con los calzoncillos y una camiseta como pijama, luego tiré a suelo las prendas sobrantes Y después me metí entre la sábana, quedándome frito al instante.
Al día siguiente me desperté, no por la luz ni el ruido si no yo solo. Simplemente se me abrían lo ojos y no podían volver a pegarse y llevarme al gran reino de Morfeo. Desde pequeño me pasa.
Por no comentar mis estrambóticos sueños.
No me moví lo más mínimo durante un rato, en una postura semifetal abrazándome las delgadas piernas blancas. La impropia frescura me mordía la piel, causándole entumecimiento.
La mañana se pasó en poco tiempo, malgastado en; recoger mi recámara, ducharme, leer algo en la terraza con las gafas de sol puesta al son de mi música y intentando hacer como si una nube tan gris como la cenizas no me cubrirá.
Una vez Víctor me interrumpió, y me preguntó:
-¿Sabes que hay mal tiempo, no?- me interrogó, por mis chanclas, mis pantalones cortos y mi camisa de azul claro de manga corta sobre una camiseta de manga larga.
No me queda bien la ropa de colores claros por eso la mayoría de veces prefiero de colores apagados y lúgubres, como las noches.
-No me digas Sherlock,  creía que el tiempo se mostraba despejado- bromeé en un tono muy irónico-. Sólo me imaginaba que me encontraba lejos. En Italia, en la Toscana.
Se burló de mí.
Seguramente nunca llegaré a ver país.
A las cuatro y medio, ya partí para las ruinas al encuentro de Lizie. En realidad quedamos a las cinco y media pero me aconteció irme antes. Me enfunde una chaqueta sobre la otra prenda veraniega y me cambie los pantalones por unos más abrigados. Pero me deje las gafas de sol con montura oscura.
No me quedaba mal pero tampoco aceptablemente. Me recordé a alguien que intenta ir de guay pero no lo consigue.
Tarde lo de costumbre en llegar con lluvia, por lo menos hoy los zapatos no me resbalaban.  Pero me encontré a dos chicos de mi clase, Manuel y Pablo creo. Odio encontrarme con gente que conozco y tener que saludarla, quitándole aborrecimiento ellos por lo menos mi relación con ellos era imparcial.
Cuando llegue al recinto me encontré un sobre amarillo, seguramente  sustraído de la oficina de correos cercana mientras un encargado de descuidaba pegado en el muro.
Rompí el papel rugoso, en su interior contenía una hoja, en la que aparecía escrito lo siguiente:
Espero que quién lea esto sea el muchacho que he visto entrar en el viejo orfanato. Sal de hay cuándo puedas y cuánto antes, es un lugar lleno de fantasmas. Y algunos todavía recogen sus estancias al acecho de personas.
El incendio los enfurecido, aunque a la vez los creo a todos. Yo soy la única que sobrevivió.
También en el te adjunto un fotografía de los Espectros.
Con Espectros se refería a un grupo de chicos que posaban en una fotografía, como se hace en los colegios. Todos vestían de manera antiguo, como de los cincuenta.
La lámina se chamusco en la esquina superior derecha, era tan real comí la vida misma. Repase las personas una por una.
Encontré una chica con el cabello corto claramente de una claridad inmensurable, un bonito vestido que le llegaba por encima de las rodillas pesimamente conjuntado con una botas con el brazo apoyado en el hombro de una chica.
Pero todavía su sonrisa traviesa la delataba aún más.
Esos labios que no paré de pensar en ellos.
La chica que posaba sin duda era Elizabeth Ysbryd.
Arcadas me brotaron por la garganta, los ojos se me humedecían y ardían. ¿Pero que hago?
Yo no creo en fantasma. ¿O sí?
Rompí la imagen y dejé que cayera al encharcado suelo de piedra, que mil vientos se la llevarán mejor. Ande a las  ruinas, mi perdición.
Escuché susurros desde la puerta trasera, me detuve para que la pequeña algarabía me penetrará por el oído.
Voces, por lo menos tres.
Entre con pies de plomo, y me escondí en un recodo para ver la cocina de dónde procedían. Puede que la carta no fuera muy desencaminada, se hayan junto al viejo montaplatos un grupo de jóvenes conversando.
Entre ellos Lizie y la chica de pelo negro.
-¿Estás segura Elizabeth? -le preguntó un chaval de cabello áurico y dorado, me recordó un poco a rayos sonora que se apoyaba sobre un mueble, llamándose sus pantalones cortos de polvo.
-Si, tiene que ser hoy.
Un muchachito de ojos cansados y pelo rubio ceniciento le rechisto. Había mucho fuera de lo común en aquellos muchachos, empezando por sus atavíos veteranos.  O que él le crecieron unos astas, cual venado directas de su cuero cabelludo.
-No creo que te crea, al fin y al cabo en un humano.
Meneo la cabeza para desmentir, y dijo algo como “Él es de los nuestros y lo llevaremos abajo”.
Di un paso hacía atrás.
Un mirlo entró y voló hasta cerca de dónde me encontraba, comenzó a berrear como un bebé furioso. Uno muy chirriante y molesto.
-Charles, ¿Qué pasa?
Amplificó su piar.
Me petrifique por unos instantes, pequeños pero interminables como el universo. El juego comenzaba.
La carrera se estreno en aquel punto, me concentre tanto que no me fije en nada que no fuera mis movimientos de piernas. Acelerados pero no al extremo que deseaba y precisaba. Los destartalados hierbajos me arañaron las piernas hasta con el pantalón, que por otro lado no me hubiera pasado si causará por el camino, con ya césped crecido por olvido.
