El lamento de un Guardián.

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Era de noche, el fuego tenue de las velas iluminaban poco, se escuchaban pequeños sollozos en la catedral, en las calles, jardines y demás, la casa Aico había sufrido la terrible perdida de su Princesa y futura Reina.

En la catedral del lugar la familia y amigos cercanos velaban el cadáver de Lian. Su cuerpo había sido cubierto con flores y joyería. Su cabello había sido peinado delicadamente, su cuerpo fue lavado, y la herida asesina en su pecho ahora estaba oculta por las finas manos de ella misma.
Khan se encontraba a un lado del ataúd, no se apartó del cuerpo de Lian en ningún momento, tampoco había hecho un solo sonido, solo estaba a su lado, callado y en posición de firme como siempre. Incluso, cuando llegó la hora del entierro Khan tomó el ataúd y decidió cargarlo el solo hasta la fosa.

Muchos cuentan que cuando el ataúd se empezó a desvanecer por la tierra que se le estaba echando encima se podía escuchar un ligero pero firme sollozo proveniente de Khan, quien portaba su armadura.
Cuando finalmente el cuerpo había sido enterrado, Khan dio un par de pasos y se postró a un lado de la tumba en posición de firme, y en un susurro cortado entre lagrimas expresó: "No se preocupe su majestad, esta ocasión no me pienso separar de usted por nada del mundo". 

Y así fue, pasaron los días, las semanas, los meses, los años y hay quienes cuentan que al día de hoy, en el cementerio del trono de rubí, Khan se encuentra parado a un lado de su princesa, como siempre lo estuvo: firme y callado.        



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