Llevo ya largos minutos sentado sobre una piedra rebosada de barro. Mi aliento se congela con cada respiro, la brisa helada me carcome por dentro y a cada instante, me repito palabras de ánimo para no llorar. Envuelvo mis manos frente al débil vapor que logro emanar de mi boca mientras mis ojos duelen de aguantar las lágrimas y el sonido de la noche se vuelve cada vez menos sutil. El agua corre río abajo en una repetición eterna, la espesa noche se concierne sobre sí misma y yo ahogado en el llanto reprimido, mantengo mis esperanzas al límite mientras observo las aguas. Hace no demasiado tiempo, cuando supe de la muerte de mi hermano, no sentí mayor tristeza de la que puedo sentir ahora. Su partida hacia el valle dónde las flores jamás se marchitan, me causó tanto desconcierto que sólo concebí por ahogar todas las emociones que ardían dentro de mí. El triste día de la noticia, la noche cayó con urgencia. Parecía haber un silencio sepulcral en toda la ciudad, las luces de los faroles no producían el sonido típico de esfuerzo, las aves surcaban el cielo atravesando imperceptibles la brisa y las nubes se alejaron lo que más pudieron dejando ver todas las estrellas centellando vivas. Se sentía como si con el mayor de los respetos, el silencio se despedía de mi hermano también. Al ocaso tardío me sentía como un espectro circundante, trataba de comprender lo incomprensible, me esforzaba en gran manera de encontrar a mi hermano en la oscuridad, pero la noche me abatió, caí rendido a dormir; y en un instante, estaba corriendo empecinado por las vías del tren. Rodeado de árboles, pude apreciar un paisaje cautivador. Un pequeño lago se encontraba junto a las extensas praderas. El verde de las hojas parecía estar más completo, y el claro del agua se intensificó hasta ver por completo el fondo. Se podía tocar la paz, el ambiente se envolvía en la transparencia del lugar y la belleza irreal se tejía a mano libre. Mientras corría me maravillaba cada vez que volteaba a observar, podía sentir el viento correr, el día desaparecer en el tiempo y a lo lejos, bajo la sombra de un árbol pude ver a mi hermano. Me esforcé en gran manera por llegar y reposar bajo la sombra junto a él, pero sólo podía correr, y correr. El tren se comenzaba a oír cerca, las vías temblaban con fuerza, el sol avanzaba acercando la noche cada vez más, y no deseaba, no deseaba por nada del mundo estar ahí cuando la luna apareciera y me hiciera desaparecer en su brillo. Desperté gélido, con un temblor trepidante. Corrí en busca de algo para escribir mi sueño y no olvidarlo. Busqué en mi librero y encontré una vieja libreta obsequiada por mi padre hace algunos años atrás. Cortejando con mi memoria para recordar cada mínimo detalle escribí todo lo que recordaba de mi sueño. Sobre el sol, el lago transparente y de cómo mi hermano reposaba bajo la sombra del árbol más grande del valle. No pude negar que su existencia se arraigó a mis sueños pues todas las noches lo podía ver a lo lejos, y cada mañana escribía lo que soñaba, conservándolo como el tesoro más importante para mí. Por nada del mundo me permitiría perder los relatos que vivía mientras dormía, donde siempre estaba él, a lo lejos y esperando por mí. Resultó ser una noche, o un día en que navegaba por el océano en un modesto barco de madera. En él iba solo yo, acompañado de 2 remos y una botella con un cangrejo atrapado en ella. Esta vez me llamó la atención ser que sobre mis manos llevaba mi bitácora de sueños, lo cual me causo infinitas dudas. Comencé a hojearla e intenté leerla, pero no comprendía nada, las palabras parecían estar al revés y se entreveraban las unas con las otras. Confuso, comencé a mirar en todas las direcciones cuando a lo lejos, vi una isla perdida en la niebla. Deseé acercarme y comencé a remar afanado, pues bajo la única palmera que allí se encontraba vi a mi hermano. En una desesperación me puse de pie sobre el bote y me esforcé en llamarlo, pero el bote comenzó a tambalearse de un lado a otro, perdí el equilibrio y de mis manos, cayó mi bitácora sobre las aguas. Desperté compungido, por alguna razón me invadió una ansiedad feroz y comencé a buscar mi bitácora desesperado. Busqué por todo mi dormitorio, bajo la cama, sobre la mesa de luz y en cada rincón posible. Necesitaba leer mis historias con mi hermano para calmarme, para creer que aún podía existir, pero la búsqueda se hacía cada vez más extenuante. Busqué por días, en el ático, en viejos dormitorios olvidados por años, en cada espacio de mi hogar. Tracé rutas alrededor de mi casa, pero sin éxito, después de tanto buscar, me resigné. Una noche, en el comedor quise ver la hora, pero los números parecían estar volteados. Mi ánimo ya por esos días parecía arrastrase junto a mis pies por el suelo y mi rostro pálido se confundía con la pena de mi interior. Salí a paso trémulo de mí hogar y caminé en dirección a la nada. La noche estaba estrellada, el imperceptible sonido del universo se comenzaba a hacer audible y yo, sin apremio con el mentón adherido a mi pecho me comenzaba a adentrar en la oscuridad. Caminé por largo rato, entre los árboles mientras se agitaban con delicadeza, bajo el brillo intenso de la luna, observaba mi silueta triste y en un momento fugaz oí aguas correr cerca. Guiándome por el sonido me acerqué y vi el viejo río que corre cerca de mi casa. Cómo última opción, mientras la melancolía me invadía por completo, me senté sobre una piedra rebosada de barro. Envolví mis frías manos y me esperancé en ver, flotar sobre las lentas aguas mi vieja bitácora de sueños, para así poder volver a atesorarte, hermano en viejas palabras, de viejas hojas olvidadas, una vez más.
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Irrealidad Regular
Short StoryCuando la fantasía puede tocar tu puerta y la imaginación se vuelve tu única realidad.