1

29 7 11
                                    

El día se agitaba con un viento imponente que golpeaba la ventana de la habitación en el departamento más alto.

Ahí vivía yo, en el último piso, el número cinco B. Realmente no era un lugar muy espacioso, apenas contábamos con un baño para toda la familia y una habitación para mis padres y mi hermanita (que aún era un bebé de pocos meses que dormía con ellos en su cuna, pero me habían dicho que en unos años dormiría conmigo), una cocina unida al lavadero, y mi cuarto con un balcón, que daba a la calle principal. En el verano siempre me sentaba en la cornisa, con los pies balanceándose en el aire mientras veía los autos pasar.

Era un departamento muy reducido, aunque eso no debía importarme mucho, porque lo que no tenía de grande, lo tenía de acogedor. Además de esconder secretos que no podría tener ninguna otra casa, secretos que no sabían ni mis propios padres.

Abrí la puerta de mi cuarto y dejé el abrigo colgado en el gancho de la pared. Había llegado muy temprano a mi casa, y mi mamá no volvía hasta la hora de la cena, así que tenía varias horas a solas.

Saqué los libros que me había traído de la biblioteca y me senté en la cama a leer el primero de ellos. El tiempo que no lo pasaba en mi casa, lo gastaba en la biblioteca municipal leyendo lo que fuera y navegando en la computadora. Era la única manera que tenía para entretenerme, todavía no nos daban exámenes ni tareas muy complicadas en la escuela.

Ya iba leyendo la tercer hoja cuando escuché ese ruido tan característico a mis espaldas y sonreí involuntariamente; el cajón de los zapatos se había abierto. Y ahí estaba saliendo y moviéndose por mi habitación ese gran secreto que nadie conocía. Tenía los ojos pequeños y achinados y una nariz de perro, era largo y semitransparente, con unos brazos negros. No tenía pies, su cuerpo se desdibujaba de la cintura para abajo y en lugar de caminar, flotaba. Nunca había sabido si era hombre o mujer, así que decidí llamarle Manuel y referirme a ella como una chica.

Y de nuevo, allí estaba Manuel, flotando sobre la cama detrás de mí, con un cepillo en su mano.

—¿Cómo te fue hoy? —Me preguntó, tomando mechones de mi cabello para peinarlos. Yo seguía con la vista en mi libro.

—Bien. Nos avisaron que en unos días va a entrar una chica nueva. —Dije sin moverme. —Todavía no sabemos cómo se llama, supongo que nos lo dirán el día que venga.

Manuel permaneció callada unos segundos y después habló.

—Siempre es bueno integrar a alguien nuevo en tu vida, nunca se sabe qué sorpresas trae. Es como probar algo que nunca comiste, te podría gustar o no. —Podía sentir su sonrisa.

Manuel existe desde que puedo recordar. Quizás hasta antes de eso. Jugaba conmigo cuando mi mamá dejaba de atenderme. Todos los días vuelvo de la escuela y ella sale de ese cajón, toma el cepillo que está en mi escritorio (no lo sabe, pero yo siempre lo dejo ahí antes de irme por la mañana para que lo tome cuando vuelva) y me cepilla el cabello mientras escucha lo que me pasó en el día.

Nunca tengo algo muy interesante para contarle, pero las veces en las que me peleo con mi mamá porque no ordené el salón, o cuando tengo problemas con mis amigas, Manuel simplemente permanece en silencio mientras me desahogo. Sentir su mano pasándose por mi cabeza con toda la serenidad es como una caricia al alma, pero lo es más cuando se toma su tiempo para formular algún consejo y para decirme que estoy muy hermosa ese día.

A veces solo le cuento de qué se trataba el libro que leí y lo saco de mi mochila para mostrárselo y me pongo a discutir con ella sobre los personajes, sobre lo que hacen, nos gusta imaginamos siendo los protagonistas de nuestra propia historia.

Tengo mi cabello largo, llegando casi hasta las rodillas. No quiero cortarlo porque le juré a Manuel que lo dejaría crecer hasta el infinito, para que jamás se cansara de cepillarlo y así podríamos seguir más tiempo juntas. Lo considero un pacto de sangre, una alianza que espero, nos una por el resto de nuestras vidas. 

Suspiré, rememorando cada suceso del día para ver si a lo mejor podía contarle algo que había olvidado. Sin embargo, yo ya estaba demasiado cansada y mi mente no podía estar más en blanco.

En este momento me encontraba casi dormitando sobre las páginas del libro que había dejado de leer hace rato. Manuel seguía con su labor, sus dedos negros y puntiagudos me hacían cosquillas en la cabeza.

—Marina ya no me habla mucho. —Susurré cerrando los ojos.

—Es porque sabe que uno no puede aceptar cosas que no se merece. Y lo sabe bien porque perdió a una niña maravillosa que no va a volver por nada del mundo.

—Yo se de alguien que sí se lo merece, y en este mismo instante me está haciendo dormir.

Mi alma ya estaba cruzando la barrera entre el mundo real y el delirio del sueño. Unos brazos delicados apoyaron mi cuerpo en la almohada y una manta me cubrió en su totalidad. Mis ojos parpadeaban torpemente en un intento de despertar y ver a Manuel para decirle algo, pero el sueño ya se sentía como un gran peso sobre mí.

—Tu mamá va a llegar pronto... —Escuché a lo lejos. —Buenas noches.

Y antes de desfallecer completamente, llegó a mis oídos el conocido sonido que hacía el cajón de los zapatos al cerrarse. Se había ido.

***

Espero que haya sido de su agrado, recuerden darle mucho amor a esta historia que de eso viven los humanos, o por lo menos yo•

Si ven algún error de ortografía pueden aclararmelo en los comentarios, estoy abierta a todo.

Esperen el siguiente capítulo.

Belén 💜

CepilloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora