Una marejada humana parece envolverla con agitada violencia, como olas batiéndose unas contra otras los periodistas se aglomeran en torno a Granger. La asfixian, la someten, le extraen hasta la última gota de dignidad que empaña sus ojos caramelo, los cuales sin duda, me buscan a mí.
Me escondo. Como lo hago en cada oportunidad que el tenue velo de mi falsa fidelidad está a punto de ser rasgado. Y, mientras los débiles nudillos de mi esposa me golpean justo en el pecho, donde el corazón se oprime por el cobijo de cobardía que siempre acompaña su palpitar, la tomo por las muñecas aprisionándolas contra mi garganta en un gesto que a ojos menos expertos parecería romántico, pero que para nosotros, se ha vuelto un ritual cotidiano de mudos reclamos y sordas explicaciones.
La dureza en mi mirada le avisa que ha sido suficiente, le informa que la cuota de drama público se ha cumplido a satisfacción. Ella, parece comprender al frenar su inútil batalla bajo mis manos, las cuales empujan las suyas liberándolas de manera brusca al ser consciente de nuestro contacto, como si el roce entre nuestra piel sólo fuera valido a raíz de la ira y no con motivo del amor.
Sin disimular el desprecio que destila su mirada, masajea sus enrojecidas muñecas, soterrando bajo sus labios fieramente fruncidos las maldiciones que desearía lanzarme y de las que ahora me libro por el provechoso escenario en el cual nos hallamos.
Respiro hondo, abriendo caminos de paciencia con mis dedos que alisan algunas arrugas en mi traje, limando con ello las asperezas superficiales que nunca son profundizadas en la intimidad de mi matrimonio.
Me asfixia.
Me agobia colmar mis días de mentiras en dos relaciones en las cuales no logro ser enteramente feliz, la una por la ancestral obligación del matrimonio forzado y, la segunda por...mierda no sé por qué, tal vez estupidez, inseguridad o sencillamente por físico miedo.
Miedo a no ser lo suficiente para ella.
Frustrado por este pensamiento, la tensión de mi mandíbula va creciendo paulatinamente siendo iluminada por el estallido de un rayo, cuya filosa silueta, fragmenta un trozo de la oscuridad en el telón celeste y, acto seguido se acompaña de la estampida de flashes que apuntan directo al estúpido Weasley.
Lo ha dejado.
Mi maldita Granger se ha marchado. Una mueca divertida se despliega en mis labios, viéndolo aflojarse el nudo de su ordinaria corbata y pasarse nervioso los dedos una y otra vez por su rojizo y desprolijo cabello.
Hasta mi puesto llega el olor de su confusión, de su deshonra, de su dolor. Y por escasos segundos un trozo de mi helado corazón se entibia con la blandeza de la compasión, lo entiendo: yo también comparto el gusto amargo al perderla.
La conclusión se dibuja en mi rostro en un gesto agrio, herido, y puedo sentir al interior de mi boca los dientes crujiendo en autodecepción, ella se ha sumergido en la inundación de esta tormenta y yo como siempre salgo bien librado de toda la mierda que debería ahogarme.
Con mis dedos clavándose en la rígida espalda de mi enojada compañera, la guio hacia una zona menos conglomerada del crucero. En esas condiciones es sencillo aislarse del tumulto cuando la gente se halla tan pendiente de los problemas en el matrimonio Weasley, ignorando convenientemente los míos.
Los brazos de mi esposa han caído tensos sobre el satín de su traje dorado a la altura de sus caderas, y sus ojos, contienen con soberbia unas cuantas lagrimas colmadas con la verdad de un desliz que tantas veces he tratado de ocultar.
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La Tormenta Perfecta
RomanceComo una tormenta, así describo ese amor, la unión de dos masas de diferentes temperaturas que desatan la tempestad. Él es semejante al hielo: frío, insensible y crudo. Yo soy fuego: pasión, emoción y sentimiento a flor de piel... El magnetismo es i...