Todo empezó con lluvia. Las tres mujeres corrían en medio de la calle mientras gruesas gotas de agua golpeaban sus cuerpos cubiertos por impermeables negros. El agua les cubría los talones y el cobijo más próximo lo encontraron en un negocio de barbería cerrado a esa hora, el letrero rezaba: Barbería Yax, lo dejamos mejor de lo que se ve. Era un edificio de madera y la bombilla incandescente que debería estar iluminando el frente estaba rota.
-Ya, ya no puedo más.-dijo una de las chicas y apenas subió al piso elevado de la barbería se dejó caer de rodillas.
-Shhh, cállate, idiota-murmuró la más alta. Sentándose en el suelo y apoyando la espalda en la pared de madera.
-Lo que hemos hecho... nadie puede hablar de eso-dijo la tercera mujer. En ese momento un relámpago iluminó el cielo y los rostros pálidos de las mujeres se iluminaron, revelando lagrimas negras en sus ojos, el maquillaje se había corrido por supuesto.
-Eso estuvo mal, estuvo mal-dijo la chica de rodillas. La que permanecía de pie le dio un puntapié.
-Pues eso no fue lo que pensaste cuando le tiraste del pelo, y luego la golpeaste con ese palo encendido, Clara-musitó.
-No se que me pasó... y tú ni hables, tú le estampaste la cara en las brasas-dijo clara temblando de pies a cabeza.
-Callense, las dos-casí grito la muchacha recostada sobre la pared-todo se salió de control, pero no fue culpa nuestra... ella... Rosa se lo merecía.
-Tienes razón, Bella-dijo Clara- sino se hubiese burlado de mí, yo no la hubiese agredido con la leña...
-Y si no me hubiese arañado, yo no la hubiese golpeado en el vientre y dejado sin aire-Bella restregó sus manos una contra la otra y soplo sobre las palmas de sus manos-ya lo que fue, fue, esta lluvia cubrirá los rastros.
-¿Y si le dijo a alguien dónde estaría?-preguntó Amanda, como se llamaba la chica que permanecia de pie, rigida como una serpiente que se enrosca para atacar.
-No lo creo, esa zorra era muy cuidadosa, por eso todo el mundo la creía una santa.-respondió Bella.
-La hemos matado...-dijo Clara. Temblando.
-La hemos matado...-dijo Amanda. Cada vez más rígida.
-La hemos matado...-dijo Bella. Sonriendo.
Al día siguiente la lluvia era solo un recuerdo que los rayos del sol procuraban erradicar. Aún quedaban charcos y vestigios de la tormenta pero el cielo era tan azul y limpio que mirarlo casí dolía.
Al otro día ya los charcos se habían secado, el pueblo funcionaba como siempre había funcionado, gente interactuando unas con otras. Como la señora que lleva su hijo hacer las compras y de regreso se detiene en cada casa a chismosear con viejas amigas, o el vendedor ambulante anunciando sus productos de toda la vida, o los niños que nunca faltan en las calles haciendo una que otra travesura. El mundo de siempre, siempre lo mismo.
Al día siguiente todo el mundo hablaba de la desaparición de Rosa Navarro. No solo de la desaparición sino de su vida entera, de lo que creían que era su vida. Las palabras más repetidas eran "Mosquita muerta" La policía interrogó, buscó y no encontró nada. La última persona que la había visto era su madre que la dejó en su habitación a punto de dormirse ya.
Al día siguiente la gente vio como se llevaban a Ricardo Mijarez a la comisaria del pueblo, varios testimonios lo señalaron como el amante de Rosa, ambos tenían diecisiete años. Él chico confesó que había tenido una relación clandestina con ella, debido a que su madre era muy estricta pero de su parte siempre había querido decir la verdad. Ese mismo día lo soltaron.
Al otro día la gente presenció algo que los dejó perplejo, algo que nunca esperaban ver, la madre de rosa salió a la calle cubierta de sangre, invocando demonios sobre los culpables de la desaparición de su hija, estaba trastornada con un gato negro degollado en la mano izquierda y el cuchillo en la derecha. Declaró que ella y su hija servían al portador de la luz, al amado Lucifer, Hablaba en un idioma extraño y los más miedosos se fueron a encerrar a sus casas. Llovió al día siguiente. Cuando terminó la lluvia, esa noche, encontraron a la chica muerta. Pero no era Rosa, era una tal Amanda. Al parecer durante la lluvia se fue a pasear al lago y mientras estaba en el muelle se resbaló golpeándose la cabeza al caer y terminó ahogada, por supuesto, nadie entendió porque iría a pasear en medio de la lluvia, sin impermeable.
Amaneció con nubarrones cubriendo el cielo el día después, pero no cayó una sola gota de agua en todo el día. La gente del pueblo estaba inquieta, una chica desaparecida y otra muerta. Y llovería pronto. Ese día el cura del pueblo llamó a una misa, lo habían pedido las viejas rezanderas para alejar el mal del pueblo. Cabe anotar que nadie invito a la madre de rosa.
Esa noche llovió a cantaros, nunca se había desatado en el cielo una tormenta semejante. Los truenos parecían restallidos del látigo de dios. El fluido eléctrico se cortó, algún árbol cayó sobre las lineas de media tensión, dejando a oscuras el pueblo. En la oscuridad o desde la tenue luz de una vela, muchos jurarían al día siguiente que escuchaban risas horripilantes afuera, pero nadie fue tan valiente para asomar la cabeza.
Cuando amaneció no encontraron ninguna chica muerta, sino a una chica llamada Bella desnuda en el bosque, cavaba y cavaba sin decir nada, estaba toda cubierta con lodo pero no le importaba, sus padres fueron por ella, pero estaba transtornada y no hablaba.
Clara se fue del pueblo y nunca más regresó. Nunca le contó a nadie lo que había ocurrido la noche en que invitaron a Rosa Navarro al bosque haciéndose pasar por Ricardo, su amante por medio de una nota trucada. Todo se trataba de una broma, Amanda estaba enamorada de Ricardo y no toleraba que esa mosquita muerta lo tuviese para ella, por lo que planeaban amedrentarla, pero bajo el follaje del bosque Rosa mostró su verdadera cara y las insultó, burlándose de cada una de ellas. Entonces todo fue una locura, entre las tres le dieron una terrible paliza hasta matarla, lo peor era que ella se reía a carcajadas. Cuando la enterraban Clara descubrió que tenía tatuajes en el cuerpo debajo del vestido. No sabían que significaban pero la mayoría eran cicatrices. Poco después empezó a llover.
Cada día que empieza a formarse nubarrones en el cielo, Clara ruega para que no llueva, porque cuando llueve, las gotas de lluvia que golpean el techo en realidad es la risa de Rosa, si por un error mira hacia la ventana ve su mano blanca y huesuda apoyada en la ventana iluminada por el relámpago. Cuando escucha el sonido del trueno, puede escuchar en el fondo las voces de sus amigas llamandola. A veces tiene ganas de salir afuera y correr en medio de la lluvia. Pero resiste porque sabe que la lluvia pasará, siempre pasa, aunque no lave sus pecados.
Fin.