ʕ•ᴥ•ʔ (Música en el inicio para acompañarlo.)ʕ•ᴥ•ʔ
Las calles vacías, inauditas ante mis ojos, solas y abandonadas se reían a merced de cada paso que daba. La quería solo a ella, a ella y a nadie más. No podía sacármela de la cabeza sin que sintiera a mis sentidos sollozar por una perdida cual extremidad; olvidarla para mí se había vuelto como volar, algo imposible. La recordaba una y otra, otra y otra vez sin cesar: no era solo su voz, sus ojos o sus caricias, sentía su olor impregnado en mi piel, sentía su esencia corriendo por mis arterias; se había convertido en un espectro que no merecía, una repugnancia, un estorbo que no me dejaba andar, que no me dejaba comer, que no me dejaba dormir, que no me dejaba si quiera respirar.
Miraba las nubes grises que pasaban arcando los cielos, mi paso lejano, pesado y con perdida. Ir a trabajar, para sobrevivir, para vivir. ¿No es más acaso?
Cuando entraba por la puerta de los empleados, empezaban a caer unas cuantas gotas sobre mi cabeza.
—Hola, Elizabeth. ¿Entras a las dos?—Camila se hizo a un lado mío mientras subíamos las escaleras que nos llevaría del área de estacionamiento hacia un segundo piso en el cual se encontraba un pasillo echo de pisos de madera y paredes grises que nos llevaría a los casilleros. El techo con algunas grietas por la vejez, retumbaba por la lluvia.
—Si.
— ¿Y sales?—Camila era una chica amable y alegre. Tenía la piel morena y el cabello negro y largo hasta la cintura (que en este momento lo tenía delicadamente recogido en una moña por normas de nuestro trabajo), los ojos color negro y la piel perfectamente cuidada.
—Hasta el cierre. ¿Y tú?
—Hasta las diez. ¿Te pusieron el turno tan largo?
—Eso parece.
—Sabía que desde que había cambiado a la coordinadora nos iban a joder la vida a todos, ¿no crees? Además que últimamente nos está explotando con el aseo de la cocina. Que una cosa o la otra están sucias. ¿Quién se cree?—Ella dejo su bolso en el casillero y cerró asegurándolo con un candado, ya se había puesto el delantal y se había quitado las manillas. Yo apenas estaba sacando las cosas de mi maleta. Solté una risita entre dientes.
—Es la coordinadora, Camila. —Ella se acomodó el cabello para ponerse la red. Resopló.
—Obvio se, Eliza, pero no hace su trabajo bien. Si yo fuera coordinadora haría las cosas mucho mejor...
Ella habla mucho.
A las tres de la tarde, el restaurante estaba a reventar y los empleados no eran suficientes. Yo entregaba los platos y atendía a los clientes escuchando su pedido. El local era llamativo, renacía en él la temática de la comida artesanal, la casera: con pisos y paredes de madera, las sillas y las mesas redondas llegaban más allá de la puerta trasera que daba a un jardín lleno de plantas de colores. El día había pasado de estar sumamente frío a estar exageradamente caliente, los ventiladores no funcionaban y alguna que otra gente se quejaba, el olor a comida atraía a unas cuantas moscas, el ruido de las cucharas estrellar contra los platos, las voces de las conversaciones, unos cuantos niños lloraban y gritaban mientras corrían por aquí y por allá.
—Bienvenidos. —le dije a la siguiente familia que entraban por una gran puerta de vidrio, haciendo sonar la campanilla colgada unos centímetros del marco. — ¿Les colaboro con su mesa?
El olor a comida me empezaba a causar nauseas por su exceso, el calor hacia que mi cuello goteara, algunos pelos de mi cabello se había salido de la red. Todo parecía de alguna manera correr lento, todo lo hacía mecánicamente, como si viera una película.
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El recuerdo.
RomanceElizabeth a sus veinte años experimenta la idea del suicidio tras un fallecimiento cercano, empezara a luchar contra esta idea, hasta que se le haga imposible. Lo que no sabe, es que lejos de acabar con ella, empezara a acabar a la gente que más ama...