Javi (1) (Bonito dibujo)

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24 de abril de 2009
El primero capítulo contaba el comienzo de mi dificultosa de narrar sin mostrarse errático en cada párrafo de lo ocurrido historia. Por lo cual me insistiréis en lo difícil debió ser, y yo os responderé la verdad. Fue mucho peor narrar hecho sin yo encontrarme presente, y aún peor cuándo si lo estoy pero no os lo cuento desde mi punto de vista .
Y me preguntaréis la razón, al yo no estar y oír en su mayoría las versiones de dos puntos de vista, me puedo hacer una idea de lo ocurrido. Sin embargo al estar, estoy ciego por mi punto de vista. Creo que es eso, contrariamente Charlotte me explico que le ocurría exactamente lo contrario.
Además no sé la forma de empezar, hay tantas manera de hacerlo que  temo equivocarme y escribirlo de manera mala. ¿Quizás fuera bueno poneros en contexto? ¿O comienzo directo a los sucesos, y conoces a Javier Tortoza a medida en que el relato trascurra?
Si, debería empezar así. El principio de mi historia fueron los hechos, sin adornos del pasado. Los lugares, los sentimientos, las personas amadas, la tierra pisada… Ya no existen, el pasado es un fantasma, y el futuro es la nada. Eso decía un filósofo, no recuerdo su nombre.
Ya voy a la historia.
Javi mordió el lápiz. Siempre lo hacía al ponerse nervioso. Y siempre lo estaba, por la razón que todos estaban mordisqueando por la parte trasera. Por desgracia para ellos empeoraba en época exámenes a tal punto de no poder usarlos. La semana que viene le habían colocado uno.
Sentía ir con retraso, el joven universitario siempre fue muy responsable y trabajador para su propio bienestar. Desde pequeño creía recordar, no se acordaba. Por lo que no pudo puedo asegurarlo nunca cuándo me contaba cosas. No por el hecho de la posibilidad de mentir, sino porque el nunca pudo mentir a una persona querida.
Sumado a las malas noches por las cuales pasaba desde hace ya un tiempo. No por nada, simplemente dejo de seguir estando augusto con encontrarse mejor en las meras visiones que son los sueños en vez de la realidad. Siempre envidio a las personas felices. Cómo Hella. Javier nunca supo verlo por mucho intentos en conseguirlo acumulados en su vida. Las frases motivadoras, los unicornios y los arcoíris sólo consiguieron matarlo más por dentro de lo que en un principio ya estaba. Lo cual de por sí no era poco.
Aunque no se daría cuenta hasta más tarde, aquella madrugada sombría de mayo seguía procurando la felicidad, una felicidad continúa, sin motivación. Estando porqué es lo esperado de él. La única persona en decir que más allá del amor y la alegría se hallaba un gran abanico de emociones muy diverso. En las que todas no eran buenas, pero si válidas.
Su cuarto le despertaba un amor odio. Era la habitación era su habitación soñada, lo típico de cuándo tienes doce años y dices “mi vida será así”. Exactamente esa es la habitación de Javier. Pero eso no se trataba de lo deseado por el joven español.
Llamaron a la puerta de su dormitorio. Le sonó a muerte, a la escena de muerte contra el lavabo. A ese ruido de golpe seco, ese ruido el fin de una vida. Igual a una vela soplada para apagarse.
-Adelante- él odiaba a las personas quienes entraban sin llamar a la puerta. No por encontrarse llevando a cabo algo malo, o quizás no simplemente vestido. No, al Javi le molestaba por ninguna razón aparente. Lo único sabido para el chico en el momento es una necesidad urgente de partirle la cara con un teclado al infame ser, capaz de semejante atrocidad.
Joshua Westerna se adentró levemente en la habitación a paso vacilante, se quedó a escasos dos pasos de la puerta. ¿Cómo lo describiría? Mi amigo no me habló mucho de él, pero cuándo lo hacía daba la impresión de no tenerle el menor cariño, aunque en algunos momentos se le escapaba una sonrisilla diminuta. Físicamente sólo me contó unas cuantas de cosas sobre su compañero de piso.