Un fuerte crac me obligó a guiarme a la casa, la puerta salió disparada de las bisagras y volaba como una cometa. Me agache por puro instinto.
Resultó que no corría ningún peligro, sin contar a los fantasmas posiblemente asesinos que veía por mí, aterrizó de pie por lo alto de dos metros de distancia, después se desplomó para delante.
Entre las sombras de recibidor me percaté de siluetas en la penumbra.
Gatee hasta los tablones claros y irregulares que formaban la valla, con la recóndita esperanza de pasar desapercibido. Pero por la ley de Murphy, cuando más falta me hacía se evaporo sin dejar rastros.
La calzada empedrada resbalaba como el demonio, mis zapatos no lograban ser muy antideslizantes pero hui como pude. Sin prestar mucha atención a obstáculos; unos cuantos de coches, unos niños e inclusive a una señora que paseaba un cochecito de bebé antiguo lleno de encajes, que sinceramente no se el porque de esto. A parte de para deshacerse de crio con una pulmonía.
Después de esquivar a la anterior y peculiar dama, decidí asegurarme de lo mucho que Ellos avanzaban en mi asechadora búsqueda.
No me seguían de tan de cerca, el grupo casi paseaba sin mucha prisa. Los contemplé por unos instantes, serían fantasma asesinos o lo que sea pero me encantaba sus estilo vintage.
La joven de cabello negro se le poso el delator pájaro que gritaba para dar a conocer mi posición. Ella le rascaba la papada cubierta de plumaje como la noche.
A cada insidioso paso más se me complicaba dar el siguiente, logré llegar a un camino cubierto de irregulares piedras grises, amenazantes. Abrazado por su poniente un murito de igual material que proseguía de un reducido precipicio y occidente por ladera en miniatura coronada por rocas y verde pasto.
Paré a coger aire,  me agache y coloqué la palma de mis manos sobre mis articulación inferior, la cual se encontraba humedecida. Todo yo me encontraba calado hasta los huesos y el fondo de mi negro corazón.
-Dany Bobany.
Lizie. Me retire de ella con un grosero paso atrás, pero con tanto miedo que temblaba. Su cabello se pegaba a su cabeza cual plata y oro derramándose en armoniosa estatua de diamantes en las cuencas oculares.
-Déjame- titubee, cuando nuestras pupilas se encontraba la una con la otra no la veía como una amenaza, solo como Elizabeth Ysbryd.
Mi ángel perfecto, ahora esa alma pura en mi mente se quebró y muto en algo perverso. Los demonios simplemente son ángeles caídos.
La acompañaban los mismos chicos la blanca chica de porte delicado y el cabello como su animalejo, el joven moreno con pantalón marrón claro y calzado veraniego rojo, el muchachito que llevaba tirantes sobre la camisa y cuernos, una chica de cabello salvaje y un jersey basto de lana entre rosa y café y un tipo unos años mayor que yo, disfrazado como salido de una feria que intenta evocar el ambiente medieval pero no le sale, pero con más calidad.
-Os dije que se asustaría, míralo. Le va a dar un infarto- alegó el de pantalón corto con marcado acento itálico.
La chica de cabello sanguinolento saltó a rechistar a su compañero:
-Yo te creí cuándo me lo constates.
Él se río.
-Tú estabas casi chamuscándote, en esas circunstancias yo también creería todo lo que me narrarán si no acabará en el viejo hoyo de Hades. Lo que sea, es en lo que se basan muchas creencias.
Pensé algo. Un plan tan elaborado que tardaría horas en redactarlo y de tal magnitud, que dejaría cualquier estrategia como una chiquillada. 
-Oggy, no puedes decir lo que se te pasé por la cabeza- le regaño la del mirlo con vestido gótico.

Sin previo aviso continúe con mi caminata forzada, con tan mala suerte que me resbale con un pedrusco y me estampé contra el suelo en un doloroso impacto.
-¿Esté es nuestro nuevo recluta? Alguien muy poderoso que le vence un ser inerte- dijo a Elizabeth el de ropa de mercadillo.
-Un ser inerte muy resbaladizo, pero déjalo. Tú también caíste- me defendió Elizabeth.
Me senté con las piernas extendidas frente a ellos.
Me rasgue la tela por debajo de las rodillas, por el orificio me percaté de que sangraba, no era más que un hilito rojo pero sangraba. El escarlata quedaba bien sobre mi lechosa piel.
-¿Estás bien, colega?- me preguntó el rubio.
-No muy bien, hay fantasma acechando.
-¿Quién?
Las gafas de sol las había perdido sin darme cuenta en la persecución.
Señalé al grupo con el mentón.
Se riñeron una risa, o la soltaron directamente.
-Estamos tan vivos que tú.
Me palpe los hombros y el pecho instintivamente y cono señal de que aun, y puede que por poco tiempo respiraba.
Note un dolor intenso en la parte inferior en la parte inferior de mi pierna. No muy fuerte o insoportable pero mostraba que algo pasaba.
Un rosal se enredada en mi zapato y tobillo, sus espinas verdes me basaban peligrosamente. El vegetal crecía en mi pierna, no de manera cotidiana si no más parecida a una serpiente. Algunas flores como la sangre le crecían.
No los miré, pero una chica de botas sucias me contó que se quedaron atónitos, todos salvó una chica de cabello salvaje cuyo nombre es Sarah.
Ella olía a muerte, ellas y los chico.
Y yo.

Sangre Oculta Primera Parte Del Primer LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora