Denisse (1) (Semilicántropo)

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23 de febrero de 2011
Denisse soñó con lobos. Él era uno de ellos, y corría cómo el viento por todo el oscuro bosque. La manada lo rodeaba, la más grande nunca vista nunca por hombre o bestia. Había lobos blancos pulido, negro sombrío, marrón terrenal y fogoso naranja. Unos grandes cuál caballo y otro no de superior tamaño de un gato. Algunos muy jóvenes y inexpertos e otro ya habiendo visto más setenta fríos inviernos. Pero todos seguían a un solo gran líder por la lóbrega foresta tupida. Un líder grande y fuerte. Uno de color de la tierra que pisaban, ojos de oro fundido y pelaje espeso. El animal más rápido, fuerte y más salvaje.
El gran lobo malo de los cuentos infantiles. Devorador de humanos. Denisse era él, el líder de la manada. La manada mayor de todos los tiempos.
La alarma sonó, rompiendo toda esperanza de ser el gran lobo malo y devolviéndolo al terrorífico mundo humano de una cruel bofetada. Salió de la cama y se quedó un pestañeo de tiempo sentado sobre la colcha. Frío, el frío le apretaba cualquier parte de su semi desarrollado cuerpo. Le arañaba las mejillas (no sintiendo el arañazo de su hermano, el día anterior supurante de cálida sangre). El sol sonreía en el cielo.
Intentó despertar a Di antes, no lo consiguió. Al verse frustrado por el fallido intento, entró en el cuarto de Fern y intentó respetarlo a él también. Siempre lo intentaba y fallaba. No pasaba nada, normalmente ya se habían despertado al salir de la ducha. Luego, su hermano pequeño se quejaba de ser siempre el último.
<<Preparado para un buen día- pensó juguetonamente antes de pisar unas piezas de Lego sueltas en medio del pasillo>>
Barrió con su pie, enfundado con su calcetín de lana roja, agujereado en el dedo pequeño del pie, los inagotables cubos multicolores esparcidos por los sucios tablones de madera que muy poco profesionalmente componían el suelo. Y no sólo éste, también las paredes, vigas, tejado y las ventanas. En realidad no lo recogió, lo pospuso dejándolo guardado, y convirtiéndolo en pasto de arañas debajo del desgastado mueble. Con arañazos de garras.
Comenzó a tantear con un ritmo acelerado y ligeramente discrepante de la original Rhiannon de Fleewood Mac mientras de dirigía tranquilamente al cuarto de baño grande de arriba (lo llamaban grande para referirse a “menos pequeño”). Seguramente si su familia creyera en alguna religión seria la música de los ochenta y noventa. Siendo una vieja bruja galesa la reina de ellos.
Se desabrochó los botones de la lanuda parte de arriba del pijama, y lo amontono junto al váter viejo. Que debía arreglar antes de que alguien lo usará, causando una inundación a gran escala en cuestión de minutos. Un fino vello le comenzaba a crecer por la mandíbula, de color pardo. Asomándose atreves del poco agradable cutis de encima de su labio fino. Su piel poco agraciada, ni la mitad que Ben pero si porosa.
No se afeitó, si algo necesitaba era barba. Una barba equitativa a la de un padre, una equivalente a un salvaje. Una equivalente a un gobernante y patriarca. Para su desdicha, siempre fue muy lampiña para alguien medio licántropo, hasta para los humanos. A pesar de su edad, sin afeitarse una semana cómo en aquella ocasiones, no le cubría más que una fina pelusa la parte inferior a su rostro. El vello del pubis y las axilas le salió recientemente hace dos años  y el de tórax, brazos y pierna hace un año. Y eso le preocupaba mucho, a sus amigos humanos les empezó a crecer con unos trece años, y incluso a su hermano le comenzaba a crecer con nueve años, a su hermana fue dos después. Le perturbaba tanto cómo su tardía primera luna.
Al ser invierno, desnudarse llegaba a ser prácticamente doloroso. No inmediatamente, claro. Poco a poco no ibas sintiendo la piel, igual que si se quedara dormida. Luego se te volvía de un color extraño. Si tenías suerte sólo te amputarían una pierna, pero se extiende por todo el cuerpo. Y acabas muriendo, indolora mente, claro. Igual que quedarse dormido, pero no por ello diferente que otros distintos tipos de muerte.
Denisse, sinceramente nunca vio a nadie morir así. Salvó una vez que en la presa, que sólo se congelaba en diciembre y enero. Un vagabundo había muerto allí. No recuerda mucho más.
Se miró al espejo.
Recordó los lobos de su sueño y formuló una pregunta para si mismo pero hablando. Moviendo lo los labios pero sin producir sonido.
-¿Tu eres un lobo?
No estaba seguro.
Pero debía serlo, su hermano, hermana y padre lo eran. ¿Por qué no él?
Se ducho lentamente, quería que el agua caliente calentará todas las partes de su cuerpo. El jabón también, pero no le importaba tanto. Se restregase el jabón nunca se le quitaba ni un poco el olor canino de su piel. Los humanos no lo olían, lo sabía. Aún así le molestaba mucho. Y así olía su familiares, y parte de si mismo. Más liguero, e allí estaba. Una parte de él quería correr a la luz de la luna, llamar a los lobos y cazar. Cazar la pieza más grande jamás vista. Sin embargo, otra extrañaba jugar con su madre. No recordaba a qué, y quería. En una tercera porción cerebral pensaba en cosas normales de adolescente. Conseguir pareja, notas de exámenes…y todo eso. Que en realidad veía muy lejano y esquivo.
Se cepillo los dientes con rapidez. Pasando en un segundo de una a la otra punta de la boca. Sus dientes al ser casi caninos no se ensuciaban con la misma facilidad que unos humanos, aunque así se los limpiaba con la misma frecuencia. Por costumbre simplemente, de pequeño su madre se lo hacía lavar al despertarse y antes de irse a dormir. Y no pudo despegarse del hábito.
Le apeteció mucho ir a la presa de las afueras. Un gran muro de hormigón, capaz detener el torrencial río, no muy grande pero lo suficiente para sacarle partido, encargado de sacar pequeñas cascadas al artificial lago, sin nombre. Cómo la mayoría de cosas del pueblo, en especial las naturales cuáles los humanos no suelen prestarle atención.
Se enrolló la toalla blanca y áspera a su delgada cintura huesuda. Intentó ir lo más rápido a su habitación, para ataviarse las prendas. Fuera Di y Fern, recién levantados con sus cabellos revueltos y pijamas arrugados, se peleaban por quién entraría primero al cuarto de baño. Fenris debía haberse convertido otra vez en sueños, su camiseta se encentraba muy arañando. Era la única que le quedaba, por esa razón debía coserla esa tarde después de hacer los deberes.
-Pero yo estaba primero- se quejó su hermano pequeño. Su cabello blanquecino brillaba con la blanca luz de fuera, lo miró con sus ojos marrones, con un tono en el fondo rojo. Su hermano padecía albinismo, al principio pensábamos que sería difícil. Sin embargo, no es casi nada foto sensible. En verano se suele quemar pronto, y eso no se debe a su condición. No tiene un grado muy alto del padecimiento. Y desde luego yo, Dany, no soy quién para explicar cosas sobre albinismo. No sé mucho sobre ello y sólo he conocido a un animal con éste. Y no veo en ningún parecido en éste con un licántropo.
- Pero tu te has ido- dijo Diane mirando a Denis con cara de cabreo, apoyada en la pared con los brazos cruzados y esa cara daba la impresión de ser peligrosa. Su cabello, lleno de rizos descuidados le favorecía. Normalmente, con esa cara y una camiseta ajustada de un equipo de baloncesto inglés no. Aunque si se encontraba más femenina que la mayoría del tiempo.
--Deja a Fern primero – el niño entró aprovechando esto y el descuido por la indignación.
- Gracias  ahora me quedaré sin agua caliente.
--No, ya he arreglado el calentador. Tenía dentro una ardilla muerta.
- ¿Reciente?
-No.
Entró a su cuarto. No sabía lo que ponerse hoy. Así que pilló lo primero de cada montón de ropa doblada. En resultado no fue mal, y lo hubiera sido le daba igual. Por suerte, le tocó prendas abrigadas. Acabo poniéndose una camisa de cuadros rojos y azules de tejido bruto (que sorprendentemente le habían mordisqueando en la zona de las costillas hasta lograr un agujero del tamaño de un puño), una chaqueta marrón llena de bolsillos, forrada de pelo en su interior, un chubasquero amarillo y notas de montaña con cuerdas, muy cómodas si tengo que decir la verdad.
Cogió la mochila, y tras meter los libros y deberes de las asignaturas pertenecientes al día, esparcidos por todo el escritorio sin cuidado. También su trabajo de literatura sobre Beowulf. Con sinceridad, prefería hacerlo sobre Madame Bovary, pero sólo valía literatura alemana. La etapa daba igual, pero debía ser de Alemania.
<<Que estupidez – pensó Denisse - . Sólo son fronteras.>>
Bajo las escaleras de dos en dos. La madera crujía, esperaba que Di no se viera obligada a arreglar otra vez el segundo escalón. Siempre acaba por romperse en invierno varias veces. Por lo menos no fue tan horrible cómo la lavadora, inmundo la cocina. Varias veces en tres días.
Encendió la radio antigua, desplegó la antena y trasteo los botones hasta encontrar la cadena de música poco actual. De los sesenta, ochenta y noventa, para ser exactos. E internacional, con eso se refería a en inglés. En su clase era el mejor en inglés, lo hablaba y comprendía con facilidad. Y por ello le gustaban las canciones en el idioma de Shakespeare, modernizado por supuesto. Denisse no es el tipo de persona interesada en cómo se hablaba un idioma en la Edad Media.
Era hora de desayunar. Abrió la nevera y se calentó varios trozos de pizza barbacoa del día anterior. No solía pedir comida (si solía encargar comida a domicilio mucho) pero ayer que dio mucha pereza cocinar, así que pidió una. Y así además ayudaba a Diethelm con su negocio destinado al fracaso, pero nunca se atrevería a decirlo en voz alta. Por no contar que nunca venía mal Menno, no lo veía tan a menudo desde su salida del instituto. Muy triste la verdad, no pudo ir a la universidad a pesar de ser muy inteligente y se quedó trabajando en la pizzería de su padre. Así cualquier estaría amargado.