Su pelo debía ser marrón o un rubio muy oscuro, ya que en una ocasión lo comparó con mierda. Especialmente dijo “Un cabello de mierda, para una persona de mierda”. Sería por estudiar medicina, o hacer de médico en el grupo pero de vez en cuándo le gustaba soltar un chiste escatológico. Aunque comparado con los chistes de medicina, lo otro eran casi inexistentes.
Vestía de forma muy urbana. Siempre quiso ser un dj, pero su familia de esnob no le dejaron. Y acabó “estudiando medicina”, lo que quiere decir sobornar para ponerte un cinco.
Y otra cosa importante es su afición a salir de fiesta constantemente, cada vez con más frecuencia e con más duración.  Me contó que en la anterior fiesta en asistir no llegaría hasta tres días más tarde. En los cuales no se molestó en llamar en ningún momento.  Por no mencionar sus hijo.
-Te he hecho el desayuno- casi responde “ gracias, en todo este tiempo casi siempre lo hago yo mientras tu vomitas vodka barato sobre la alfombra, que me veré obligado a limpiar ya que tu no lo harás pero gracias por hacer algo por una vez”
-Gracias, te sale muy bien el beicon. A mi siempre se me quema o me salpica el aceite en mi piel- le dijo Javier. Se sintió cómo un actor al interpretar un papel. No le gustaba pero se había acostumbrado. Siempre lo hacía, interpretar a Javi, el bueno de Javi.
Lo echo para vestirse.
Vestirse y acicalarse siempre fue un ritual para él. Todo cuidado, tan meticulosamente planeado cómo una máquina de una fábrica. Todo debía salir bien, sino ya no podría continuar. Por mucho que lo intentara, simplemente no podía continuar. También sintió miedo si no conseguía hacerlo. Y si simplemente se sentaba en el váter a mirar la pared durante un gran rato. Con sinceridad, al joven le gustaría eso. No hacer nada, simplemente mirar a las baldosas blanca, escuchar su respiración y pensar cualquier estupidez que se le pasará por la mente.
Lo primero del ritual mañana era el aseo personal. Lo más gustoso para Javier. Mientras se contemplaba en la superficie, olvidándose de lo demás casi creía estar en su adorada Sevilla, nunca vio una ciudad tan hermosa. Yo siempre bromeaba con eso, se trataba de un caso de nacionalismo. Si hubiera nacido en Roma por ejemplo, Roma le parecería la mejor ciudad en existir.
No sabía cómo lo hacía, pero siempre al momento de afeitarse se cortaba un poco. Normalmente en una zona no mortal del cuello. No le quedaba más remedio, no le sentaba bien la barba. Ni siquiera una minúscula y de unos pocos días. Con ella aparentaba albergar más años de los cumplidos,  lo que no deseaba . Además de darle un aspecto descuidado, no combinable con su ropa de pijo y votante de PSOE. Predominantes las camisas y los mocasines de piel falsa.
Siempre piel falsa, nunca de piel verdadera. No soportaría llevarlos, además de ser casi imperceptiblemente más rasposos el sufrimiento animal nunca llegó a poder soportarlo mínimamente. Me contó dos anécdotas relacionadas.
La primera me pareció muy falsa, aunque él creo que se la creía. Trataba de cómo un perro, el suyo creo le salvó la vida poco después de cumplir cinco años, ya que dejó de respirar por la noche. Sinceramente no merece la pena narrarla con más detalle, me encuentro inmensamente seguro de ser falsa. Una historia inventada por tus padres, o exagerada a tal punto que lo único similar es la presencia de un perro.
La otra me gusta mucho más, con unos once años (unos ocho años antes de lo que os cuento) se encontró a un niño pegándole a un perro. No era tan grave cómo lo estáis imaginando, dentro del horrible acto de agredir a un inocente ser. Le pegó una patada. Javier lo intentó detener, al contrario de su intento acabaron en una discusión. El niño, unos años mayor que Javi se zafó de él y arremetió contra el animal con una fuerza superior. El animal profirió un chillido de dolor.
Javi sin pensarlo le dio un puñetazo en la mandíbula que casi se cae al suelo, nada comparada con la soberana paliza metida por él a Javier.  La última vez que lo vi todavía le quedaban secuelas de lo ocurrido. La mayoría psicológicas, por no decir todas.
Después de concluir la primera fase del ritual matutino, cerrada por usar hilo dental y echarse colonia, le gustaba oler muy bien. Pensaba que el olor siempre será de los sentidos más importantes. Y para su desgracia y de quiénes lo rodeaban no esperaba menos de los demás, nunca se comportó cómo un hipócrita con eso, siempre olió muy bien.
La segunda fase trataba de la ropa, seleccionada minuciosamente la noche anterior. Teniendo en cuenta los planes del día siguiente para su formalidad y cromáticamente, nunca podría ponerse rosa y rojo al mismo tiempo. Se negaba con todas sus fuerzas. Además de nunca elegirlo al azar, siempre pensando lo mejor para el día.
En esa ocasión fue: calzoncillos slip negros elásticos (en realidad no les otorgo significado, pero se mintió convenciéndose de ser un paralelismo del clima nublado), camisa de tirantes blanca de estampado liso (elegido por ser el color de la nieve, o para no transparentarse con la camisa), camisa de un azul muy claro (por el esperado verano), pantalones del color marrón (si abuela decía que le quedaba muy bien ese color), una rebeca rosa (a Hella le gustaba ese color, por muy feo fuese para Javier) y mocasines, por el perro. Simplemente por el  perro. Todos los días por el perro.
Nunca se lo agradeció,  igual nunca le agradeció nada a nadie. Igual que nunca le agradeció a él nada.
Salió por la puerta, no quería respirar aire fresco. Simplemente el aire fresco le asqueaba mucho menos que las paredes cerradas de su casa compartida. Odiaba su olor y la decoración moderna, el único sitio en el que se sentía menos mal era su habitación, con todo en su orden. Aunque fuera de su residencia, en la naturaleza y cada uno de los detalles también notaba un equilibrio en un caos supremo. Y eso le agradaba.
Miró las frías montañas alemanas en la lejanía, un frío lo cubría desde la ropa, la piel, los músculos y los huesos, ese frío se llamaba añoranza. Y es el peor frío que puedes tener, porque sólo se cura de una dificultosa forma. Y  mientras el otro te congela, éste te va matando lentamente sin darte cuenta.  Para resistirte sólo puedes olvidar, y el niño tonto de Javier nunca supo hacerlo por mucho en intentarlo.
Para consolarnos siempre diremos que existe un frío peor llamado Deseo.
Andaba despacio, antes lo hacía así. Intentaba ver el tiempo correr y la vida pasar.
A cada pasa repasaba su lecciones para el importante examen de la semana venidera. Repetía la palabra importantes cada segundo, una tras otra.  Siempre igual, sin pararse a pensar su significado, sin pensar en una vida que apagaría por ellas. Poco a poco, tornaron en un melodioso rezo. El más importante que ningún dios o profeta proclamó del principio al final de los tiempos. El esfuerzo en decir las palabras con la boca cerrada y memorizarlas se automatizo sin pretenderlo. Sin intentarlo, igual que un robot . No pensaba, simplemente ejecutaba la acción. Los rezos, pronto fueron gritos desesperados. Igual que los importantes. Nada a su alrededor existía salvo él y sus plegarias a ningún dios en concreto. ¿Debían ser al cristiano? Nunca había creído en él, siempre vio espectro y mentiras en él.
Sintió un impacto en el hombro izquierdo no muy fuerte, cerca de su corazón. Se había chocado con alguien. Le costó un momento reaccionar. Pensó que era tonto, y se sintió avergonzado.
-Lo siento…- miró a la persona. Un chico, desconocido (me especificó recordarlo perfectamente en el caso contrario) con cara de confusión, pero a su vez apacible. Le recordó a las expresiones de algunas Vírgenes María, contemplado la muerte de su hijo con una poker face inexpresiva.
En los escasos dos segundos transcurridos, repasó su cara tantas veces que no sabría el número. Memorizo cada milímetro de su piel a la pura perfección, y apostaría que aún hoy la recuerda cómo si fuera ayer ese día. O de igual manera de haberla visto cada día.
Me la describió siempre tan real, que en el momento en cual yo mismo conocí a Mase supe se la persona con quién hablaba. Era delgado, mucho, se le notaba hasta por encima de la vieja chaqueta de cuero negro (real aunque el chico no lo supiera), recomendada por la axila izquierda, el puño derecho y en las costillas. Había curado la prenda con hilo naranja chillón, a falta de uno mejor.  Su cuello era también enjuto, llenó de los marcados hueso de la parte del cuerpo. Su color se encontraba entre el color humano normal y blanco. Cadavérico pero celestial, cómo debían ser los ángeles.
Su ojos mostraban un cielo. Casi siempre despejado, al anochecer uno teñido del color de la sangre, otro días cubierto por feroces nubes de tormenta y otros uno frío (un cielo ártico, sembrado de nieve). Pero para Javi siempre estuvo despejado, con la luz de su vida y fuego de sus entrañas.
Sus delgados labios se coloreaban rosados, un rosa antinatural. Igual que un pintalabios barato. Un rosa muy humano y atractivo. Su nariz un armonioso triángulo de perfección innata, creada de mármol.
Su cabello, oh su cabello. Eso le perdía. La distancia de su cabello era mínimamente más corta que la de Javi, tanto que sólo él lo notaría. Pero mientras que el de Javier era de un mundano marrón, el de el chico (no debía tener ni diecisiete años) rozaba el rubio platino. No natural, cómo mostraban sus cejas varios tonos más oscuras pero al universitario le pareció el pelo más natural de todo el mundo.
-No, perdóneme a mí. Estaba distraído mirando la acera de enfrente- se disculpó también el joven, creyendo ser también el culpable. Su voz sonaba simplemente bella. Muy madura para su edad, a Javier fue cómo escuchar un soplo de aire fresco y un amanecer. Nunca escuchó nada más sobrehumano. Ni miles de Mozart escribirían una sonata la mitad de perfecta cómo la voz de él. No recuerdo su descripción sobre su olor, cómo si que me contó cómo Hella olía a colonia muy barata y mantequilla.
-Yo también- dijo Javier. El otro chico se agachó, poniéndose de rodillas a recoger muchísimas hojas de papel esparcidas por el suelo. El suelo estaba limpio,  y menos mal. Sin no se hubiera sentido culpable toda su vida. Se acercó más a las láminas de papel amarillento. Se trataba de dibujos, los mejores en lo cuáles reparo Tortoza. Una criatura tan excepcional no podría haber sido para menos. Cada línea de la composición marcaba una inalcanzable para cualquier mortal.
Su mirada paró en una en concreto. Pequeño para la fastuosa carpeta de cartón. No recuerda porque se fijó sólo en ese y no en aquellos a su alrededor, lo miró ese y nada más. Por azar, suerte o destino.
Lo cogió del asfalto ignorando los demás. Era la perfección hecha objeto. Y en ése momento deseo con todas sus fuerzas tenerlo. Colgarlo en un cuadro barroco de bordes exageradamente dorados. Contemplarlo cada mañana antes al despertarse. Se sentiría entonces dichoso por una vez en su vida.
Y alcanzaría la felicidad.
El retrato representaba a un hombre joven, de rostro delgado (en especial la mandíbula). Sus sentimientos daban la sensación de oscilar entre la ensoñación, si a ésta la consideramos un sentimiento y alegría. Una fingida, la cara de las fotografías familiares. En las que no quieres sonreír pero lo haces con la intención de no quedar mal. En el fondo, el retrato estaba triste. Javier no podía estar más seguro de ello.
La belleza del modelo, mezclado con sus rizos oscuros no muy largo le daban un semblante atractivo. Ni la mitad que su autor, pero muy agradable a la vista. Fuera quién fuera, el modelo debía enorgullecerse de que su imagen sirviera para tal obra maestra.
-Es el dibujo más hermoso en cual he tenido la dicha de echarle el ojo- le desbordó la sinceridad. Le sonrió, nunca sonrió tanto. Una persona desconocida le alegró el día mil veces por encima de todas las frases motivadoras irracionalmente un poco más.
- Gracias, no intentando contrariar tu buen gesto. No me gusta, no capte la esencia del modelo. Nunca supe recrear su imagen, es demasiado perfecto, y por consecuencia jamás podré- le explicó mordiéndose las uñas. Las llevaba del tamaño menor a un dedal e puntiagudas. Eso no le gustó, pero en él lo encontró armonioso
-No, te lo prometo, es el mejor dibujo con el cual me encontrado. Me recuerda a mi abuelo- el parecido era innegable. Prácticamente idéntico a él. Sobre todo en una improvisada fotografía de su juventud, sentado en la playa. Lo capturaron de improviso, no me refiero a feo o algo así. No, simplemente con una cara natural. Además los rizos se aprecian tanto que Javier sospechaba un poco de si se trataba de su mismo familiar.
-Gracias, eres un encanto- le piropeo el muchacho. Ya había guardado, sin ordenar, todos sus obras artísticas en la carpeta. En ella se leía Mase Amsel, seguido de un 4°B. Caligrafía sin duda superaba a la de Javier por mucho. Cómo se dice, tenía letra de médico-, Si quieres te lo puedes quedar, pero me sentiré un poco mal de dar un mediocre boceto a alguien tan encantador cómo tú.
-Sera un humilde boceto. Y también lo más hermoso del mundo- salvó tú, tú lo mejoras esa cara mil veces ( quiso decir).
-Creo que te lo daré, me agrada tú pasión. Creo en la posibilidad en la cuál veas los sentimientos plasmados en él- sonrió, desde el principio de toda la conversación. Y no lo sabía Javi, pero también desde hace mucho tiempo-. Es tuyo Javier Tortoza.
Lo sujetó con sus morenas y frías manos. Era suyo, su tesoro.
-¿Cuándo nos hemos presentado?- no lo recordaba en concreto esa fracción de la conversación. La mañana se mostraba fría, sin embargo no se podía quejar. Hoy ya no nevaba. Amaba y odiaba la nieve a la vez.
De pequeño siempre iba con su familia a Sierra Nevada a esquiar, y nunca pudo estar mucho tiempo allí sin constiparse o enfermar. Y todas las veces se veía obligado a descansar y quedarse en cama. La única persona tan encariñada del pequeño Javier era su tía, ni su hermano, ni padre, no madre. Ella siempre lo arropaba lo mejor posible (con una técnica bautizada por el mismo niño cómo la momia), le besaba su frente y le decía de forma cariñosa “niño del verano “. Y era verdad, odiaba el frío. Los primeros meses en Alemania continuamente cogía un catarro.
-No lo sé. Pero yo me llamó Mase Amsel- le sonó inaudito. A una melodía tan perfecta que nadie puede cantarla. Y los humanos no son dignos de reproducirlas con su simples cuerdas vocales. Sonrió otra vez mientras se apretaban las manos. El muchacho mayor intentó prolongarlo lo máximo posible sin la mínima posibilidad de ser descubierto. Su piel emitía un frío extraño, e incluso agradable.
-Me alegró mucho de haberte conocido.
-Sin duda yo también.
Miró el reloj un momento. Llegaba tarde a su primera clase de la mañana. La primera de muchas, hoy le colocaron casi todas. Le agradeció el dibujo, pero por un impulso se lo devolvió de forma tonta. Le prometió verle algún día, también deseándolo fervientemente y sin falsa cortesía. Hipócrita cortesía.
Lo miró por última vez. Esperaba no ser la última, pero siendo realista lo era.  Por mucho dolor conllevado en ello. Cuándo se volvió para verlo se percató de una cosa. Él estaba en el mismo sitio mirándolo, igual que un cachorrito. Javier se conciencio lo posible para no volverse corriendo a él, y lo consiguió para su desdicha. Si se decía a si mismo que no lo dejaría todo por Mase se mentía. Si en esa ocasión no lo hizo fue por miedo.
Casi se deja caer en un escalón de un portal y estalla en llanto.
Había dejado pasar la única oportunidad dada por el destino, había dejado pasar la única posibilidad de ser feliz. Y se sentía mal, sólo le quedaban ganas de volver a la cama y pensar él y el dibujo tan maravilloso.
Se repitió mil y una veces lo tan idiota que era. Se odiaba a sí mismo, y su alrededor. Las personas de su alrededor. Comprendió no estar de humor para soportar a Hella, con su pasivo agresividad.
