La neblina de la mañana era algo que se acostumbraba en ese pueblo, pequeño, triste y aburrido si eres un adulto; aterrador, siniestro y misterioso si eres un niño.
Todo podía parecer gris en ese lugar abandonado, donde el gris y colores combinados a este tono parecían sacados de una película vieja, donde el olor a pescado y el ruido de todos los negocios rodeaban todo lo ajeno al cercano bosque que rodeaba el poblado, un bosque de árboles negruzcos, de ramas torcidas que esconden el viejo cementerio lleno de misterios que ni los más sabios comprenden.
En una de las casas de los nuevos aristócratas habitaba el joven de 19 años: Alfred F. Jones, un muchacho enérgico y lleno de vida al menos dentro de su habitación donde nadie lo molestara.
Él no sabía cómo su familia se había vuelto envuelta en un crecimiento importante, de ser un simple negocio que se dedicaba a la pesca la familia Jones pasó a tener un gran emporio que iba desde pescaderías hasta procesamiento de enlatado en productos de la rama marisquera.
Todo lo que conoció alguna vez se vio modificado, cambio los juguetes de madera por aprender a tocar el piano y dedicarse al dibujo como entretenimiento y pasión, cosa que no le molestaba, muy al contrario de las clases de etiqueta y equitación que se volvieron un martirio constante, pero no era nada comparado con la actualidad que se convirtió en una marioneta de sus padres.
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Estaba comprometido, no supo ni cuando fue que sus padres tomaron la decisión, sólo escuchó la aguda voz de su madre soltarle mientras usaba ese horroroso vestido gris un: "Te casas en un mes" decir que no tuvo ni voz para reclamar fue poco, ni bien abrió la boca el filo del abanico de su madre se topó con su manzana de adán.
—No quiero reproches, Alfred—Aún no comprendía como su padre podía soportar a alguien tan manipuladora como era su regordeta madre, miró al hombre con un rostro que gritaba auxilio, que se quejara o que le diera la opción de pensarlo tan siquiera, pero el hombre solo negó con ese gesto cansado que decía lo de siempre "una vez que a tu madre se le mete una idea, ni los dioses se la quitan de la cabeza"
Resignado se encaminó a su habitación, no pudo evitar más que suspirar dejando que sus pies recorrían en automático las escaleras que lo conducían a su refugio. Cerró la puerta con seguro y se lanzó a su cama sin ganas de saber nada, dio vueltas entre la mullida cama hasta de un sonoro golpe caer en el suelo de madera, trató de levantarse pero volvió al suelo soltando un quejido cuando un cuadro de madera golpeó con fuerza su cabeza, levantó la pieza y sonrió mirando la vieja fotografía gris, su mejor amigo de la infancia frunciendo sus gruesas cejas con una señal de vergüenza a su vez él vivazmente mantenía una sonrisa atrayendo a al otro chico con un brazo alrededor de su cuello.
—¿Dónde estarás Arthy? —Extrañaba a su amigo de la infancia al que no ha visto en años cuando sus padres aumentaron sus negocios, ellos sin consultarle siquiera decidieron dejar atrás su infancia y con ello al único que lo entendió y lo hacía sonreír sin ningún tapujo, aquel que aun siendo un niño en sus mismas condiciones siempre era como un pequeño caballero que parecía que sabía el futuro que le esperaba—estoy seguro que estarás haciendo algo grande ¿Te fuiste de este gris pueblo como siempre soñaste?¿me extrañas? —Se quedó mirando el cuadro hasta que jalo la sabana al suelo quedándose dormido en el lugar con la fotografía aferrada en el pecho.
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Quería golpearse contra la pared, al fin había conocido a su prometida y ¿Qué hacía? Convertir un simple almuerzo de cortesía en una vergüenza fatalista, lanzó el tenedor que se clavó en el vestido de su futura madre política, se tiró parte de la copa de vino en el horrible traje de tonos grises que su progenitora le obligó a utilizar, casi tira la comida cuando el mantel se atoro en los gemelos de su saco, quería llorar de la frustración sin embargo solo un suspiro escapó de sus labios, se encaminó en dirección a donde le dijeron que estaba el baño, sin embargo su mirada captó un piano de cola al que se acercó con entusiasmo, se acomodó en el asiento soltando un suspiro cansado, levantó una de sus manos con lentitud hasta tocar la primera tecla y seguir dejándose llevar en el monocromático color y la melodía que le recordaba su infancia, donde un violín resonaba mientras él practicaba las notas con un piano dibujado en la tierra y un pequeño cuaderno de notas que el bibliotecario del pueblo les había regalado a ambos cuando compraron el cuaderno para violín de Arthur.