Cuándo terminó se abrocho todos sus abrigos y salió al frío. El viento helado le azotaba la cara, no era fuerte pero si frío. Y mucho, la piel se le enrojecía al instante. La nieve le cubría los dedos de los pies sobre las botas. Le paisaje daba la impresión de ser uno navideño, uno que se había vuelto loco pero un paisaje navideño. El cobertizo se trataba una pequeña construcción semi cuadrada, a base de tablas de madera vieja sin pintar.
En sus paredes no la iluminaban bombillas, sólo te permitía ver las hendiduras diminutas en la madera. Más que suficiente para su avanzada vista animal. A veces se creía un X-Men, y de pequeño jugaba a ello en el colegio. Hasta que su padre le regaño. Al contrario de esa tontería, su especie no podía ser la humana. O eso se engañaba creyendo.
En el suelo cubierto de una resbaladiza película congelada, un ciervo sin rastro de su vitalidad se tumbaba, inerte. El frío lo mantenía intacto, cómo recién cazado. A pesar de los tres días que llevaba allí. Su sangre debió de ser caliente hace tiempo, y humear en el momento de su defunción. Su pelaje le recordaba al del propio cazador, su padre. Su ojos lo no miraban porcelanosos y sin una mínima parte de vida. Al muchacho le gustaba mucho la carne, pero no de esa forma. Tan triste, tan baja. Prefería no mirar la muerte a los ojos, que quizás le devolvería la mirada.
Sacó el cuchillo de caza de su bolsa, con todos los útiles de aquella impura acción. La punta no se afilaba con todo su potencial, si lo suficiente para cortar. Su padre siempre decía encargase de afilarla, y nunca se acordaba de ello. Con ella cercenó la pata del animal, serrado la carne y hueso hasta desprenderse del delgado cuerpo. Con la nieve no había mucho que comer en las cercanías, algunos preferían invernar. Los lobos no, sabía sobre una manada de ellos en el bosque rodeado a su cabaña.  Los olía, pero no los vio nunca. Intentaban, seguramente mantenerse alejados de lobos más grandes y feroces. No le costó mucho llevarlo al sótano, sólo sostenía sobre su brazos una de las partes menos pesadas. Es más, ni se planteó arrastrarla.
La habitación subterránea era muy fría. Demasiado. Se dividía en una sala grande de ladrillos de piedra, con ventanitas rectangulares arriba del todo. Dejando que una pequeña luz entrase, iluminando levemente la sala. Tan sucia cómo Fern, y un olor peor. Y subió al salón, tras dejar el desayuno a sus hermanos. Un desayuno repugnante para los dioses salvajes. Un desayuno no hecho para un humano.
No se preocupó por avisarlos, si festín ya los llamaba de por si. Su olor a carne deliciosa llegaría a sus fosas nasales. Dónde sea que fuera que estuvieran en la casa. Salvo en la ducha, el agua disimulaba los olores mucho. Se apoyó contra la pared, no se perdería el espectáculo, y se puso a limpiarse la uñas. Mejor dicho, no perdería de supervisar el banquete de los seres salvajes.
No tardó en aparecer Fern, era pequeño pero también rápido. Sus ojos se volvieron más animales, de un color casi imperceptiblemente más amarillo. Devoró su parte de la pata de animal en cosa de cinco minutos, o menos. Con gran ferocidad, le pareció que no había comido desde ayer. Su hermano tendría mucho defectos, cómo ser un cabezota, querer ir con un pijama siempre a clase, gastar el agua caliente o negarse cada uno de los día a ayudar con cualquier tarea del hogar, pero uno de ellos nunca sería no terminarse la comida. Todo lo contrario, normal, sin embargo los recursos en tan estival época no sobraban. Su padre tardó un rato en localizarlo.
Denisse le regañó, con la fallida intención de soltar la parte no respectiva para él. El niño le gruñó. El joven estaba acostumbrado, no le haría nada. Lo veían cómo un cachorro de lobo, todavía no lo suficiente mayor cómo para ser peligroso, y él cuál debían cuidar de él.
-Me voy arriba, tengo que fregar los platos – le mintió, des vez en cuándo le ocurría. Se encontraba tan desagradado por el festín del lobo, y se veía obligado a irse de la habitación - . Detén a tu hermana cuándo se haya comido su ración.
Subió por la escalera de madera, que salía a una puerta al lado del salón. Esta se construyó con madera, cómo casi toda la casa. Pero la de la calle en piedra y ladrillos, cómo el oscuro sótano. De pequeño Denis le daba mucho miedo, y su madre lo consolaba. Ella le decía mi lobo. Eso lo recordara siempre .
De los tres, únicamente él recordaba a su madre. Y por el contrario, e un tanto tristemente, ya casi nunca pensaba en ella y seguramente el tiempo borraría su paso. Le entristecía mucho eso, comenzaba a difuminarse su rasgos. Sin duda fue muy hermosa, sin duda. Sus ojos azules brillaban mientras le contaba cuentos por la noche para dormirse. Su padre la quería mucho eso no cabe duda, trabajaba de sol a sol. Intentando darle una buena vida a ella y sus niños. Por desgracia no lo consiguió. Algunas veces dudaba si ella se encontraría orgullosa de él.
Y la recordaba hablando francés. No llegaba a su cabeza la razón, lo cual le reparaba el hígado. Muchas veces cantaba una cancioncilla infantil sobre unas campanas y una tal Juana. Nada más, ni siquiera aprendió ni una palabra en el idioma.