Javi no intentó más tardar lo máximo porque no pudo. La meta se visionaba con gran claridad mental; llegar muy tarde y obligar a su novia a entrar a clase sin él. Merodeo por callejones sombríos callejones, intentando perderse. Y nunca encontrarse. Jamás.
Intentó fallido, mera sombra de victoria. Hella lo esperaba allí de pie desde un buen rato ya. No quería ni pensar siquiera en el frío de su novia, y él la hizo esperar tanto tiempo, provocando a ambos llegar tarde a clase. No podía creer lo egoísta de sus última acciones. Se sentía un niño tonto, un niño inmaduro. Capaz de provocar cualquier horrible mal por su sentimientos, que no sabe ni identificar.
Le sonreía, era raro el momento en cuál no lo hacía. Siempre daba la impresión de ser feliz, todo el día. Y él también deseaba poseer un poco de ello, un poco de esa dulce miel. Quizás por eso dijo un si. Se recogía el cabello largo en una casi dorada coleta, a él le gustaba el sol pero prefirió por un segundo la nieve. Se abrigaba con un forro polar verde militar (para su gusto muy feo y común) , forradas las puntas de la capucha con pelaje sintético. De lobo creía. Sus manos se cruzaban, al igual que las de un niño pequeño. Uno gordo y muy femenino.
-Hola cariño- le saludó la chica, abrazándole con una fuerza digna de un Oso Amoroso y dándole el segundo beso más incómodo de su vida. Ya comenzaba a acostumbrarse a la inmunda unión de labios-. Has tardado mucho, ¿te ha pasado algo?
Le cogió de la mano mientras entraban en el edificio principal. Las encontraba tan robotizadas que le dolían. Prefería siempre la cálida nieve,  no un sombrío día de verano lleno de rosas. Del color originario de su nombre.
-No- se forzó  a sonreír, le dolían las mejillas de hacerlo. No creía llegar a poder soportar una vez más. Se le romperían los mofletes cachos en cualquier momento. Igual que cristales afilados al viento-. Me he perdido, simplemente.
-¿No me has llamado? ¿Sabes?, algunas veces creo que prefieres perderte, cómo mejor opción de pedirme ayuda. No dejes a tu orgullo masculino cegarte.
-No es orgullo.
-Si lo es.
Así comenzó una de las pequeñas batallas que harían perder pequeña querrá de su día. Un conflicto bélico invisible para los historiadores, no aparecerá en libros de texto, no se le escribirán ensayos sobre la gran estrategia empleada por un general. Pero a su vez lo es todo. Primera batalla; la ganó Hella con su estandarte de un unicornio en campo multicolor (desde luego razón no le faltaba, una de las personas más importantes para su vida no la quería), segunda; olvidar los apuntes y último; todo lo demás.
Ni siquiera llegando a casa encontró consuelo. Se sentó el sofá rojo de cuatro plazas ( exhausto por quererlo todo y no tener nada). Por Hella, por Joshua, sus padres y hermanos, pero nunca jamás por Mase.
Intentó ver algo atentamente en la televisión plana de alta definición, pagada por el chico tonto y su compañero de piso a partes iguales, más o menos. Engancharse a un nuevo programa, hacerse su fan y olvidarlo todo por un momento. No encontró uno medianamente interesante, además de estar todos en alemán. Y ya escuchaba suficiente alemán en todo su día para escucharlo también en su noche. Acabo por apagar la televisión, frustrado cómo un demonio.
Se subió en la cinta de correr y estuvo allí media hora. Esforzándose únicamente en mover las piernas de una manera en que no caer y seguir adelante. Una manera en la cuál debía correr para olvidar todo. Desde pequeño el deporte le sirvió para eso. Simplemente lo practicaba con intención de pensar sólo en ello. Pero acabo recordando a Mase.
Lo vislumbró en su cabeza, lo recordaba mejor que a cualquier otra persona conocida o por conocer. Y pensó en la triste y horripilante idea de no verlo nunca más. Y desde luego tan descabellado no era, él tendría unos dieciséis años, y dentro de dos se iría a una universidad relacionada con su pasión; las artes. Quizás eligiera una cercana, y vendría el fin de semana a ver a sus padres, ¿y hermanos? pero si elegía una muchos lejana temía no volver a ver.
Esos melancólicos pensamientos acabaron provocándole caerse y casi doblarse el tobillo. Mientras se echaba algo para la herida reflexionó en la tristeza naciente causada por la idea de no volver a ver a un desconocido. Un desconocido que además le sacaba tres años. Y además era un tío. Se sintió extraño, no se conocía a si mismo. Borró toda esas cosas de su cabeza cuando llamaron a la puerta.
Dieron exactamente tres toques. La puerta era de madera, a Javier le gustaba mucho más el sonido de las manos impactando contra la madera que con el mental. Desde luego daba un toque antiguo y místico. Se alegró, el sujeto (fuera quién fuese) desconocía la existencia del timbre, es le hacía daño en los oídos a Javier en cuanto tocaban el botón.
Se acercó despacio, no caminaba del todo bien. Abrió la puerta con cuidado. La noche se cernía en la ciudad, una noche oscura, igual que gélida. Sólo permitía ver a visitante nocturno a contra luz. Delgado, de una estatura baja para un hombre adulto pero bastante aceptable para alguien no desarrollado por completo,  diminutos rizos le cubrían la cabellera (rubios podía contemplar por la punta de la sombra) y los ojos le brillaban malévolamente, en un color casi antinatural.
-¿Mase? ¿Qué haces aquí?- preguntó, feliz y un poco aterrorizado. La primera seguía ganando, y olvidando el pequeño detalle de cómo el muchacho consigue su dirección sin decírselo nunca. Le pareció raro, aunque acabo achancándolo a que si lo mencionó pero olvidó hacerlo.
-¿Puedo pasar?- su boca casi se curvada en una vil sonrisilla.
--Me sorprende verte, creía no haber mencionado mi dirección.
--Si lo hiciste, ¿puedo pasar?
-¿Seguro? No lo recuerdo.
-Si, ¿puedo pasar a dentro?
-¿Has bebido? Te notó extraño.
-No, simplemente estoy aquí. Para ti, siempre para ti. ¿Puedo pasar?
-¿Te dije mi dirección?
-Si.
-Pasa entonces.
Mala decisión Javi. No te culpo, pero deberías haberlo pensado mejor.
Entró con paso firme pero gracias. Cómo un gato negro, uno grande y delgado, de ojos brillantes. Una luna invernal. Se detuvo al dar poco más de dos pasos, al cruzar la puerta y dejar al porche. Que con los cimientos de la casa se elevaba treinta centímetros. Parecía cómo si comprobara poder pasar, y no pudiera hacerlo sin el permiso expreso de Javier, dueño del hogar.
-Siéntate, si quieres- le dijo Javier. Llevaba la misma ropa que en la mañana cuándo se lo encontró. Pero ahora estaba un poco más sucia y llena de polvo. Con varias rajas y corte.
-No, sabes porque he venido. Y no es para sentarme- se acercó, casi nada, después más y luego muy cerca. Demasiado, al universitario le incomodaba y le gustaba mucho. También demasiado. Los milímetros seguramente sería el doble de la distancia entre ellos. No recordaba ver a nadie tan de cerca, a Hella quizás. Sin embargo ella no existía en ese momento.
-Creo que si.
Javier acarició su suave y lampiña mejilla, lechosa e hermosa a la vez. Suave, muy suave. A su edad, le cubría el acné sus mejillas (y también en esa época alguna vez le salió una espinilla), a Mase Amsel no. Sobrenaturalmente lisa la piel de su cara, y cuerpo (el segundo no lo vio hasta mucho después). Mase también posó su mano sobre la mejilla de Javi, y no se quedó ahí. Acercó manualmente sus caras, con la exitosa intención de encontrar sus labios.
Un labios tan perfecto cómo ningunos. Desde luego lo de Hella no. Sabían a miel, y a algo metálico que sin duda le gustó. Eran rosáceos, daba la impresión de haber comido fresas o un alimento rojo.
