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—¿A dónde vas? —Manuel flotaba sobre la silla de mi escritorio, mirándome fijamente.

Yo estaba en el suelo intentando abrochar unos zapatos de charol a mis pies, la toalla que se enroscaba en mi pelo mojado se tambaleaba hacia los lados.

—Es el cumpleaños de mi tía. —Solté, haciendo esfuerzos sobrehumanos para lograr calzarme los zapatos que se negaban a pasar, prácticamente estaba peleando con un objeto inanimado. Levanté mi cabeza y agregué: —Esta vez no me puedo escapar.

Manuel se aproximó hasta mí preocupada.

—¿Van a estar tus primos? —Sus ojitos achinados se abrieron. Puso una de sus manos en mi hombro, en un gesto maternal (o quizás no tanto, porque yo jamás había visto acciones así por parte de mi madre).

—Si, ellos van a estar ahí... —Respondí, intentando no ver sus ojos.

—¿Qué? No, no vallas. Dile a tu mamá que estás enferma, que tienes mucho para estudiar, inventa algo...

Manuel ya estaba hablando precipitadamente, había comenzado a flotar por los techos, lo hacía siempre que se ponía nerviosa.

Me paré con un zapato medio puesto y alcé los brazos para bajarla de un tirón, pero su cuerpo semitransparente era inexistente, y además sacudía los brazos tan rápido que me era imposible alcanzarlos. La toalla inestable en mi cabeza tampoco ayudaba bastante.

—Ma-manuel, oye Manuel, tranquila, bajate un se... ¡Manuel! —La mala idea de saltar con el charol a medio poner había hecho que se me doblará un tobillo y me estampara con el suelo.

Manuel se asustó, y más cuando escuchamos repiquetear los tacones de mi madre viniendo hasta la habitación. Tan rápido como se abrió la puerta, ella ya se había escondido de vuelta en el cajón.

—¿Qué fue eso? —Preguntó mi mamá, sujetando el picaporte con firmeza. —¿Por qué estás en el suelo? ¿Todavía no te has secado el pelo siquiera? ¡Hija apúrate, en cuanto tu padre esté listo nos vamos, no nos hagas llegar tarde!

La puerta se cerró de golpe y suspiré resignada, siempre tenía que ser la molestia.

Manuel salió del cajón y se sentó a mi lado, yo ya me había puesto los zapatos y ahora me miraba al espejo, pensando en lo larga que iba a ser la noche.

—Lo siento mucho... —Sentí esos dedos puntiagudos retirando la toalla de mi pelo mojado. Manuel sacó el cepillo del escritorio y comenzó a desenredar mi cabello, muy despacio. —No era mi intención hacer tanto ruido.

—Está bien, fue mi culpa por no atarme los zapatos.

—No te hubieras puesto de pie si yo no hubiera estado flotando desesperada.

—No importa, estabas preocupada, te entiendo. —Ne giré a sonreírle, pero desgraciadamente ella no me había devuelto el gesto.

Dejó el cepillo en el suelo y comenzó a trenzar mi pelo con mucho cuidado.

—Oye... No quiero que otra vez te... —No dejé que Manuel siguiese hablando y me dí vuelta para abrazarla.

—No me voy a alejar de mamá o de la abuela, y me van a traer más temprano a casa, ¿Está bien? —Susurré, colgada de su cuello.

—¿Me lo prometes?

—Lo prometo. Ahora termina con la otra trenza, que ya me tengo que ir.

Unos minutos más tarde, yo estaba con mi vestido de verano y mi cabello atado, parada junto a mis padres y mi hermana en la entrada del edificio, esperando al taxi que nos llevaría a todos a la casa de mis tíos. Mi mente volaba en dirección a la ventana del último piso, donde apenas alcanzaba a ver la mancha negra de la silueta de Manuel saludándome y deseandome suerte.

***

Eran las once de la noche. Abrí la puerta del departamento y sin encender las luces, tiré mis zapatos llenos de tierra en la cocina y me fuí hasta el baño. Mi padre me había traído para que me acostara a dormir y después se había ido para seguir en la fiesta. Estaba completamente sola.

Me miré al espejo del baño. Los raspones es mi cara y hombros sangraban apenas y dejaban líneas finas que recorrían todos mis brazos. Tenía la falda del vestido sucia y un moretón en la rodilla.

Abrí el grifo y me saqué el vestido mientras dejaba correr el agua. Tomé todo el algodón que había en el estuche de mi mamá e intenté limpiarme las heridas con agua fría. Apenas dolían, pero las marcas moradas eran imposibles de quitar.

El cajón se había abierto sin que yo lo escuchara, y cuando dejé de mojarme la cara en el lavabo y levanté la vista, ví a Manuel bostezando, con la mirada perdida en mis ojos. Pasaron unos segundos para que reaccionara y lanzara un grito ahogado, acercándose a mí para acariciarme el rostro.

—¿¡Qué te pasó, qué fue lo que te hicieron?! ¿Estás bien? ¿Te duele?

Quise responderle con lo primero que se me ocurriera para tranquilizarla, pero de repente me tomó con sus largos brazos y me llevó hasta la habitación. Me dejó sentada en mi cama y me ayudó a ponerme el piyama, como si de una muñequita se tratase, me tocaba como si temiera que me fuera a romper.

Una vez estuve vestida, se sentó a mi lado. Permaneció en silencio un largo rato, observandome fijamente. Yo tenía la cabeza gacha, delineando los contornos del moretón de mi rodilla con la mirada. Pensaba en lo que podía decirle.

Suspiré, no tenía remedio no decirle la verdad, Manuel es y siempre será en quién más puedo confiar. Tomé aire, la miré y comencé a explicar.

—Juro que estuve toda la noche con mi mamá, intenté no separarme de ella. Pensé que mis primos no me iban a molestar esta vez, porque se habían ido a jugar a la pelota... Llegó la hora en la que tenía que volver a casa. Tuve que pasar a la mesa del patio, donde había dejado el abrigo. Ellos justo estaban volviendo de la calle y pasaban por la puerta trasera. Cuando los vi, intenté apurarme para que no me hicieran alguna broma, pero en cuanto se dieron cuenta de que estaba ahí, se pusieron uno a cada lado y comenzaron a empujarme, uno me soltó y me dejó caer con mucha fuerza a las piedras. Me tiraron la pelota en la cabeza y salieron corriendo antes de que los viera la abuela... No me quisieron creer, mis primos ya habían ido con el cuento de qué yo les había intentado quitar esa maldita pelota y me había caído por accidente.

El cansancio ya me había ganado. Terminé mi relato y me apoyé en su hombro. Las lágrimas salían sin ningún permiso de mis ojos. Manuel me tomó entre sus brazos y me acurrucó en su pecho. Sentí su calidez en mi oreja, no me había dado cuenta hasta ese momento del frío que estaba pasando. 

Me acarició los raspones de la cara mientras me susurraba al oido.

—Ya pasó, los que son idiotas lo serán por siempre y uno solo puede vencerlos aguantando. Y lo hiciste bien.

Comenzó a mecer su cuerpo en un intento de dormirme, como si yo fuera un pequeño bebé que no lograba conciliar el sueño.

—No fue la gran cosa... Solo fueron unas heridas y ya... —Dije entre hipos.

—Cada uno tiene su manera de ser fuerte. Duérmete, te vigilaré en la noche para que no te pase nada.

Otra vez terminaba la conversación haciéndome dormir, como siempre que buscaba consolarme por alguna minoridad.

“Duermiendo se viaja a un mundo en el que resolver los problemas y matar los miedos se hace tan solo deseándolo”, dijo una vez.

Apenas abrí mi boca y de mis labios salió un debilitado “gracias”, antes de perderme en la inmensidad de su pecho y quedar profundamente dormida.

*********
Poder escribir esto en mitad de tantos exámenes es un milagro para mí, así que si ven un error de ortografía ya saben lo que deben hacer.

Espero que les haya gustado y esperen el siguiente capítulo.

❤️

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