Tres noches
Año 1991
La familia Albás era una de las más conocidas de la, comarca de las Las Cinco Villas. Su apellido hacía generaciones que era pronunciado por los vecinos con esa mezcla de desdén, envidia y respeto que siempre provocan los ricos. Sin embargo, ya hacía mucho tiempo que habían pasado los momentos de mayor prosperidad de la familia. De la vieja casona de los Albás sólo se acordaban los mayores. Se alzó entre arboledas y huertos, algo apartada de los límites de las poblaciones de Sádaba y Layana, las más próximas, encerrada en verjas infranqueables. Sólo unos pocos eran aún capaces de llegar hasta lo que quedaba de ella a través de los caminos que la vegetación se empeñaba en borrar para siempre.
Para los más jóvenes aquel apellido sonoro y agudo que oían pronunciar de vez en cuando estaba vagamente ligado a la leyenda de aquellos parajes, a sus historias más antiguas, ciertas o no, y a algunas personas muertas mucho tiempo atrás que antes de abandonar este mundo se encargaron de dejar bien grabado su nombre en la memoria colectiva. Por todas esas razones, todos supieron muy bien de quién se hablaba cuando aquella mañana helada del mes de enero corrió como reguero de pólvora la noticia de que la pequeña de la familia Albás, Natalia, de apenas tres años de edad, había desaparecido en el transcurso de una excursión escolar.
Al principio fue sólo un rumor, azotando la villa de Layana -donde la pequeña vivía con sus padres y su hermana mayor- pero pronto se extendió por el resto de los pueblos de la zona como un fuerte vendaval. Luego llegaron de todas partes extraños con cámaras y micrófonos, periodistas no sólo de los medios de comunicación locales. A la hora de comer, y también por la noche, las cadenas de televisión de todo el país hablaron de la niña y de su dramática desaparición en la Sierra de Santo Domingo. Conmocionadas, las gentes del pueblo vieron aparecer en la pantalla al director de la escuela, y también a un portavoz de la familia que algunos identificaron como un primo segundo de la madre. La sierra, cuyas cumbres estaban cubiertas de nieve, como casi todos los inviernos, se llenó de foráneos. Los informativos mostraron lugares solitarios por los que muy raramente se veía a nadie en aquella época del año: la Peña de los Buitres, Peña Lengua, la Cueva de Santa Engracia o la de Santo Domingo. También hablaron de un invierno crudo como no se recordaba otro. Todo sucedió durante una excursión. Natalia fue a la sierra junto con sus cuarenta y nueve compañeros de educación infantil. Eligieron una de las pistas menos complicadas y llegaron hasta el Barranco de Calistro. Para todos ellos era la primera vez que salían de la escuela. Iban muy abrigados, y hasta eso les parecía divertido. Tocaron la nieve, recogieron algunas hojas y almorzaron al aire libre. Fue un día lleno de emociones. Iban con ellos dos de las maestras del colegio y dos madres voluntarias, como refuerzo. Ninguna de las cuatro se explicaba cómo había podido ocurrir, si no les perdieron de vista ni un momento.
Los desplazamientos a pie se hicieron en fila india, agarrados todos los alumnos a una larga cuerda. Una de las educadoras iba delante, abriendo camino y marcando el paso. Junto a la fila iban otras dos. La cuarta cerraba la comitiva, sin despegarse de los excursionistas ni apartar la mirada de la fila. Era casi imposible que la niña se hubiera soltado de la cuerda. Sin embargo, lo hizo, sin que nadie supiera de qué modo. La única explicación razonable era que todo hubiera sucedido durante el almuerzo, cuando los pequeños alumnos se sentaron junto a la pista forestal, en un claro de la vegetación, bajo la luz de un sol brillante que apenas calentaba. Al terminar, dedicaron un rato a la recolección de los últimos tesoros: muchos llenaron sus bolsillos de hojas secas y pequeños guijarros. También observaron a algunos tejones, un ciervo lejano y el vuelo de algunos buitres que anidaban cerca, en la peña que llevaba su nombre. Para animar la caminata cantaron canciones que todos sabían. A las tres y media emprendieron el camino de regreso hasta donde les estaba esperando el autobús de la escuela. Ni veinte minutos andando. El cielo resplandecía de puro azul. Era un día claro de invierno, ideal para una salida de los más pequeños. Además, se trataba de una experiencia que repetían año tras año, y jamás habían tenido las maestras que lamentar ni el más mínimo contratiempo. Pero esta vez al llegar al autobús la tutora de uno de los grupos reparó en que faltaba una alumna. Tampoco se explicaba cómo no se dio cuenta hasta ese momento. Enseguida supo que la ausente era Natalia Albás. A pesar de la conmoción del descubrimiento, estuvo segura de haberla visto durante la comida y también durante los juegos y la recogida de hojas. Respecto a lo que pudo ocurrir después, no encontraba ninguna explicación. La única evidencia terrible era que Natalia no estaba junto al resto del grupo. La buscaron por los alrededores del autobús, con la ayuda del chofer, sin ningún resultado. Regresaron sobre sus pasos hasta la pista y aún más allá: hasta el Barranco de Calistro. Y sin dejar de mirar a todos lados ni de llamarla a gritos. Una vez y dos, y hasta tres veces recorrieron el camino. Las copas de los árboles parecían temblar con su desesperación, cuando veían que la tarde iba cayendo y Natalia seguía sin aparecer, y contestaban con el suave murmullo del viento entre sus hojas y un lento movimiento de sus ramas más altas. Todo lo demás era un silencio cerrado. El paisaje, impresionante por su belleza en cualquier otra circunstancia, parecía ahora estremecido por la angustia de las mujeres que buscaban. Al borde de las lágrimas recorrieron las maestras aquellos caminos, por los que varias veces regresaron a la pista, y al barranco. Perdieron la noción del tiempo. Nada les importaba más que dar con la niña y tan embebidas estaban en ese único pensamiento que no repararon en la hora que era hasta que la claridad empezó a menguar. La oscuridad llega muy pronto en invierno. Antes de que pudieran darse cuenta, serían incapaces de ver más allá de sus narices. Una de las madres voluntarias se había adelantado mientras tanto para advertir al director del colegio de lo ocurrido. Avisaron a la policía, se comunicó el retraso a los padres de los otros niños y el director citó a Cosme y Federica, los padres de Natalia, a una entrevista en su despacho.
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El Dueño de las Sombras-Care Santos
Mystery / ThrillerAlguien observa a las hermanas Albás desde la oscuridad. Sabe por qué desapareció Natalia Albás siendo una niña y por qué ha desaparecido su hermana Rebeca ahora que es ya una adolescente. Cuando Rebeca, dada por muerta, empieza a enviar mensajes am...