Su hermana bajaba. Se había escondido su cabello trenzado sin cuidado bajo una basta gorra de camionero de su padre, blanca y roja pero desgastada. Sus botas manchadas empapaban la alfombra muy descaradamente (Denis ya pasaba de regañarla, las últimas treinta veces no funcionó. ¿Por qué lo haría la 31⁰ vez?) y una camisa de cuadros rojos, que le sonaba demasiado de haberla visto en su armario. Por no mencionar la talla, varias tallas más. Todavía a Denisse, más de diez centímetros más alto que ella le quedaba holgada. Lo que le gustaba.
-Daos prisa, vamos a llegar tarde- no pudo evitar mencionar la prenda sustraída - . Por cierto, que bonita.
Entraba al sótano pero se volvió para responder a su hermano. La oscuridad le daba a la espalda, dándole el aspecto de una película de terror. – No la habría cogido si alguien no se hubiera olvidado poner la lavadora. Otra vez – cruzaba lo brazos cómo una niña pequeña.
-Exactamente, se te olvidó poner la lavadora.
-No, era tu turno.
-Da igual – murmuró para si mismo.
Mientras terminaban de desayunar se aseguró de poner y corregir cada unos de las tareas y turnos en la pizarrilla blanca de la cocina, junto ala nevera con un rotulador azul oscuro. Después dibujo tres lobos, uno más grande (que pintó todo del color del utensilio representando un color oscuro), otro un poco más pequeño (pintado a cachos blancos y azules) y el más pequeño sólo le coloreo los ojos . Jugaban y parecían felices.
Cuándo los dos pequeños y más salvajes que su hermano mayor terminaron su comida tomaron su camino para sus centros educacionales. Su refugio se encontraba lejos del pueblo, no mucho. Nada más que treinta minutos andando. El padre de ellos compró es lugar hace mucho tiempo.  Ni Denisse lo recordaba (se encontraba sobre lo brazos de su progenitora, Diane dentro de ella y Fenris ni existía todavía). La nieve les complicó el avance un poco, tardando diez minutos más de lo esperado. Sus botas se hundían milímetros. El bosque ni se atrevió a proferir mínimo ruido. Los pájaros callaban, y los árboles también. A Denisse le gusta, aunque no la soledad. Antes de llegar al pueblo cruzaron un puente de hormigón. Asegurándose de sostener el peso de los automóviles más pesados. Por una autovía media que cruzaba su cada y el mismo puente se llegaban en coches a Berlín en varias horas. Los tres olieron un mapache y les dio un poco de hambre, pero al ver que llegaban tarde Denis detuvo a su hermanos.
Stille Wiese es el típico típico pueblo alemán medieval que aparece en las postales mentirosas. Gerolf me enseñó varias, mandadas por el mismísimo Denisse. Con casa de piedra de varios pisos de piedra, sujetada por vigas de madera. La Plaza Mayor me agradó mucho . Todo centrado en torno a una pequeña cuadrada fuente gris y muy desgastada, llena de agua congelada (ese día). Ahora que recuerdo, perdonad mi mala memoria. También había un casco más urbano, todo esto trasladado a pequeño escala en el pueblo. Que cruzaba varias calles para llegar a su instituto.
El colegio de primaria y la secundaria no se encontraban muy lejos. Contradiciéndome a mi mismo, si se tardaba unos escasos cinco minutos para llegar de una a la otra andando a un paso normal, ni muy lento ni muy rápido. Al hablar de licántropos más lo segundo, se ponen nerviosos en caso de la primera. Otro factor, provocando un distracción y llegar, si cabía más tarde:
La pizzería del padre de Menno. No podía dejar de hablar con el muchacho.
<<Está vez no – pensó Denis pasando delante del comercio vacío. Construido con las ladrillos rojo pálido, intentando parecer más italiano. Por dentro si daba el pego mucho más, o Denisse le gustaba el papel pintado del Coliseo. No sabía diferenciarlo del todo - . Ya verás sus ojazos luego>>
El único y más feo colegio de toda Alemania se encontraba allí. Delante suya. De piedra, lleno de barrotes. A los lobos no le gustan lo barrotes. Denis y Diane se quedaron parados a unos metros, viendo cómo hermano se introducía en el edificio. No le apetecía ver a la señora Pierre. Mucho que el joven Woff la veía cuándo convocaba a su padre, e iba él por su trabajo. Esa mujer muchas veces exigía la asistencia de Thomas Woff, y siempre obtenía a Denisse. Recordaba haber ido con doce años a reuniones para hablar con profesores de Fenris y Diane, si no, antes.
-Menos mal que se ha ido  - dijo Di, sacando un cigarrillo de su mochila de cuero sin teñir.
Denisse se lo quitó de la mano de un movimiento rápido, y lo tiró lo más lejos que sus fuerzas le permitieron hacia atrás. Se escuchó un sonido de impacto contra el agua. Ambos hermanos miraron al río. Ocupaba menos de una acera, y sim embargo su profundidad era más que el tamaño de un armario. Partía el pueblo en dos.
-No, no se te ocurra. Y cómo vuelvas a fumar delante de mí, no vuelves a salir el fin de semana – le regaño Denisse. A pesar de no ser una familia de muchos recursos siempre intentó enseñarles a vivir una buena vida, y alcanzar lo que su padre no pudo. Y Denisse estaba seguro de que ese no era el camino.
-Tu lo haces.
-No. Ben lo hace – mintió y pensó en dónde debía esconderse para no ser visto. Dándoles mal ejemplo - .Los lobos no fuman.
Pero Denisse si.
Continuaron andando sin hablar. El viento les despeinada sus cabellos pardos y se clavaba en sus caras cómo alfileres. El muchacho se caló la capucha dorada de la prenda. A pesar de encontrarse despiertos todos lo habitantes del pueblo, el silencio los ahogaba y los cubría hasta el cielo cómo un mar. Interrumpido por pisadas, contra los adoquines de la acera.
Dos calles más allá de la escuela primaria el instituto se erigía, menos imponente que el cobertizo de caza. No por su altura, las tres plantas eran lo suficiente para serlo. Los colores del exterior fallaban. El rojo y amarillo recordaban más a un payaso que a un centro educativo. Su forma cuadrada no ayudaba. Le hacía parecen un Happy Meel muy alto y a rebosar de ventanas cuadradas, dejando ver su interior.
Por dentro daba la sensación de encontrarse en un hospital psiquiátrico. Con paredes blancas, o colores similares. Adosado con baldosas blancas y negras. A Denisse le enervaba la composición. Algo tan antinatural que sólo pudo ser creado por el hombre. Olía a yeso, sudor y a congregación de seres humanos. Aunque para cualquier persona el olor se debía suavizar mucho.
Se despidió de su hermana, deseándole un buen día  y exigiéndole un esfuerzo en su estudios. Ella fue hasta su clase al final de pasillo de la primera planta. Él tuvo que subir hasta el segundo piso, desde hace diez minutos tendría que haber estado en la clase de Gilbert, literatura. Casi siempre era a la primera hora de la mañana, y siempre llegaba tarde. Y desesperaba a su profesor.
Entró en la clase sin llamar, y se sentó en el asiento junto a la ventana de la fila tres. Detrás de Ben. Todos lo miraron hasta sentarse, y luego pasaron al profesor.
Le regaño mientras cruzaba la aula, lo ignoró. Siguió hablando. No paraba ni un segundo. Le empezó a poner muy nervioso. Le llamo irresponsable. Denisse casi le salta al cuello, pero se controló. Quiso morderle el cuello con sus propios dientes, ver cómo la sangre brotaba de su cuello y se desangraba. Podía ser muchas cosas, pero irresponsable nunca.
Llamaron a la puerta. El director, un señor de cuarenta años atractivo, de cabello más claro que el de Denisse y una pequeña barba. Vestido con una chaqueta de profesor universitario, un jersey y camisas blanca, entró acompañado con un chico, que llamó la atención a nuestro protagonista desde que entró por la puerta. Olía diferente, algo raro, algo salvaje, algo. . .
Denisse, literalmente no pudo dejar de mirarlo en un rato. Había algo en él que lo obligaba, no sabía el qué pero no le importaba. Mientras no se diese cuenta lo haría lo máximo posible, sin que el chico se enterara. Él era su héroe, por llegar tarde tan seguido lo podrían haber expulsado, conociendo al profesor un mínimo, lo haría sin más dudas. Y lo mucho que odiaba a Denisse, por ser pobre, seguramente por eso, o por vivir en una casa a las afueras , en un entorno campestre. Si en un futuro llegaba a abalanzarse cómo una bestia enloquecida al cuello de alguien, ese sin duda se trataría de su repugnante profesor de lengua.
Miró a su chico nuevo, seguía en la tarima. Al lado del subdirector, Ulricth le agradaba al medio salvaje. A decir verdad sólo no lo hacía el ya mencionado Gilbert. Era un impulso sostenerle los ojos sobre los suyos. Un poco más grandes que lo de Denis, y mucho más bonitos. Varios tonos más oscuros y mas verdosos que la presa. Sus rasgos también poco comparables a él. Su mandíbula no se marcaba, pero su mentón si se parecía en cierta manera un poco.
Por un momento le devolvió la mirada, y tontamente él la apartó al instante. Casi avergonzado de haber sido descubierto llevando a cabo una acción deshonrosa. Su postura encorvada y temerosa le recordó a un esclavo romano apunto de ser vendido a un dueño en un mercado, asustado por si la suerte no estaba hoy de su lado. Contrariándonos al propio Denisse, y yo, cómo el mejor narrador que habéis podido conseguir (lo que no es mucho), también algo en el te decía que era salvaje. Lo mirabas de cerca y específicamente en una zona y no lo notabas, pero si a grandes rasgos.
Antes de sentarse se tocó el brazo izquierdo bajo la manga. Se escondía en un jersey de lana varias tallas más grandes. Denisse pensó que debía llevar algo más, y que debía tener frío. Para su desgracia se sentó en un pupitre en la quinta fila del otro extremo de la estancia. En él que tenía tallado un nombre que empezaba por la letra ese. Durante la clase siempre se aburría, y aquel día po podía ser menos, su concentración estaba en el subsuelo, por lo que se dedicó a mirar de vez en cuándo al nuevo, no se dio cuenta nadie (él se apresuró cómo si la vida le fuera en ello), pero lo hizo. En un momento pienso en lanzarle una bola de papel para llamar su atención, acabo desechando la idea al no saber que escribir. Por lo qué comenzó a escribir un poema, por aburrimiento. No lo hacía casi nunca, pero aquel instante le pareció buena idea.
