Capítulo IV - Gratitud y un Pétalo [EDITADO]

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Las manos cautelosas y ásperas del capitán se aferraban con increíble rabia a las riendas de su yegua. Estaba plantado en medio del establo, con la respiración tan retenida en el pecho que resultaba doloroso: si se ponía atención, las pulsaciones de su corazón retumbaban a galope, haciéndose visibles a simple vista.

El mundo se había detenido, el aire podría atravesar sus pulmones como miles de finos alfileres indiferentes y despiadados.

Justo ahí, se dio cuenta de ese extraño y no tan desconocido sentimiento.

De ese augurio.

Se llevo una mano hecha puño al pecho, tal vez para sacarse de transe así mismo. La memoria le hizo una mala jugada, no por haber olvidado de algo importante, sino por, precisamente, traerle de vuelta la imagen de nada mas y nada menos que su compañero, su amante, su todo.

No es que tuviese deseos de borrarlo, por supuesto que no era así. Sin embargo, ese sentimiento repentido de completa e inaudita desolación la vivió cuando lo perdió.

- Maldita sea.

Jadeo, comenzando a andar hacia afuera del establo.

Debía acudir a una reunión con la actual comandante cuatr... tres -se corrigió- ojos de mierda, como solía decir.

Pronto se llevaría a cabo el plan para ejecutar al titán bestia, ese bastardo tenia los días contados.

Y, seguramente, muy pronto también seria el momento de caer en una cama de lirios blancos. No podía escapar de las fauces de la muerte por siempre. No intentaba hacerlo tampoco.

Dormir no le brindaba el descanso que necesitaba. Tal vez era demasiado presuntuoso asegurarlo con su baja. Como sea, no le interesaba.

Su yegua le sacó esta vez de su nuevo trance, relinchando cerca de su oído. Dio un ligero respingo, mirando sobre su hombro para percatarse que realmente no se dirigía a donde Hange; estaba por llegar a su lugar especial, con su sol.

Curvo los labios en una media sonrisa, pegándose mas al animal.

- Ya estamos algo gastados para seguir haciendo largos recorridos, hum.

Dejo escapar un suspiro, acariciándole la cabeza con cuidado, dejándola libre de inmediato con la promesa de volver pronto.

Se dirigió a paso lento hasta la proximidad de la tumba del ex comandante. Por encima, le decoraban algunas caracolas y conchas de mar que recogió con desconfianza de su ultima visita al mar. Cruzó los brazos sobre el pecho lentamente y profirió un par de insultos débiles al viento... o tal vez a la figura invisible que se imaginaba erguida frente a él. Era la actitud que hacia reír al rubio.

- Hey, cejas de mierda. – empezó con el entrecejo fruncido, que tan rápido como apareció, se deshizo-: nunca pude decirte con las suficientes palabras cuan agradecido estaba por tener una oportunidad aquí. Aunque, pensándolo bien, fue mejor así. Te hubieses burlado para evadir tu modestia. Como sea, traje algo para ti.

Musito con un hilo de voz, dejando que el viento, con sus suaves corrientes, le hiciera llegar una pequeña flor. Fue tan delicada esta, que uno a uno en el trayecto, los finos pétalos se fueron desprendiendo, solo uno llegó al pie de la tumba.

- Estaré contigo muy pronto, Erwin.

Por favor, espérame. 

La Gloria de la Muerte. (Eruri)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora