"Que buena broma me has jugado padre, resulta ahora, que le mintieron al mentiroso... Solo tú has podido engañarme... Santo padre"
Era la cuarta vez que sonaba la alarma y aún no se levantaba. Justamente el día en el que iba a tener la oportunidad de escuchar a viva voz una de sus historias. Pero era necia, floja y olvidadiza, su punto más débil a lo largo de toda su vida, insignificante para algunos, excitante para otros, y para ella, solo tenía una sola razón. Escuchar la lectura de cada cuento que Ignotus Salem VI escribía. Un escritor de su talla, descendiente de los primeros en poblar América del norte, descendiente de uno de los jueces más importantes en la quema de brujas en Salem. Un hombre alto, blanco, de cabellera hasta los hombros tan negra como la noche, un par de hermosas avellanas en su mirada, labios carnosos y rosados, barba cerrada y unas manos...
-¡YA LEVANTANTE VAGA DE MIERDA, HOY ES EL PUTO DÍA!
-Demonios Tiff, ni mi teléfono suena tan alto como tu maldita voz, –Dijo ella apenas abriendo los ojos –te usaré de despertador. Pero está bien hoy es el día.
-Pues no veo que te muevas chica... -Dijo Tiff con una mirada desaprobatoria. –Vamos Mel, sé que esperabas mucho tiempo para esto, adoras a los Salem, pero sobretodo tienes una extraña obsesión con Ignotus VI, tal vez hoy te das cuenta de que su paquete no es del...- Una almohada voladora golpeo la cara de Tiff y la hizo caer al suelo cerrando la boca. La furia que sintió Mel al escuchar ese comentario fue lo suficiente para mantener la bocaza de su amiga cerrada.
Estaba bastante claro para Mel que Ignotus no era un hombre común, por varias razones, pero sobre todo por una. Él mismo la había invitado a aquella conferencia, brindándole acceso total al evento. Tal vez Ignotus quería algo más que solo una fan acompañándolo, obviamente Mel estaba dispuesta a aceptar cualquier propuesta por parte de aquel hombre. Sin embargo, su poca razón le indicaba que un hombre como él podía tener a cualquier mujer que quisiera, si solo buscaba sexo, estaba más que claro que le llovían las propuestas, y si no era así, él mismo tenía el dinero suficiente para pagar a las mejores prostitutas del país.
Una amistad o una relación seria tampoco era algo que estuviera en las opciones de Mel, ¿Quién se fijaría en ella? Aparte de Butch, su mejor amigo, no había nadie más que quisiera entablar una conversación con esa chica que más que chica, parecía un ratoncillo de biblioteca. No salía de ahí desde los 11 años, cuando encontró el primer libro de los Salem, Escrito por Ignotus I, "La caída de Salem" una fascinante historia de cómo las "brujas de Salem fueron cayendo por su cuenta, y que cada miembro de la familia Salem viviría en eterna paz y tranquilidad con el Señor, porque habían cumplido con su trabajo como servidores de Dios. Desde ese momento, se había enamorado de la prosa de esta familia. Algunos de sus integrantes, como por ejemplo Albert Red Salem, escribían sobre filosofía o historias de fantasía, ciencia ficción o terror, sin embargo la mayoría de ellos contaba historias que ponían en duda la historia nacional e internacional. Y eso era lo más excitante de cada libro, el conocer la historia desde un punto de vista un poco más fantasioso. Se podía o no creer en ciertas partes de cada historia escrita por la familia Salem, sin embargo, lo que a Mel le excitaba, era esa hermosa y delicada prosa con la que cada uno escribía.
"Solo unos minutos más" Pensaba Mel mientras esperaba ansiosa entre el público. En primera fila y con el pase de acceso total a la presentación y a los bastidores. Salem se encontraba a punto de salir y ella ya podía sentir su presencia embriagante. Esta era la segunda vez que estaba en su presencia, la primera tal vez él ni siquiera la noto a ella (al menos eso pensaba), fue en una firma de libros, desde ese día ella supo que Ignotus Salem VI no era un hombre normal, tenía velo embriagador de misterio y seducción en cada uno de sus movimientos... y su voz... ¡POR DIOS! Era la voz más sensual y a la vez aterciopelada que ella había escuchado. El solo pensar que ese día lo escucharía leer una de sus historias le ponía la piel de gallina.
El momento llego, Ignotus Salem salió al escenario vestido con un traje italiano negro, una camisa color vino con una corbata roja y sus zapatos color vino, todo ese conjunto resaltaba su blanca piel, su oscura barba y los hermosos ojos avellana que tenía. Su cabello amarrado con una coleta insinuaba unas cuantas canas, sin embargo Mel no se percató de ello, solo se fijó en la hermosa figura masculina que tenía de frente. Todo su cuerpo se erizo, empezó a sentir como lentamente empezaba sonrojarse y cuando se dio cuenta de que él la miraba, el nervosismo aumento tanto que se sintió algo mareada; pero no era momento para marearse o desmayarse, estaba ahí por una razón, ese día quería, no solo escuchar a Salem contar una historia, sino también lograr lo que ningún periodista había logrado en años, entrevistar a alguno de los escritores de aquella misteriosa y afamada familia.
Las palabras de la historia no lograron que Mel pusiera sus ideas en orden, escuchar aquella voz no era entendible, parecía como un gato ronroneándole en el oído, embelesada con aquella aterciopelada melodía, comenzaba a sentirse relajada y excitada al mismo tiempo. Sus extremidades se sentían pesadas, sus pechos duros y su intimidad comenzaba a cosquillear de una manera reconfortantemente peligrosa.
-¿Señorita Melisa? –Dijo aquella sensual voz. Mel despertó de su trance de un brinco, soltando un grito de asombro y miedo, combinado con un leve suspiro de placer.
-S... si... -dijo con los ojos abiertos como platos ante la sorpresa de que su interlocutor supiera su nombre y llegara a su lugar tan rápido.
-Creo que no tengo necesidad de presentarme, usted sabe bien quien soy. Espero no haberla aburrido con mi verborrea que tantos como usted adoran, vi que dormitaba un poco. Por eso mismo terminé la sesión; y también porque moría de ganas de estar a solas con usted.
-N...nono...no se preocupe... yo... yo solo me relajaba... us... usted tiene una voz muy relajante...je... sssi... si, quería preguntarle algo, a solas... bueno ya estamos a solas... je
-Pregunté señorita... tengo toda la vida...
-Bueno, no nos tomará tanto... ammm, ¿por qué me permitió este acceso a mí?
Salem sonrió de lado, sus blancos dientes sorprendieron a Mel, ya que era conocido que era un fumador compulsivo, y bebía muy frecuentemente café, así que ese blanco deslumbrante le sorprendió bastante. El cuartó quedo en silencio por unos minutos, Salem solo veía a Mel con una mirada penetrante, que pasaba de sus ojos a sus labios y viceversa.
-Tienes 26 años y aún eres virgen.
La respuesta retumbo en toda la sala, Mel se sintió un poco apenada. ¿Por qué él sabía eso? y si lo sabía, ¿qué derecho tenía de andarlo diciendo frente a ella?
-Bue...bu...bu...bueno... yo...
-No digas nada... - Dijo Salem mientras se levantaba de su lugar y se acercaba para besarla. El beso más intenso de su vida, con solo el simple roce de sus labios, su pecho volvió a endurecerse, las piernas le flaquearon... un cosquilleo electrificarte le recorrió la espalda, todo su cuerpo se erizo, y cuando rozaron lenguas... una explosión de placer orgásmico la invadió hasta el punto de soltar un fuerte gemido ente los labios de aquel hombre. Se aferró a él y el a ella, sintiendo como sus manos pasaban de su espalda a su cintura, de su cintura a su pecho y de su pecho al cuello... subiendo y bajando por un largo y excitante tiempo...
Mientras se besaban, el bajo sus labios a su cuello susurrando "las vírgenes de tu edad, son raras, pero deliciosas" mordiendo posteriormente su cuello. Ella sintió como dos pequeñas agujas penetraron su arteria, y toda la excitación que había sentido hace unos segundos desapareció, ahora solo el miedo la controlaba <<un vampiro –pensó-es un maldito vampiro>>.
-No linda... soy mitad vampiro...
Pasaron unos segundos cuando sintió el impacto de su cuerpo contra el suelo, sus ojos solo veían sombras, pero sus oídos aún lograron escuchar algunas pocas palabras de aquel ser que se hacía pasar por hombre...
Su existencia se sintió vacía, como si nunca hubiera pasado... Melisa Prince, dejo de existir aquella noche... ese era el día...