Saco varios libros de su taquilla, un pesado montón de libros insuficientes para soportarlos con una sola mano. Su taquilla sin decoración se quedó casi vacía, por lo cual la relleno de nuevos libros. Los metió en su mochila, que le regalaron en su decimosegundo cumpleaños, los libros anteriormente extraídos del cubículo. Debía recoger a Fern en menos de diez minutos, no quería pensamientos de abandono en la cabeza de su hermano. Ese debía ser su pensamiento, no Gerolf. No sé lo quitaba de la cabeza.
-Si, de verdad Denis. El sábado. Mina es una auténtica zorra – le dijo su amigo sobre una chica del instituto. Ella se había acostado con la mitad del alumnado. Denisse y Ben no estaban entre ellos, el primero por decisión propia y el segundo porque ella no le agradaba. Quería mucho a Benjamin, pero a veces no lo soportaba, y lo único que deseaba era que se callase a cualquier costa (incluyendo saltarle a cuello para intentar arrancárselo). Pero se controlaba, lo extrañaría demasiado.
El semi licántropo le oía, y sin embargo no lo escuchaba ni un poco. El chico nuevo leía el número de las taquillas una tras otra, con movimientos rápidos entre cada número. Con la cara de un cazador primerizo en busca de una rápido pieza. Seguramente un ciervo, ellos son muy rápidos. Sólo conocía a una persona capaz de darse un festín con la criatura. Y le daba la mayoría a sus desagradecidos cachorros.
-Otro, debería hacer una lista – continuó Ben con lo anterior si avanzar en la conversación. Remangándose la manga de su sudadera y dejando ver su esquelético brazo. Su delgadez se notaba mucho, y debía ser preocupante. Tan cómo la gente quiere. Y su atractivo quedaba disimulado por sus acné y mala personalidad, bueno, no del todo. Pero si por su personalidad. Él ya se acostumbro a eso. No hay mucha gente de su edad en el pueblo.
-Creo que voy a hablar con él – soltó palabra por primera vez en la conversación Denisse. Casi toda la gente había huido ya , quedando unas cinco personas en el pasillo largo con losas blancas. Incluyendo a los tres muchachos.
-¿Qué? ¿A que viene eso?
-No lo sé. Simplemente quiero hablar con él – cerró la puertecilla metálica de su compartimento, con escasa decoración. Solo  puso la fotografía de su madre, según él para darle fuerza en algunos días. Después avanzó por la estancia hasta cerca de Gerolf, muy silenciosamente. El ruido fue inexistente. Dejando atrás a Ben, quien tuvo que correr hasta alcanzarlo de forma muy patética. El chico ni sabía ni se le daba bien corre. Al contrario que Denisse, quien casi era el mejor de todo el instituto, le superaba su hermana.
El cual seguía buscando su numero de taquilla sin éxito ninguno. A la luz de las lámparas rectangulares del techo se veía igual de pálido y más vivaz que en el aula. Y sus ojos más brillantes. De perfil le daba un aura muy artística, de un retrato renacentista. Sus zapatos de suelas blancas se mancharon de barro, y dedujo por esa razón que caminaba hacia casa, pero no mucho, un cuarto de hora cómo mucho. No se le ensuciaron tanto. Se le había secado, pero no del todo.
-¿ Te puedo ayudar? – le preguntó Denisse colocándose detrás de él. El pobre muchacho se sobre salto y dio un pequeño saltito. Después se volvió a mirarlo, diciendo:
-La verdad es que si. Estoy buscando el despacho del director – le expresó el motivo de su búsqueda a chico lobo. Era la primera vez que lo escuchaba hablando, se fijo en su dentadura ligeramente más alargada que la de cualquier humano. Sin llegar a ser alarmantes para ninguno de ellos. Con seguridad, tan sólo él se percató del hecho. Los puntiagudos y feroces colmillos salían con la oscuridad, cuándo también las bestias salían a devorar lo primero en cruzarse en su camino, menos lobos. Nunca lobos, y menos cachorros.
-En realidad es un lugar un poco apartado, es muy difícil encontrarlo a simplemente vista. Te acompaño – se ofreció, no por altruismo. Por Gerolf, y su condición. Sólo con su olor ya estaba seguro.
Él era uno de ellos, Gerolf era un licántropo.
¿Y ahora qué? Se lo debía contar a su padre. Él sabría seguramente que hacer con el chico nuevo. No podría acomodarse en la casa, apenas quedaba dinero para las cuatro habitaciones, para uno más todavía peor. Pero le preguntaría el procedimiento de actuación a su progenitor en cuánto que llegara de su trabajo. ¿Seria extraño invitarle a casa acabándose de conocer? Si, seguramente. Lo extraño no es que Denisse pensara en eso, lo raro seguramente sería que con otra persona no se pensaría lo que llegara a pensar de él o su familia. Le importaba poco los pensamientos ajenos. Igual que su padre, al igual que Diane, al igual que Fenris… al igual que a una criatura salvaje.
-Gracias, eres muy amable… - se bajo la manga de lana amarillenta hasta ocultarme el brazo entero salvo las falanges delgadas. Denisse ya miraba el brazo antes, y percato de su reloj de correa de cuero. Un no muy espeso vello anaranjado le cubría la extremidad. Y extrañarme no le hacía parecer más mayor, cómo suele pasar. A los hombre por lo general, el vello facial y corporal le añadía años.
