Los Trillizos Dorados

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—Quiero irme —dije, pero no me oyeron. Todos gritaban demasiado. Alcé la voz: —¡Quiero irme!

—¿Qué? —me preguntó Ruben, que contemplaba fascinado cómo el muchacho embadurnaba de dulces a los rubios.

—No sabía nada de esto, Ruben —le expliqué, desesperado—. Nunca imaginé que los Rho Sigma Rho hacían estas cosas. Yo sólo quería ir a una fraternidad. De verdad, no soy gay. No tengo nada en contra de ustedes, pero esto no es lo mío.

—Es demasiado tarde, Freddie —me dijo Ruben—. No puedes marcharte ahora. Debes firmar el Libro de Consentimiento, donde te comprometes a tener sexo con los chicos de la fraternidad y a no hablar de ninguna actividad sexual realizada aquí.

Una música electrónica empezó a sonar de un par de parlantes que había contra las paredes, lo cual dificultó considerablemente mi intento de mantener una conversación para renunciar al Ritual de Iniciación.

—¡No pueden obligarme a coger con estos tipos! —grité.

—Pero se supone que... se supone que cualquier persona que llega a los Rho Sigma Rho es porque conoce sus actividades, y del mismo modo, los Rho Sigma Rho escogen a sus aspirantes a Novato porque entienden que ellos quieren participar —dijo Samuel—. No te dejarán marchaste esta noche, Freddie.

—De verdad, nene —dijo Ruben con desconcierto—, no creo que haya un caso como el tuyo. ¿Realmente has llegado aquí por accidente?

—¡Basta de charla, putos! —clamó Walter Blumer desde el sofá, haciéndose oír por sobre el ruido de la música y los gritos. Su pene estaba semierecto; se lo toqueteaba despacio—. Necesito que vengan a mamarme el tronco ¡ahora!

Hubo gritos de aprobación por parte del público.

Podría decirse que Samuel literalmente se lanzó al pene de Jack Elbridge, y en cuanto su boca hizo contacto con el cuerpo desnudo del rubio, todos elevaron sus escandalosos gritos y prorrumpieron en aplausos.

Ruben me lanzó una mirada y me dijo:

—Lo mejor que puedes hacer es soportar esta noche y ya tendrás tiempo de hacer las maletas luego.

Acto seguido, se acercó a Gary Woodgate y se arrodilló en el suelo de madera. Un poco más delicadamente que Samuel, comenzó a jugar con su lengua contra el pene del Trillizo, tragándose la mermelada de frutilla que lo adornaba.

Entré en pánico. Por si fuera poco, todos empezaron a vociferar:

—¡Fred! ¡Fred! ¡Fred! ¡Fred!

Walter Blumer sonreía perversamente y me miraba directamente a los ojos, llamándome con su mano derecha y sujetándose los genitales con la izquierda, como invitándome a que saboree lo que él consideraría sin duda —y todos allí— un manjar de otro mundo.

Me acerqué a Walter con la intención de hablar con él, de rogarle, de hacer un último intento.

—¡Soy heterosexual! —grité, pero el ruido de la música y los gritos que aclamaban mi nombre era ensordecedor.

Pero, ¿qué es la heterosexualidad? Si hablamos de aceptación social, en aquella residencia de los Rho Sigma Rho las cosas estaban completamente invertidas: era el gay el aceptado socialmente y el heterosexual el confundido. Inmediatamente después de ese pensamiento, sentí rechazo de mi conservadora reflexión.

No tenía alternativa. Tenía que lamer el pene que se me ofrecía tan alevosamente. Estaba oscuro —en algún momento en que no me di cuenta, alguien bajó las luces y ahora la iluminación era tenue, propicia para la ocasión—, de modo que no tendría que fingir que aquello me gustaba.

Los chicos SigmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora