Huracán

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If today was your last day  

and tomorrow was too late  

could you say goodbye to yesterday? 

¿Y si no hubiese un mañana? ¿Y si mañana fuera ya demasiado tarde? ¿Qué harías? 

¿Y si tuvieses la oportunidad de revivir cualquier momento de tu vida, el que más deseases o aquel que siempre soñaste con cambiar? Decir aquellas palabras, que te habrían llevado por otro camino. Pronunciar dos letras que cambiarían tu vida.... Es una opción difícil, ¿verdad? Porque en el fondo, no sabemos hasta qué punto estamos equivocados. No sabemos valorar los errores que, como personas, cometemos, hasta que ya no podemos cometer ninguno. 

Como en mi caso. 

Quise cambiar una última cosa... una última... antes de marcharme. Y se me dio la oportunidad.  

Porque dar marcha atrás era todo lo que deseaba... 

Volver a aquel día. Aquel lejano 14 de febrero que hoy parece difuso entre la niebla...

Recuerdo que aquel día amaneció gris, como tantos otros, y que había unos enormes nubarrones que amenazaba lluvia, pero a mi no me importaba. Más que nada porque llevaba días haciéndome la misma pregunta. 

¿Qué estaría dispuesto a dar por recuperar a la persona que más quería en el mundo? Eso es algo que todos nos hemos preguntado alguna vez en la vida, ¿verdad? Cuando estás con esa persona que tanto quieres y por un momento piensas qué sería de ti si ella no estuviera. Pues bien, yo me había hecho esa misma pregunta hace tiempo. Literalmente. 

Porque desapareció. 

Ella, Gabrielle, era lo que yo más quería. Nunca había visto nada igual. Una auténtica tormenta, un vendaval, un huracán... Gabi era de esas chicas que al principio parecen muy tímidas y retraídas, pero que al conocerla, te das cuenta de lo equivocado que estabas. De ese doble fondo que ella tenía. Un par de conversaciones sinceras con ella no bastaba para averiguar ni la mitad de lo que uno quería saber. Gabi era silenciosa, tranquila, como una tormenta de verano antes de estallar. 

Y yo no lo supe ver. Bueno, más bien quise ver otra cosa, no la realidad. Quería hacerle tantas preguntas... tantas que a veces se me olvidaba alguna. Pero ya era un poco tarde, porque ella ya no estaba. Había desaparecido de repente, de la noche a la mañana, dejándome con la palabra en la boca, como se suele decir. En un día tan especial para nosotros como el 14 de febrero, no se le había ocurrido otra cosa que marcharse sin dejar ni un rastro de migas de pan en el camino. 

Al principio la había odiado, pero aquello se me pasó al poco tiempo. ¿Cómo iba a estar enfadado con la razón de mi existencia? Ella estaba hecha para mí, y yo encajaba en su vida a la perfección. No se podía haber ido así, de repente. 

Tenía que tener una buena razón. 

Y a pesar de que hacía ya un año de su desaparición, yo no había dejado de buscarla. En el fondo, se lo debía. Se lo debía por todo lo que ella había hecho por mí y que yo nunca le había agradecido. Convencerme de que estaba viva era el único regalo que podía hacerle en aquel momento. Si pensaba que estaba muerta, nada tendría sentido. Porque Gabi estaba en algún lado. Tenía que estarlo. 

Me detuve, de pronto, frente a un escaparate de aquel pueblecito francés que llevaba recorriendo todo el día. Algo llamó mi atención.  

Era una tienda muy normal, de esas de hace mil años, en las que nadie se fija dos veces. Pero a mí sí me llamó la atención. Quizá porque en aquella tienda, pequeña, abarrotada de libros y cuadros hasta el techo, había estado ella. A Gabi siempre le habían gustado las láminas de acuarela que vendían en aquel lugar, me lo había contado, y yo había visto la entrada de la tienda cada vez que cerraba los ojos desde que se había ido, y más de una vez, ingenuo, había imaginado que compraba alguna para regalársela. 

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