-Denisse – ese era su nombre. Elegido por su madre, cómo todos sus hermanos. En concreto se lo puso por su abuelo, que nunca conoció ( y casi seguramente, no conocería). No conocía muchos datos sobre él. Uno se trataba de su nacionalidad. No nació ni en Alemania ni en Francia. Ni siquiera llegaba a recordar mención de su origen, pero si la hubiera no la recordaba.
Ni llegaba a ponerle cara. Cuándo pensaba en él se imaginaba un hombre mayor, de unos setenta. Con cara muy arrugada y de color amarillenta, semejante a un bulldog (los perros más feos que existen). Vestido con una camisa y quejándose de los inmigrantes. Pero lo le llegaba a poner cara alguna.
-Denisse.
-Me tengo que ir Den, mañana nos vemos – cortó Ben la conversación colocando su brazo por el hombro del muchacho en señal de su amistad.
Ben se despidió y se fue. Su madre lo esperaba fuera, sentada en el coche. Lo despidió con la mano y un adiós.
Denisse le guio a paso rápido por todo el pasillo principal, una puerta de cristal cuadrado que desembocaba en otro pasillo lleno de aulas y subieron una escalera no muy alta en silencio hasta que Denisse lo cortó.
-¿Gerolf? – llamó su atención (él iba delante de Denis, uno o dos peldaños arriba) -  .¿Cuánto llevas aquí? Por curiosidad.
Era de un mármol barato con borrosas vetas negras de un metal mal pintado y no muy altas para ambos. Muy mal pulido. Denisse debía agacharse para no golpearse con el techo al pasar de un escalón al superior. Se trataba de la entrada al detrás de escenarios, representado cómo una puerta del mismo material y pintura de la barandilla. Por lo que sólo los actores y lo rebeldes lo conocían. Varias colillas se dispersaban por el suelo, al lado de un sillón viejo. Mostrando lo dejado de la mano de los profesores estaba. Las paredes se desquebrajaban, en cualquier momento se caerían sobre ellos.
-Una semana – una semana, una semana. ¿Porqué no te he conocido todavía?, pensó Denisse. Una semanas más que suficiente en esta mierda para haber visto a alguien al menos una vez. Y recordaría haberte visto, al igual que recordaría si hubiera visto al mismísimo diablo salir enfurecido del infierno en busca de un alma. Si sales alguna vez de tu casa.
Está semana no hubo mucho movimiento en la ciudad. Sólo el viernes hubo una fiesta en casa de Meno y Mina (sólo dada por el primero ), bastante pequeña teniendo en cuenta el mucho agrado del joven por la juerga. Y sólo se quedaron hasta las ocho, su padre cierra la pizzería a esa hora tras enfurruñarse por la falta de clientes en las dos horas anteriores. El muchacho le ayudo a recoger lo mejor posible.
-¿Qué te parece esto? – le interrogó, en su pensamiento la respuesta segura era Es una mierda. Y si fuera él eso saldría de su boca. Pero dijo algo diferente. Y no lo entendió.
-No está mal – lo expresó de forma superficialmente sincera. Y no obstante Denisse le pareció mentira. A pocas personas le gustaba esto. Y menos a alguien cómo ambos chicos. Se encontraba demasiado seguro para cuestionárselo mínimamente.
Fuera, la tormenta de un puro color cesaba a ratos. Mortífera garras heladas en un segundo y al siguiente nubes plateadas. Cambiante cómo el fuego. Inofensivo y peligroso cómo tan sólo la naturaleza puede serlo. A Gerolf le gustaba días cómo aquel, estaba seguro de ello.
-¿De verdad? – se aseguró. El cachorro no llevaba su chubasquero, muy distinguible en la nieve. Y te aislaba de ella. Y de las personas, una coraza fuerte del revestimiento de un insignificante de un patito de goma.
-Si – empezaba a creer que no mentía. De alguna inexplicable forma, con sinceridad le gustaba un pequeño pueblo, tan frío cómo sus habitantes, y por lo menos las estructuras eran agradables a las vista, o casi todas. Exceptuando la iglesia, demolieron la antigua para hacer una mejor sin conseguir más que un edificio semi moderno de un arquitecto, ni capaz de elegir unos materiales adecuados a las temperaturas.
-No has estado en muchos lugares, ¿verdad? – porqué Denisse tampoco y tampoco le agradaba mucho. No le desagradaba demasiado, pero no lo suficiente.
-No, al contrario – sorpresa, eso sintió. No concebía la idea de la existencia de alguien capaz de no ser envuelto en el ambiente sombrío del terreno. No Alemania, el pueblo. Un lugar oscuro lleno de invisibles enemigos y horrores. Un mal cómo el aire, habitante en todos nosotros.
-¿Al contrario? ¿Te mudas mucho? – le despertó una curiosa innata. Sentía la necesidad de saber todo sobre su vida. Cada pequeño detalle. ¿Quiénes eran su padres? Un oficinista, seguro. ¿De qué trabajaban? ¿Dónde había vivido antes?
-Si.
-No tienes porqué responder con evasivas siempre, ¿sabes? Yo tampoco soy muy bueno conversando – bromeó.
-Lo siento. En realidad me gusta el pueblo, pero es pequeño.
-Concuerdo contigo, es pequeño. Y sobre todo para la gente cómo nosotros, de nuestra edad. No hay muchos lugares para divertirse.
-Yo no me divierto.
-Habrá que cambiar eso – susurró mientras se le curvaba hacia arriba el labio.
-Hola Martha – saludó a la innecesaria asistenta del director. Ella merecía hacerlo, le salvó a su hermana varias veces. Ella era un gran mujer. Vestía con una camisa blanca y negra debajo del jersey de lana bien tejida, apropiada para la temperatura pero no el clima. Se cortó el pelo más y ya no le tapaba las orejas sus rizos oscuros.
-Hola Denisse, ¿vienes por Diane? Creo que el señor Orlok tiene cita ahora.
-No te preocupes, vengo a acompañar a mi amigo – dijo señalando al chico nuevo. Quién le devolvió la mirada con una inexpresividad, en su interior ocultas miedos y alegrías.
Suponía lo extraño que se le debía hacer a su amigo, no la última vez en esperar a alguien fue cuándo aún Meno andaba a trompicones en su último año de instituto. Su inteligencia sobraba para los profesores, y su actitud le restaba puntos. Equiparando a Denisse. Ambos buenos estudiantes, y ambos con un futuro que no les permitiría estudiar algo de provecho en una grata universidad.
-¿El hijo adoptivo de Irma Scheiner? – <<Irónico – visualizó en su cabeza al instante - . Irónico. >>
Irónico, un lobo rodeado de gatos. Tantos cómo los lobos de la gran manada del suelo de aquella noche. Los gatos y personas eran más inteligentes, pero los lobos y perros fieles. Su padre se dijo, la inteligencia da alas a la rebeldía. Por eso la iglesia castigaba el conocimiento.
Él no creía en ella, y posiblemente en ninguna.
Los lobos antes practicaban una. Creía recordar, una admiradora de la tierra, los árboles y los animales. Era tan antigua cómo en mundo, desde que los pájaros cantaban sus canciones y las montañas pedregosa. Mucho más humano que los hombres. Una religión sin nombre, ya que la naturaleza no necesita alguno.
Una mujer interesante cómo madre adoptiva. Sinceramente no conocía en realidad mucho de ella, sólo rumores. Y también corrían sobre todo el mundo. En su caso ninguno real, salvo uno poco frecuente.
-Si – aclaró Gerolf. Ya comprendía el segundo olor perceptible en Gerie. Olor a gato. Lo más llamativo de éste es que no huele especialmente en si el animal, si no que se trata las heces y alimentos lo más definitivo y fuerte. No había muchos gatos callejeros, pero los pocos no le caían muy bien. Le bufaban nada más verle aparecer. Hace más de cinco años, uno de color negro y con cicatrices que no temía a depredadores atacó a Fenris con violencia, lo habría matado de no ser por un lobo muy grande, líder de su propia manada.
Martha se sentaba cómodamente detrás de un escritorio de caoba barato, con cajones en un lado, casi vacíos al decir guardarlos en muebles con grandes cajones de metal y no dividirlos. Colocados detrás a dos laterales de la ventana. Dónde entraba casi toda la luz, de no ser por una lámpara sobre el tablero.
-Puedes pasar, el director está sólo.
Es hombre no agradaba a Denisse. Era un hombre joven, que aparentaba menos de su edad, con porte atractivo y elegante. De cabello rojizo con varias canas en su peinado hacia atrás, barba bien recortada y ojos azul verdoso pálidos. Le había salvado varias veces de ser castigado por  Gilbert, pero algo en su conducta no encajaba un mínimo. Miraba demasiado a la persona, tanto profesores cómo alumnos, de cualquier edad o sexo.
Gerolf le recordaba ligeramente a él, una más joven y coleguita. Sin vello facial y ojos de un color vivo. Pero la atractiva  forma triangulando de las mandíbula formaba un ángulo casi idéntico, además de sus dientes blancos perlados.
-Adiós Denisse, mañana nos vemos.
-Te espero - <<Te esperaré el tiempo que haga falta, no me importa cuánto si te vuelvo a ver – pensó Denisse sin tener en cuento el paso del tiempo. El sabía que esperaría hasta ver sus huesos convertidos en polvo, y lo cumpliría cómo Hachiko.>>
-¿De verdad? – el muchacho pelirrojo se colocó delante de la puerta, de forma en la cuál no le llegaba directamente la luz penetrante por la ventana, sumiéndolo en la tiembla, dónde sus ojos brillaban ligeramente y al chico de cabello largo castaño la luz le impactara directamente. Los pantalones de Gerolf parecían plateados y sucios, en vez de pantalones tejanos normales. Y el chubasquero amarillo le hacía brillar tanto que parecía en llamas.
-Si – confirmó lo ya sabido, sólo para asegurase hasta estar seguro. El muchacho nuevo era el tipo de persona que lo hacía todo lo posible por no equivocarse con la personas por miedo.
-No tardaré mucho – dijo girando el pomo dorado, sencillamente circular y abrió la puerta.
-Te espero.
Se cruzaron una última mirada antes de que él se internara en la habitación.

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⏰ Última actualización: Jan 03, 2020 ⏰

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Sangre Oculta Primera Parte Del Primer LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora