Epílogo. El demonio y la florista.

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Erase una vez, en un pueblo a lo lejos de la gran ciudad, había una familia humilde de floristas. El padre, quien había heredado el oficio de su familia, se levantaba todos los días antes de que el sol saliese para preparar los arreglos acompañado de su joven esposa. Un día como cualquier otro, su única hija había salido de casa al medio día para ir a recoger flores al bosque.

La joven, con su cesta en mano, miró detrás de ella para ver a lo lejos el pueblo en el que vivía y seguir con su camino. Saltando de roca en roca a través del río y recogiendo su hermoso vestido para no mojarlo para llegar a un hermoso prado lleno de hermosas flores. Se arrodillo sobre el verde césped y comenzó a cortar flores.

―Vaya, que flores tan más bonitas ―sonrió mientras depositaba con cuidado las flores dentro de su cesta. Cortó unas blancas, unas amarillas, caminó de un lado a otro recolectando más y más flores, hasta que se detuvo justo a un lado de un curioso arbusto―. Que flores tan más curiosas ―cortó una flor del arbusto ya que el color le había llamado la atención; el color azul en la punta de los pétalos se iba haciendo cada vez más claro hasta llegar al centro. Cortó solo un par de estas flores para ella misma. Cuando terminó miró su cesta llena de flores―. A mamá le gustaran estas flores, son muy bonitas ―sonrió entusiasmada.

―Que linda niña ―dijeron detrás de ella. Apenas pudo moverse cuando un hombre mayor se abalanzó sobre ella, rodeó su cuello con una sola mano y allí la contuvo―. Tu eres Adrienna, ¿verdad? Tu familia vende flores.

―¿Quien es usted? ¿Podría soltarme? Estropeara las flores que he recolectado ―se quejó ella.

―Te he estado observando ―el hombre acarició el rostro de la joven con su mano libre―, vives de lo que ganas vendiendo flores, vaya desperdicio ―él se acercó más―, por que eres muy bonita... podría ayudarte a ganar más dinero.

―¿Qu? ¡No, yo no jamás me vendaría de esa forma! ―logró soltar una de sus manos y lo golpeo en el rostro. El hombre, con la mano libre, se tocó el lugar en el que había sido golpeado.

―Eso dolió ―murmuró en una forma sombría―. Las niñas como tu necesitan un escarmiento...

De sus ropas sacó un cuchillo y lo empuño con fuerza, de poco en poco lo fue acercando al cuello de la joven.

―Oi, maldito cerdo ―intervino una voz grave detrás de él―. Enserio tienes las agallas para venir hasta aquí y tratar de violar a esta humana en mi sitio... que insolente ―termino diciendo. La molestia se notaba en su voz―. Ahora dime ¿Cómo quieres que te mate?

El hombre se apartó de ella y solo así pudo ver a su salvador. Era un hombre alto que vestía ropas elegantes acompañado de una gran y voluptuosa capa de plumas negras, su rostro era atravesado por una lineal negra y de su cabeza se asomaban unos enormes cuernos. Aquel hombre que la había atacado salió corriendo del lugar, la joven se puso de pie y se aseguró de que sus flores estuviesen en buen estado.

―G-Gracias por salvarme señor... ―habló con timidez, hizo una pequeña reverencia ante el imponente sujeto y se hecho a correr hacia su pueblo. A la mitad del camino se percato de que alguien más le seguía, así que espero, de entre los arbusto salieron un par de lobos, la joven se asustó aun más y volvió a correr con más prisa.

―Adrienna, cariño ¿por que vienes corriendo? ―preguntó su madre al ver a la joven. Adrienna se detuvo, dejó la cesta sobre el suelo y se tomó las rodillas para regularizar su respiración.

―Estaba en el bosque... recogiendo flores ―comenzó a decir la joven―, un hombre intentó violarme...

―¡¿Por todos los cielos, estas bien?! ―chillo la madre. La tomó del rostro y comenzó a inspeccionarla.

𝗗𝗘𝗦𝗧𝗜𝗡𝗬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora