Capítulo 11

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Ignoraba el tiempo que llevaba aquí, para mí era una eternidad así hayan transcurrido apenas unas horas. No sentía mis dedos, mis brazos se hallaban dentro de mi suéter, e incluso así el frío penetraba dolorosamente mi cuerpo. No caía más nieve, pero el frío era tortuoso. Me encontraba agazapado en el suelo mojado por el hielo, temblaba y mis dientes castañeaban una y otra vez. Estaba acostumbrado a estas torturas, mas no por un tiempo tan largo.

Era humano, no un puto ser invencible.

Además, las altas temperaturas no eran lo peor, sino también el hambre que sentía, mis intestinos trabajaban sin nada dentro de ellos, y a consecuencia de ello, mi estómago ardía y la sensación de vacío resultaba insoportable. Sin contar con la leve sed que me atacaba, mi garganta ya dolía lo suficiente, recogí hielo con las manos y lo metí a mi boca para calmar la sed, desgraciadamente mi garganta se lastimó, aunque al menos logré desvanecer por un momento la sed.

Me pregunté si Dimitri pensaba matarme, hacerlo de esta manera, ojalá fuese así.

Yo era fuerte, lo era, sin embargo, estaba cansado de pelear, de luchar todos los días para sobrevivir aquí. ¿Qué sentido tenía después de todo? No existía algo que me motivara a seguir en pie, no existía un propósito, algo que me esperara allá afuera. Mi única familia estaba muerta, mis amigos, carajo, si no podía salvarme yo, cómo los salvaría a ellos.

Me resigné, la Bestia se daba por vencido.

Me recosté en el suelo, saqué ambos brazos y la diferencia no fue mucha. Me quedé boca arriba observando el cielo gris, probablemente estaba anocheciendo de nuevo o quizá amanecía.

—¿Dónde estarás? Ojalá tuviera la certeza de que eres real, por ti sí valdría la pena luchar, por ti haría todo.

Cerré los ojos con la esperanza de volver a verla. Aquella niña se volvió mi ancla, la cuerda de la que sostenía para no caer al vacío.

—¿Por qué no estás conmigo? ¿Por qué me dejaste solo?

Sentía una opresión en el pecho y el repentino deseo de llorar. Hacia mucho que no lloraba, no recordaba cuándo fue la última vez que lo hice.

—Bestia, levántate —oí que alguien me llamó, mas no obedecí, y no por rebeldía, sino que ya no sentía mis extremidades, vamos, ni siquiera podía mover la boca.

Advertí el resonar de las botas aplastando el hielo y luego mi cuerpo se elevó. Como pude abrí los ojos y vi cómo me sacaban de mi cárcel y me llevaban a quien sabe dónde. Volví a cerrar mis parpados y pasados unos minutos sentí una superficie plana debajo de mi cuerpo, pero seguí sin moverme.

—¿Blake? ¿Blake escúchame? —Decía desesperada aquella voz.

A continuación, comencé a sentir calor, mi cuerpo había dejado de temblar y recobraba la sensación y movilidad en mis extremidades. Mis labios se abrieron, pero no logré emitir sonido alguno.

—Métete a la cama con él, necesita calor, rápido. Es lo menos que puedes hacer, todo esto fue tu culpa —escuché que alguien ordenó.

No pasó mucho cuando pude apreciar el calor de un cuerpo junto al mío, sus delgados brazos eran muy calientes y se sintieron bien. El aroma a galletas me hizo saber que se trataba de Natalya.

Me esforcé por abrir los ojos, pese a que, moría de sueño.

—Dana —musité con voz rasposa.

Ella se encontraba de pie a un lado de mi cama y detrás de ella estaba Fabián, ambos realmente preocupados. Me percaté entonces de que me encontraba en mi habitación, al fin.

Bestia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora