《 Querida amada:
No sé como hemos llegado hasta aquí, solo sé que un día aparecistes frente a mí y pude comprender la hermosura del cielo en la sinceridad de tu mirada.
Quiero fundirme en tu vida, en tus sueños y en tu corazón para que juntos podamos mirar en la misma dirección bajo el mismo cielo, respirando el mismo aire, dejando atrás el camino lleno de abrojos y espinas porque te prometo que nunca volverán.
Eso es lo que quiero. Contigo.
Desde el momento en el que te conocí descubrí lo hermosa que es la vida. Fueron tus ojos la luz de mi oscuridad, fue tu sonrisa la pintura mas bella de mi museo, fue tu rostro el horizonte de mi perdida ciudad y, fue tu cariño el camino mas cierto de esta vida tan incierta.
Llegaste a mí como estrella y te quedaste como luna. De las estrellas mas bellas de mi negro y oscuro universo, tú eres la que mas alumbra.
Tu luz se reflejará en mi alma hasta que el corazón que has logrado construir en mi, deje de latir.
Si pudieras ver a través de mi, entenderías que una vida no basta para explicarte cuanto he llegado a amarte... cuanto lo hago.
No te regalaría el cielo, sino que te llevaría de la mano a conocerlo y caminaríamos por las blancas nubes que se comparan con la pureza de tu alma.
Hoy cada palabra escrita aqui, duele. Cada palabra se me clava en el pecho con una flecha que va directa al corazón. Cada renglón se ríe de mi porque cruelmente me recuerda que, cada uno de ellos, es un escalón que me separa de ti. El final de una oración arde dentro de mi ser, quemándome como el mismísimo infierno y confieso que así me siento cada vez que te veo y rememoro el día en el que decidiste poner punto y final a lo nuestro.
Aún después de tanto tiempo, miles de preguntas me saturan la mente; ¿no fui lo bastante bueno? ¿No te amé lo suficiente? ¿No demostré lo suficiente?
No. Claro que no.
Los dioses me acusarán por ser un cobarde y escribir una carta que jamás llegará a ti. Una carta que escribo entre lágrimas mientras tus labios pronuncian lo que algún día soñé de escucharte decir para mí:
―Sí, quiero.
Asi que, en pie y aplaudiendo ante un beso que pacta un lazo bendecido por Dios, te digo a través de líneas lo que por imbécil no te dije en palabras:
Te amé, te amo y te amaré. 》
Salgo de la iglesia, rompiendo la hoja escrita con el corazón en un puño, sintiendo como cada pedazo simboliza una parte de mi espíritu.
El vacío en mi pecho me ahoga, la sensación de soledad me inunda, la culpa me carcome, la impotencia me enfurece...
Estoy huyendo, pero... ¿hacia dónde?
Se dice que nadie muere por amor, pero ¡mierda, cómo duele!