Se besaban una y otra vez. Y al cansarse, paraban un rato y volvían. No se cansaban en un buen rato. De el muchacho salía una pasión nunca descubierta. En su interior el fuego lo consumía, un fuego llamado Mase. Tan poderoso, ni idea su durabilidad pero en ese viernes. No lo recordaba, Josh no les molestaría hasta el sábado por la tarde cómo poco. Con Hella fue muy lento, tanto que en meses nunca se besaron de la firma en ella cual lo llevaban a cabo ellos, y con esa razón no le importaba ir rápido.
Sintió un pinchazo en el labio inferior, saboreó otra algo metálico. De la boca del jovencito también. Se apartó y le preguntó.
-¿ De qué hablas?
-Nada- los remordimientos entraron sin previo aviso. Se dio cuenta de la falta de su jersey, tirado en el suelo junto a la chaqueta de Mase y la mitad de botones desabrochados de su camisa. Se había acalorado un poco, aunque se le estaba pasando. ¿Qué debía hacer ahora? Y ya no ahora, mañana. Seguramente si se enterara de los cuerno que le acababa de poner, y con un hombre (casi) lo mataba, y se separaría de él de inmediato. Eso le gustaba, y le gustaba más fantasear con la posibilidad de mantener una relación con él. Sus padres seguramente lo desheredarían, y no le importaba.
-Quiero sentarme. Se encuentro muy mal.
-Lo sé. A mi también me pasó. Tu tienes suerte, ojalá hubiera la tuya cómo la mía. Aún así, lo siento.
Se sentía fatal. Se entraron muchas náuseas. Sus pies no le soportaban, se transformó en plomo de repente. La oscuridad cubrió la habitación, no veía nada. Únicamente la luz penetrante de la cuadrada ventana, moderna y fea.
-¿Qué pasa,? Esto no es normal.
-No, no lo es- el muchacho se sentó en el sofá-. Al principio molesta mucho, pero mañana ni te acordarás. Por desgracia.
Se fundió todo en negro. Notó unas manos, agarrándole  intentado amortiguar su impacto contra el suelo de madera.
No soñó con nada. Una incesante negrura regándolo todo. Y ni en la noche más oscura de todas hubo una tan negra. Abrió los ojos exaltado. Respiraba muy agitadamente, demasiado. Un asmático, sin duda no se diferenciaría de uno.
Miraba a su alrededor, seria la media noche por las sombras de la habitación.  La luna iluminaba el mobiliario, permitiendo verlo con suficiente claridad para no tropezarse con el borde del armario. Todo se tornaba en lúgubre silencio, ese tipo de melancolía que en las noches siempre existe.
La colcha le pegaba calor, sudaba mucho. La tripas le rugieron, estaban vacías. Completamente vacías. No sabía que se había fumado, esnifado o inyectado la noche anterior, lo último recordado era un beso. No recordaba con quién, pero un beso. Con Joshua no. Con sinceridad, quería que fuera con Mase, y esperaba que se tratara de Hella. Ojalá por fin lo hubiera hecho.
Las sabanas se extendían bien hechas, con todo el cuidado posible. Con tanto que sólo sería posible si la arreglaron después de haberse metido, recordando a los momentos dantes de dormir en los que su padre lo arropaba. Lo cubría su pijama de invierno más abrigado, de cuadros azules y aguamarina. Con botones en el cuello. Se sentó antes de poner los pies en el suelo, al hacerlo se percató de no sentir frío. Era raro, ya que tampoco sentía calor.
Prendió la luz.
Le molestó mucho por un momento (tanto que le dio dolor de cabeza), pero se acostumbró a ambas cosas. Se fue a mirar en un pequeño espejo sobre una vieja cómoda que usaba para sus útiles y libros de la universidad. Notó algo bajo sus dedos al pasarlo por la cómoda. Un papel. Antes descubrirlo se contempló por el mero hecho de hacerlo. Su piel lucía pálida, no mucho. Seguramente causado por los efectos de lo tomado hace unas horas. 
Levantó el papel para mirarlo.
Un dibujo impresionante de un chico muy hermoso en rostro de corazón y rizos abundantes, dibujado con un lápiz sobre un papel amarillento y un poco rugoso. Con su reverso escrito más oscuro un número de teléfono, posiblemente local.
Esto no podía ser más turbio.
Ya se encontró seguro de la persona besada hace unas horas, y no fue Hella.

Sangre Oculta Primera Parte Del Primer LibroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora